En el prefacio al libro El carpintero que conquistó el Imperio romano (Jot Down Books, 2020), su autor aclara que, aun siendo de colegio católico, nunca tuvo mucha inclinación por la fe, lo espiritual de la religión, ni cree en esas historias. Pero un buen día su interés por la Historia, cosa bien distinta, lo llevó a indagar en el personaje de Jesús de Nazaret: «Empecé a preguntarme cómo era posible que un obrero palestino llegase a ocupar semejante estatus en la religiosidad romana y occidental». Así que decidió empaparse de los estudios emprendidos por diversos investigadores, la mayoría anglosajones, que aplicaban rigor donde tan a menudo aparecía el fervor, con idea de despojar al personaje de su icónico arquetipo (el del portal de Belén, el de Velázquez, el de esas películas que pasan año tras año en Semana Santa) para centrarse en el misterio en torno a él, y no precisamente el de la santa trinidad.
Emilio J. Rodríguez, redactor jefe de la revista Jot Down, emprende en este ensayo la verificación del Jesús histórico, ya que del Jesús real es difícil saber mucho (o, al menos, más fiable) que de otras figuras de similar antigüedad, como ciertas estrellas de la filosofía. Desde las primeras menciones a la figura de un tal Yéshua en la historiografía romana al estudio de los manuscritos, muchos y variados, donde se tienen rastros de él, así como las diversas versiones y cronologías de sus andanzas, nada escapa a su análisis. Trata de dilucidar también por qué si todo en su relato se desenvolvía en torno al judaísmo, este fue separado del cristianismo; la respuesta parece residir en sus seguidores, quienes vieron que la misión del Mesías se situaba más allá del reino de Israel.
El cristianismo empezó a recurrir a la divinización de Jesús, facilitada por la crisis moral del Imperio romano, para todo lo que no encajaba en su dogma terrenal
Se transita así, cuenta el autor, de un Jesús victorioso a un Cristo lastimado y portador de la cruz, que había de morir para resucitar. Una divinización de su figura a la que contribuiría la crisis moral del Imperio romano y a la que el cristianismo empezó a recurrir para todo lo que no encajaba en su dogma terrenal. Y en ese punto sí que Rodríguez se ocupa de un asunto que podría ser superficial, pero que a la postre resulta tan trascendental como las enseñanzas más arraigadas en la teología: cómo se fue construyendo a lo largo de los siglos la imagen de Jesús, aquella que habíamos mencionado y que hoy día todos tenemos en mente, desde las representaciones del hierático e inalcanzable Pantocrátor, en las alturas de los templos y los cielos, al dolorido y más gore crucificado del barroco, con el que el pueblo se podía identificar después de haber pasado por una pandemia tan mortal como la peste.
En la parte final de este libro, el autor dedica un capítulo a responder una suerte de Frequently Asked Questions sobre ciertos detalles del Jesús histórico que, en efecto, suelen generar dudas y los más intensos debates. Empezando por la misma existencia del personaje, la probabilidad de encontrar sus restos físicos o su sepulcro (sea santo o no); hasta su procedencia y la época exacta en la que vivió el nazareno; pasando por una supuesta vida sexual y conyugal, la relación con las mujeres de su entorno, la posibilidad «un tanto peregrina» de que fuese influido por el budismo y otras corrientes de pensamiento orientales con las que su mensaje conecta, o la verdad de sus milagros.
Asegura Rodríguez que es reciente este enfoque crítico-histórico a la hora de estudiar las escrituras y, de forma específica, el Nuevo Testamento, pero sin duda resulta una buena nueva que se empiece a abordar lejos de fanatismos. Al fin y al cabo, como recuerda él mismo en las páginas de este ensayo: «La historia tiene poco que decir sobre la fe, y la fe tiene poco que decir sobre la historia».
El carpintero que conquistó el Imperio romano E. J. Rodríguez Jot Down Books 203 páginas 18 euros |
Buenas noches: Si fuera cierto lo que dicen los señores ateos, Jesús el nazareno fue un farsante que vino a hablar de un Dios Padre inexistente y que sobre todo hay que preguntarse por qué se levantaba a orar en la madrugada para estar a solas con su Padre y que para él eso era más importante que hacer milagros o enseñar a la gente. Gracias por su atención
A medida que envejezco yo me estoy despojando de las cosas que no entiendo.Son muy pocas las cosas que creo entender.
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