Entrevistas

Liv Strömquist: «El amor es la única religión que tenemos»

La autora de «No siento nada», Liv Strömquist. / © Galago

No siento nada (Reservoir Books, 2021) es lo que podría decir Leonardo DiCaprio para justificar la secuencia de relaciones sentimentales que ha vivido en pocos años y con la que arranca el último cómic de Liv Strömquist (Lund, 1978): varias modelos de bikinis y lencería después, Leo sigue sin enamorarse, incapaz de comprometerse. Y aunque la autora sueca avisa que no hay nada de malo en ello, sí que se propone analizar los motivos por los que el amor —duradero— es una especie cada vez más exótica en nuestra sociedad. Como en el exitoso El fruto prohibido (2018), se sirve del estilo macarra del fanzine y el riot grrrl para bajar a la tierra las teorías sociológicas y filosóficas que han planteado de forma reciente de qué modo la concepción social de la realidad en la era neoliberal en la que vivimos influye en algo tan personal como el sentimiento amoroso, o su escasez. Pensadores como Byung-Chul Han, Eva Illouz o Erich Fromm, junto a artistas de todas las épocas y sus romances, desfilan por estas páginas en un intento por descifrar síndromes contemporáneos como la desaparición del otro o el desprestigio de lo irracional.

Si hace diez años, en su otro ensayo gráfico Los sentimientos del Príncipe Carlos (2019 en España), Strömquist se cagaba en el amor —parafraseando a Carotone—, ahora parece abogar por todo lo contrario. No siento nada, originalmente titulado The reddest rose unfolds («La rosa más roja florece») como un poema de Hilda Doolittle que en él se cita, propone la capacidad de amar, en todas sus formas y variantes, casi como la única manera que tenemos en esta sociedad de rebelarnos, de revolucionarnos frente a lo establecido. Tal vez porque sea lo único que nos desarma y nos desnuda: «Estar enamorado es como estar completamente indefenso, sin brazos ni piernas, como un trozo de kebab que gira en un puesto callejero grasiento», escribe de lo más gráficamente. Pese a la forma en que continuamente resta gravedad a su obra, esta dibujante y escritora licenciada en Ciencias Políticas es todo un icono feminista en su país, donde además de haberse erigido como pionera en el mundo del cómic durante casi dos décadas, también se ha convertido en una celebridad al compartir su ingenio, humor y creatividad en diversos espacios de radio, televisión y prensa.

Provienes del mundo del fanzine y tu estilo tiene influencias del movimiento do it yourself. ¿Por qué te interesó el cómic como lenguaje?

Creo que en cierto modo siempre he hecho cómics, desde que era pequeña, porque cuando dibujaba algo también escribía todo aquello que la gente decía. Me encantaba leer cómics, pero según fui creciendo, la idea de hacerlos no era una prioridad, podía estar para mí entre otros diez intereses. Llegada a un punto, lo que realmente quería hacer era convertirme en escritora, así que empecé a intentarlo, pero me sentía muy bloqueada creativamente: no sabía bien sobre qué escribir y era muy crítica con todo lo que hacía. Por entonces tenía una amiga que hacía cómics y de alguna forma me inspiró, porque me parecía un mundo con menos presión. Además, hacer cómics es muy divertido. Empecé a hacerlos en formato fanzine bastante tarde, cuando tenía unos 25 años o así, y recuerdo pensar «soy demasiado mayor para hacer un fanzine [se carcajea], es algo que puedes hacer a los 15 pero ahora debería tener un trabajo…». Pero estoy muy contenta de que no me importara ese temor. En aquel momento emergió la fluidez creativa en mí y sentí que la forma de hablar a través del cómic me salía muy natural.

Tus libros son definidos a menudo como «ensayos gráficos». ¿Qué crees que pueden aportar los cómics al mundo de las ideas o el pensamiento?

