Horas críticas

Libros de la semana #13

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Esta herida llena de peces, de Lorena Salazar Masso (Tránsito)

Una cita de la poeta chilena Gabriela Mistral abre este libro-travesía que supone el debut en la novela de Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991): «Un río suena siempre cerca». Ese rumor constante escolta el viaje que emprenden, en la canoa más humilde y con apenas una pequeña maleta, una madre adoptiva y el que se ha convertido en su hijo de pleno derecho, para volver al escenario de la infancia de ella. El motivo de saltarse la escuela ese día es el deseo de su madre biológica de ver al crío, uno de los miedos que irán acechando a su otra progenitora, que sabe lo que es llevarlo dentro como si fuera su sangre y el tormento que eso acarrea: «Una madre es algo que duele. Es herida y cicatriz». Por ello ha de aliviar la carga compartiendo sus recuerdos y —hasta cierto punto— sus sentimientos con otra pasajera durante el extenso periplo. Aparte de ellos, el gran protagonista de esta historia es uno de los ríos más caudalosos del mundo, el Atrato, aquí testigo pero no mudo, porque ante la escasez de poblaciones o de otros habitantes que se cruzan, el paisaje es una voz más en el relato. La selva cobra conciencia y hasta ciertos atributos humanos: «Es la única tierra en la que el sol no es león. Las nubes reclaman lo suyo: atención, que hablen de ellas como del calor». En este lienzo emerge esencial la región del Chocó, abandonada y empobrecida y con mayoría de afrocolombianos. «La historia pesa y el blanco es blanco, hasta los nacidos en este país llegan aquí a tomar lo que no es suyo», se dice en este libro que habla del color de las personas y el de la naturaleza, del sudor, la humedad, las nubes y el olor a madera. Este hermoso y tremendo viaje al corazón de las tinieblas de la memoria y el miedo tiene una potente carga evocadora en su retrato de la infancia y de la maternidad («Una casa es cualquier lugar donde haya una mamá gritando»), ya sea natural o sobrevenida. En Esta herida llena de peces, ser madre es también «inventar juegos de sol a sol», y así se juega aquí con la imaginación y las palabras, en las que Salazar Masso cree tan fervientemente como lo hace su protagonista. Flanquea su propósito una cita de otra grande de la literatura latinoamericana, Alejandra Pizarnik: «Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome».

 

Etimologías para sobrevivir al caos, de Andrea Marcolongo (Taurus)

Fenómenos literarios recientes como han constituido en nuestro país los de Irene Vallejo y Lola Pons, por citar a dos filólogas de incuestionable impacto en los lectores, demuestran el interés actual por el origen de las palabras y todo lo que las rodea. La escritora italiana Andrea Marcolongo (Milán, 1987), estudiosa de las letras clásicas, ha trascendido de similar manera el ámbito académico con sus últimos ensayos —publicados también en Taurus— y vuelve ahora a la carga con este nuevo estudio de gran vocación divulgativa, «un lexicón contemporáneo y rebelde» según ella misma, en el que trata de poner de relieve el poder de los vocablos para ayudarnos a entender el corazón de lo que somos, la «sustancia» de que estamos hechos y de qué manera hemos llegado al presente a través de la Historia lingüística, cambiante y palpitante: «Sin palabras, quedamos elididos de la realidad. Vivos pero ausentes: fósiles. Huellas, sin conciencia ya de lo que somos». Subtitulado Viaje al origen de 99 palabras (o 99 etimologías que nos hablan de nosotros, en su lengua original), cada uno de sus nueve bloques está dedicado a un sentimiento, una sensación, una experiencia o una cualidad, de la «confusión» al «deleite» pasando por el «tormento» o la «luz», que a su vez se ramifican en varias palabras y conceptos que la autora contextualiza remitiendo a su raíz, evolución hasta nuestros días, representaciones en diversas culturas, curiosidades lingüísticas y citas a literatos, entre otros aspectos. Su gran virtud es poner mucho de sí misma, de su propia visión y hasta de sus opiniones, porque al fin y al cabo si un libro como este funciona tan bien es por hacernos entender que la lengua (como a menudo se dice de las matemáticas) está presente en todo lo que experimentamos a diario; todo se puede descomponer en palabras, lo que no supone reducirlo, sino ampliar su vida útil. A fin de cuentas hay en este volumen mucho de unas memorias, sentimentales si se quiere, y es que Marcolongo tiene claro para qué sirven los étimos: «Para no vernos superados, para no quedarnos sin palabras ante la inmensidad de lo que sentimos». En ese sentido, contiene también este ensayo una auténtica declaración de amor a la palabra, lo que significa sobre todo «tener confianza en quien la pronuncia; y en nosotros mismos, para empezar». Por las palabras, sostiene la autora milanesa, «seremos transmitidos, entregados a la memoria futura».

