Atraído por la conversación que mantenían AsimoV, Casandra y Lem, Puntofijo se acercó a la barra.
—Disculpad mi intromisión —dijo—, pero no he podido evitar oír lo que decíais, y vuestro debate tiene para mí tal interés que no he resistido la tentación de acercarme. Un interés doble: como matemático y como aficionado a la ciencia ficción clásica. Ver juntos a tres de sus máximos exponentes…
—No te disculpes, muchacho —lo interrumpió AsimoV con un gesto de bienvenida—. Si me conoces un poco, sabrás lo mucho que me gustan los halagos. Por cierto, si me permites una pequeña reordenación verbal, creo que en vez de «tres de sus máximos exponentes», sería más exacto decir «sus tres máximos exponentes».
—Isaac es un curioso caso de falsa soberbia —dijo riendo Casandra.
—Aunque no tan falsa como su modestia cuando finge ser humilde —añadió Lem con su peculiar risita aspirada.
—Si pudiera ruborizarme, me pondría al rojo vivo —dijo AsimoV—. Pero explícanos lo de tu interés como matemático, muchacho.
—Mientras os escuchaba, me he acordado del teorema de Conway —contestó Puntofijo.
—¡El bueno de John! —exclamó AsimoV—. Me fascinó su juego de la vida; recuerdo el día en que mi amigo Martin Gardner me habló de él por primera vez.
—Fascinante, desde luego, el juego de la vida —convino Lem—. Y el problema del ángel, y los números surreales, y el nudo con once cruces… Pero supongo que Puntofijo está pensando en el teorema del libre albedrío.
—Así es —confirmó el joven matemático.
—¿El teorema del libre albedrío? —repitió Casandra—. Suena a oxímoron… ¿Cómo se puede confinar la inasible voluntad en algo tan rígido como un teorema?
—No hay que confundir el rigor con la rigidez, querida —observó AsimoV.
—El teorema demuestra que si la elección de la dirección en la que se realiza un experimento para medir el spin de una partícula no está en función de la información accesible a los experimentadores, la respuesta de la partícula tampoco se produce en función de dicha información —dijo Puntofijo—. Resumiendo, y en palabras del propio Conway, si quienes realizan el experimento tienen libre albedrío, también lo tienen las partículas elementales.
—Y viceversa: si en el miniuniverso Locus las personas no tienen libre albedrío, tampoco deberían tenerlo las partículas elementales: allí el azar cuántico es una ilusión, como creía Einstein, y está plenamente justificado el nombre de Laplace —añadió AsimoV—. Cada vez tengo más ganas de visitar ese extraño lugar… Tal vez pueda miniaturizarme yo también y colarme por el agujerito de gusarapo.
—Y pensar que en tu anterior etapa vital ni siquiera eras capaz de subir a un avión —dijo Casandra.
—La carne es débil, pero el metal es fuerte —contestó AsimoV golpeándose jocosamente el pecho con los puños.
¡Menuda rapidez! Gracias, Carlo.
La reordenación de AsimoV me ha sacado una buena sonrisa. Me ha recordado su ensayo «Lo antiguo y lo definitivo».
Y su apunte final sobre Locus, muy aclaratorio.
Desde luego, qué equipo tan magnífico y completo el formado por A, C y L.
Ese magnífico equipo alimentó mi adolescencia, y la de tantos y tantas frikis de varias generaciones.