El cómic no es high art, para mí es un mundo muy libre en el que puedes mezclar diferentes medios. No es tan de ceja hacia arriba como cierto tipo de literatura, no es pretencioso. Es una forma fácil de explicar cosas, tienes texto pero también tus pequeños dibujos con los que puedes subrayar lo que quieres decir, así que tienes dos lenguajes que puedes usar todo el tiempo. Puedes expresar con imágenes ideas que son imposibles de expresar con palabras. La verdad es que me encanta hacer cómics y me gusta que sean algo a lo que los niños pueden acercarse o que puedes tener en el baño [ríe].

Supongo que, por lo general, primero estructuras los contenidos o el guion de tus cómics y luego dibujas. Pero no sé si en algunos casos ha sido al revés: que tuvieras un motivo visual en la cabeza y eso te llevara a una idea. En cualquier caso, ¿eliges los personajes o las historias en función de lo sugerente que pueden ser gráficamente?

Por lo general, la idea, la teoría o el supuesto es lo más importante para mí, y la parte visual es algo que uso para ayudar a las palabras. Pero puede que en algunos casos haya intercambiado el proceso de forma no muy consciente. Acabo de terminar un nuevo cómic sobre la madrastra malvada de Blancanieves, y es cierto que hay algunos personajes que me gusta dibujar especialmente, como este. También me gusta dibujar mujeres, y este libro está lleno de personajes femeninos históricos, así que en cierto modo a veces también elijo aquello que me gusta dibujar.

A veces incluyes imágenes reales (fotos o fotogramas) en vez de dibujos para ilustrar alguna cuestión.

Sí, de hecho alguna vez he pensado en hacer un cómic entero solo a partir de fotografías, o quizá en colaboración con algún fotógrafo. Me gustaría hacer un fotocómic algún día. Pero a veces no dispongo de tanto tiempo, así que a última hora me rajo y pillo alguna foto [ríe]. Tiene que ver con el hecho de que me gusta emplear diferentes formatos. No recuerdo bien dónde puse esas imágenes en No siento nada

Pues sobre todo cuando ilustras aspectos de la cultura pop, como series de televisión o personajes de ficción [un pitufo, el druida Panoramix o incluso Jabba el Hutt, que aquí figuran como galanes trasnochados].

Sí, en esos casos la verdadera función es que sean fácilmente reconocibles.

¿Cómo introduces las bromas para que se integren así de bien, de forma tan orgánica, con el contenido más sesudo?

Creo que normalmente es algo que me sale cuando trato de poner por escrito mis teorías, quizá como forma de aligerarlas un poco. Me gusta bromear, como si se lo estuviera explicando a mis amigos. No es más que eso, una forma amistosa de dirigirme al lector.

En ocasiones parece que casi pidas perdón por simplificar las teorías o los argumentos filosóficos. ¿Has recibido críticas del mundo académico o te sientes, de alguna forma, una intrusa en este campo?

Nunca he recibido críticas en el ámbito académico, pero creo que siempre temo haber podido simplificar algo que hayan dicho, y que ellos se sientan malinterpretados. En realidad lo único que he experimentado es todo lo contrario: ha habido dos o tres autores que incluso han contactado conmigo y se han mostrado contentos, porque ven que sus hallazgos e investigaciones están siendo leídos por un público más amplio o empleados en sociedad de una forma más integrada. Creo que en esto también tengo algo de la herencia de los movimientos punk  y anarquista. Me interesa mucho esa actitud hacia la autoridad: tal vez no necesitas haber estudiado durante cuatro o cinco años en la universidad para discutir temas básicos en una democracia. Pienso que todo el mundo, incluidos los adolescentes o quienes trabajan en otros ámbitos, deberían participar en este debate, discutirlo entre amigos. Es bueno democratizar ese conocimiento y que todos hagamos uso de él. Cualquiera puede tener algo interesante que decir.

Como en Los sentimientos del Príncipe Carlos, el libro parte de un comentario real de un personaje famoso masculino (en este caso, Leonardo DiCaprio) sobre una relación. ¿Es la anécdota la que te inspiró a escribir el libro o surgió por otros motivos?