 

Obras completas (y otros cuentos), de Augusto Monterroso (Avenauta)

El próximo 21 de diciembre se cumplirán cien años desde que viniese al mundo el genio creador de Augusto Tito Monterroso (1921-2003), efeméride que ha hecho posible esta nueva edición del libro que supuso su ópera prima —pese a la guasa que gasta su título, coincidente con el del último cuento aquí incluido y que en el relato se refiere, dicho sea de paso, a unas obras completas de Unamuno—. El escritor nacido en Honduras, nacionalizado en Guatemala y exiliado en México se situó a la vanguardia de la literatura en español y revolucionó el relato breve, como reconocería el jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras que le fue otorgado en las postrimerías del pasado milenio, con esta reunión de trece cuentos que elevaban el formato a la perfección. Desde la inauguración de su galería de personajes estrafalarios con Mr. Percy Taylor, «cazador de cabezas» amazónicas que comienza un negocio de venta al por mayor, hasta piezas cercanas a la metaficción como aquella en la que un aspirante a escritor reflexiona sobre los estímulos literarios: «Había descubierto (y tomado certeras notas sobre ello) que los mejores cuentos, y aun las mejores novelas, están basados en hechos triviales, en acontecimientos cotidianos y sin importancia aparente». Tienta la idea de identificar esa reflexión con el estilo (que «lo era todo») de Monterroso, y sin embargo lo extraordinario aparece a menudo en las historias del autor guatemalteco. Lo curioso, no obstante, es cómo sus narraciones afrontan de forma desapasionada y cierta distancia irónica esos hechos inexplicables. Contado así, lo insólito deja de llamar la atención y lo que sorprende son los convencionalismos en derredor, que no solo no resuelven sino que amplían el misterio de lo acontecido. Hablando de lo cual no podemos dejar de mencionar, también presente en esta colección, su archipopular El dinosaurio, que fue mencionado por otro maestro relator, ltalo Calvino, en sus Seis propuestas para el próximo milenio —que, por cierto, es este—, al hablar de la concisión. Una cualidad que sin duda detenta la brillante prosa de Monterroso en este libro, donde narra con fino y a veces saturnino humor las paradojas y los perfectamente racionales sinsentidos de la existencia, evidenciando lo ridículo y lo penoso, a partes iguales, de todo aquel comportamiento hinchado de protocolo y pompa. Pero si hay algo, además de la enorme altura literaria del material original, que hace inusualmente valiosa esta edición, son las ilustraciones de Neus Caamaño (Terradelles, 1984), que amplían el sentido —los sentidos— de estos cuentos y juegan de forma magistral con sus imágenes y sus implicaciones. Artista afincada en Sevilla y con una obra editorial que no para de cosechar reconocimientos (en Avenauta publicó el muy recomendable Black & Tan. Un viaje ilustrado a los orígenes del jazz), nos brinda en este clásico ilustrado la mejor manera de celebrar la inventiva y la capacidad de dejarnos boquiabiertos del ya centenario y, hasta que no se demuestre lo contrario, inmortal Augusto Monterroso.

 

El jardín de los frailes, de Manuel Azaña (Drácena)

Aún hoy cuesta que se reconozca, y sobre todo que se lea, al Manuel Azaña (1880-1940) escritor y periodista, cuyos méritos como presidente y emblema de los valores republicanos en España parecen haber condenado al olvido su distintiva trayectoria en las letras. Por eso es una excelente noticia la reedición de esta suerte de memorias pasadas por el filtro de la novela y publicadas por entregas mensuales entre 1921 y 1922 (aunque sería ampliada para su edición definitiva en 1927, año siguiente a obtener el Premio Nacional de Literatura) en la revista La Pluma, de la que fue fundador, en torno a su experiencia educativa con los padres agustinos en El Escorial, donde ingresó siendo adolescente. En cualquier caso no se trata, según cuenta en su prólogo Ángel Luis Prieto de Paula, de una autobiografía estricta y por eso escenas como la de su autoexpulsión y ruptura con las prácticas religiosas no se han tomar al pie de la letra. En este sentido, el catedrático salmantino no aconseja una lectura simplista que reduzca esta obra a la invectiva anticlerical. También es importante considerar que estas páginas las escribe el Azaña maduro y desde su ideología del momento, no la de juventud. Así, junto al relato de formación se imbrican pasajes ensayísticos, mostrándose mordaz hacia el profesorado y muy crítico con el sistema educativo, tan ajeno a la realidad de aquellas existencias imberbes: «Los maestros preguntan de historia, de física, de agronomía…, pero de ese laberinto en que el mozo se aventura a tientas, con pavor y codicia del misterio, nunca». Aunque tampoco hay en su relato ninguna complacencia hacia el propio alumnado y sus «instintos bestiales», es sorprendente comprobar cómo su visión de la educación puede conectarse con obras tan actuales como la de Elisa Victoria: «El fastidio de tantas horas vacías devorado en común, la pesadumbre del encierro, la privación de afectos suaves y el ver frustrados los gustos individuales por el rasero de la disciplina uniforme, añadían no sé qué punto ácido a la mescolanza de los modales e inclinaciones divergentes». Al final de toda esa integración a palos se halla la metáfora (en los infranqueables muros del monasterio) de una España inamovible, impertérrita en sus ideales teñidos de propaganda. Coming of age intelectual y humano a la manera de otras grandes firmas nacionales de la Edad de Plata, esta obra gana interés por el contexto que ofrece al análisis del futuro pensamiento azañista a partir de episodios más o menos triviales de su juventud, desde la «sed de aventuras» que provocaron en él las lecturas de su adolescencia a su despertar sexual, sus revelaciones estéticas y contemplativas en el jardín del título o su autodescubrimiento psicológico. Justo cien años después de aquella publicación nos llega esta completísima edición crítica de Drácena con profusión de notas a pie de página, notable rescate de una obra saludada con entusiasmo en la escena literaria de la época y en la que merece la pena detenerse justo por eso: la escritura de Azaña, evocadora y rica en matices, a la vez que austera, es el mejor código para acceder al mundo interior de una personalidad irrepetible.

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