El origen de ambos libros, lo que vino primero, fueron las ideas que se analizan en ellos. Es por lo que comienzo a escribirlos. No siento nada trata sobre la falta de amor o el problema de identificarse con el fenómeno de caer enamorados. Quería un ejemplo de eso y estuve eligiendo entre diversas figuras. Podría haber escogido a otra persona en vez de a Leonardo, pero fue una elección también basada en la comedia: creo que es gracioso hacer una investigación sobre la vida amorosa de DiCaprio. El caso del Príncipe Carlos [de Inglaterra] es el mismo. Quería escribir un libro sobre cómo es el amor y, cuando me puse a investigar a fondo, me topé con aquella cita en la que él dijo no saber qué significaba estar enamorado. En el cómic no trato de ridiculizar lo que dijo, porque creo que es interesante e incluso estoy de acuerdo con él: es difícil saber qué es el amor, lo que se supone que debe ser o cómo se debería sentir uno. Parecía estar un poco perdido [ríe], pero solo estaba siendo honesto.

En No siento nada aparecen también numerosos artistas y reveladoras anécdotas de sus biografías. Pero nombras a algunas de ellas, como Lou-Andreas Salomé o Hilda Doolittle, las «gurús» de este libro. ¿Por qué ellas?

Pues no lo sé. Una autora que me ha influido muchísimo y en la que estoy muy interesada es la socióloga Eva Illouz, a la que cito varias veces. Y luego hay diversas figuras, como Lou-Andreas Salomé, Byung-Chul Han o Søren Kierkegaard que también han estado muy presentes en el libro. Es difícil explicar por qué los he elegido en particular. Creo que por lo general me dejo llevar por mi instinto: cuando leo a un autor y siento que nunca antes había pensado algo semejante, que me ha iluminado en el sentido de ver algo desde un ángulo distinto, si noto esa clase de entusiasmo, es un posible candidato para que lo incorpore. No quiero emplear teorías que sean demasiado obvias o socialmente consensuadas, prefiero aquellas que son un poco extrañas.

Me interesa mucho el caso de Eva Illouz porque ella estudia los modos en que el capitalismo ha transformado los patrones emocionales, que es una idea central en tu obra. ¿Cuándo la descubriste y qué fue lo que más te sedujo de su obra?

Supe de Eva Illouz, creo recordar, cuando se publicó en Suecia un libro suyo titulado Por qué duele el amor, hace ya algunos años; y de forma más reciente sacó otro ensayo en esa línea, llamado El fin del amor. Vivimos en una era donde predominan las explicaciones psicológicas acerca de cualquier cosa. Todo parece tener que ver con tu propia infancia, la forma en que te relacionas con el mundo, cómo piensas y cómo puedes cambiar tu forma de pensar… Este es el paradigma preponderante en el mundo de hoy, pero es una cultura muy terapéutica y también muy individualista. Lo que me parece muy interesante sobre su obra es que ella habla de emociones, pero no como resultado de la experiencia personal o la crianza, porque nuestras emociones están muy, muy estructuradas por la sociedad y la cultura. Un ejemplo bastante obvio son las apps de citas: por supuesto han transformado de forma muy radical el modo en que nos relacionamos con los demás, y todo ese fenómeno de completarse a uno mismo empezó a emerger solo por un invento tecnológico. Creo que no se habla a menudo de ese impacto social y cultural en cómo nos sentimos.

No sé si en Suecia tenéis un programa de televisión llamado First Dates, un formato exportado por la cadena inglesa Channel 4.

Sí [ríe]…

¿Qué opinas de este tipo de programas?

Bueno, en realidad no he visto ese en concreto, ¿de qué va? ¿Solo consiste en sentarte para una primera cita y que te graben? ¿Eso es todo?

Sí, más o menos, y que lo pongan por la tele y todo el mundo pueda asistir a ese primer encuentro con la persona de tu vida.

Ya [ríe]…

Te lo mencionaba porque para mí tiene dos caras. Por un lado, está bien porque muestra cierta diversidad de género muy poco habitual en los medios españoles. Por otro, algunos participantes llegan con muchas expectativas (o prejuicios) y tienden a juzgar a sus parejas como si estuvieran comprando; a veces parece que estén haciendo una reseña o una review de Amazon.

Creo que estamos muy influenciados por la cultura de consumo y nos relacionamos con otras personas del mismo modo en que hacemos la compra en el supermercado: tengo una lista de cualidades que me gustaría en una pareja y simplemente veo si esa gente encaja en mi lista. Intuitivamente, es una experiencia muy diferente a la de enamorarse, porque caer enamorado de alguien supone un evento en parte inesperado, en el que te encuentras sorprendido de que esa fuera la persona por la que de pronto desarrollas sentimientos tan fuertes. A menudo la experiencia humana es que, hasta que no conociste a esa persona, no sabías que te interesarían las cosas que a él o ella le interesan. Por ejemplo, alguien a quien conoces puede ser de Canadá y, de golpe, te descubres pensando que Canadá es el sitio más interesante de la tierra; pero es algo que piensas después de enamorarte. En este nuevo patrón social, tus intereses pueden ser Islandia, el fútbol, la música rap, la comida vegana o la gente de tal altura, color de pelo o tipo de trabajo, pero la forma de acercarse a los demás hace que el evento de enamorarnos sea más difícil de experimentar. No quieres cambiar, y ese creo que es uno de los problemas, porque enamorarse es algo que te cambia completamente. Incluso puedes llegar a sentir casi como si no conocieras bien tu identidad durante un tiempo. Ese hecho de cambiar por otra persona es algo que hoy en día tememos mucho, porque uno quiere tener todo bajo control.

Así que el amor es Canadá.

Lo es [ríe].

Me parece muy interesante la comparación que estableces en el libro entre la religión y el amor, como si este también fuera una cuestión de fe. ¿Crees que ese es uno de los motivos por los que el amor está tan devaluado en la actualidad, pues se considera superada esa etapa de lo irracional?

Creo que es extraña la forma en que vemos el amor romántico hoy día, porque por un lado está muy, muy sobrevalorado y al mismo tiempo, muy infravalorado. Así que, en cierto modo, es la única religión que tenemos. Es la única realidad en la que puedes plantearte ser salvado por alguien que pueda hacerte feliz. En ese sentido, es muy parecido a la religión: hace unos cientos de años se pensaba eso mismo sobre ir al cielo o ser redimido por Jesucristo. Quizá el problema es que seguimos mirando el amor como un logro, algo que puedes resolver, conseguir. En el mundo moderno somos seres racionales que queremos controlar todas las cosas y reinar sobre ellas, entenderlas. También lo hacemos con el amor, por ejemplo nos ponemos el objetivo de casarnos, que mi marido trabaje en tal cosa, tener dos hijos, todo eso. Pero es difícil manejar este tipo de eventos porque están fuera de control en muchos sentidos. Si eres religioso, has de creer en dios, algo muy irracional; has de rendirte, bajar la guardia y confiar en eso. Del mismo modo, creer que otra persona es tu amor verdadero, la que está destinada a serlo, es algo muy irracional y puede que muy estúpido. Pero si no crees en ello, es muy difícil que lo vivas.

En Suecia publicaste Los sentimientos del príncipe Carlos en el año 2010, y entonces hablabas del puritanismo del amor romántico. ¿Crees que con el tiempo ha cambiado tu postura al respecto?

Como dices, han pasado diez años entre la publicación de ambos libros. Cuando saqué el primero, pensaba que era importante combatir la idea del amor romántico porque sentía que puede ser muy destructiva, sobre todo para las mujeres: todo eso de que la única forma de ser salvada es que un hombre me ame y tal. En cierto modo, No siento nada es casi opuesto a aquel libro, sí, ¡es justo lo opuesto! [ríe] De hecho, tengo la idea de hacer un libro con ambos cómics, de forma que puedas leerlo por ambos extremos y elegir por ti mismo cuál es tu posición acerca del amor romántico.

Quizá también haya evolucionado desde entonces la percepción social del amor.

Algo que ha pasado en estos diez años es que el feminismo se ha vuelto mucho más popular, más mainstream, creo que también en España. Y además el capitalismo y la cultura de consumo se han apropiado de este movimiento, así que ahora vemos un montón de eslóganes al respecto. Puedo darte un ejemplo de ello. Hay una empresa sueca, cuyo fundador es un multi-multimillonario, que se dedica a la gestión de pagos online y se les critica por ser un poco turbios en su negocio, ya que a veces te cobran de más o te tratan de engañar. Pues por el día de San Valentín lanzaron una campaña publicitaria con Lady Gaga, en la que ella salía con un gran anillo de boda y decía algo así como «Soy mi propio Valentín, puedo casarme conmigo misma» [ríe], porque se supone que es una mujer empoderada. Pero el mensaje también era el de usar ese método de pago con el que en teoría puedes comprar lo que quieras y eres autosuficiente. Y ambas ideas se empaquetaban en un anuncio supuestamente feminista. También hablo de ello en este último libro, esa forma completamente neoliberal de entender el feminismo como algo que va de ser un individuo muy fuerte que no necesita a nadie más. Ese mensaje no tiene nada de radical ni desafía el statu quo. No cuestiona al 1% del planeta que tiene todo el dinero, solo dice que la mitad de ese porcentaje deberían ser mujeres [ríe]. Es ridículo.

En aquel libro también me parece detectar un matiz más idealista en tu forma de ver el poliamor y las relaciones alternativas a lo heteronormativo, mientras que en No siento nada pareces apoyar una visión más clásica del amor, ¿es posible?

La mayoría de las teorías que aparecen en el libro abordan el hecho de enamorarse, así que creo que pueden aplicarse a distintos tipos de relaciones. Pero sí, volviendo a lo de antes, desde un punto de vista racional es muy estúpido deberle fidelidad a una persona para el resto de tu vida, así que parece mucho más moderno no creer en ello. En mi libro supongo que defiendo esa postura estúpida [ríe] por tratarse de un acercamiento más irracional o misterioso. En mi opinión, si llegas a desmitificar por completo el amor, es como si se saliera un poco de tu alcance.

Señalas en tu libro la importancia de lo que llamamos amor en nuestras decisiones vitales y cómo en muchas de ellas (hijos, casa…) los enamorados tienden a ser egoístas, ¿por qué entonces lo seguimos aceptando?

Pues no sé, creo que en parte estamos viviendo una época difícil, porque lo cierto es que no quedan muchas razones reales para estar junto a otra persona, salvo el amor. Hace varias generaciones, podías tener un montón de motivos económicos, como la división del trabajo: un hombre tenía que encontrar esposa porque no sabía cocinar y la mujer debía encontrar un marido que le cortase la leña, ese tipo de cosas. Era más la necesidad de estar juntos, ¿a quién le importaba estar enamorado en tales circunstancias? Pero en esta sociedad de hoy todas esas causas materiales para estar juntos han sido de algún modo deconstruidas, incluso el cuidado de los hijos. Yo misma, con mi expareja, me turno en el cuidado de nuestros hijos cada semana, así funciona en Suecia y es una manera muy común de organizar tu vida familiar. De hecho creo que la tendencia está yendo en esa dirección, con familias e hijos a quienes te puedes adaptar incluso fuera de tus relaciones románticas, porque la única razón de tenerlas es estar enamorado. Ni siquiera criar a los hijos es un motivo material para estar juntos, pues podríamos divorciarnos fácilmente. Así que el hecho de estar o no enamorado es, de pronto y de forma novedosa en la historia de la humanidad, una cuestión crucial: nos preguntamos «¿es esta relación lo suficientemente buena?» o «¿podría afectarme de forma negativa?». Nos vemos obligados a pensar mucho más en el amor y se ha convertido en algo estresante; un proyecto o una meta que ejerce sobre nosotros muchísima presión.

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