La Taberna Flotante

AsimoV

Taberna Flotante #70

—Estás en lo cierto, querida Osezna —dijo, mientras se acercaba a la barra con paso bamboleante, un pequeño robot de poco más de un metro de estatura que acababa de entrar en la taberna.

—¡Asimo! —exclamó Lem.

—¡Asimov! —exclamó Casandra.

—Ambas cosas —dijo el androide subiéndose de un salto al taburete contiguo al de la narradora—. Soy un ejemplar tuneado de la quinta generación de Asimo, y, por tanto, soy un Asimo V. Y al eliminar el espacio entre el nombre y la V, me convierto en AsimoV.

—Me has llamado Osezna, y solo Isaac me llamaba así —musitó Casandra—. La eliminación de ese espacio tiene que ver con otro cambio…

—Como he dicho, soy un ejemplar tuneado. Nuestro amigo Chalcedon no solo os «resucitó» a vosotres dos —dijo AsimoV marcando las comillas con sus flexibles dedos—. Solo que en mi caso no pudo aprovechar el cuerpo.

—Pero Asimov falleció a finales del siglo XX —objetó Lem—, antes de la creación de Asimo. Y además, si no recuerdo mal, fue incinerado. Una buena razón para no poder aprovechar el cuerpo.

—Fui incinerado, sí, pero no del todo —precisó AsimoV—. Chal escamoteó mi cerebro y lo conservó en una ciberurna antes de meterme en este cuerpo provisional. Durante años viví en un universo virtual inspirado en mis propios libros. Fue muy divertido. Pero echaba de menos la realidad. Y aunque este cuerpo no sea perfecto, por primera vez en mi vida me siento ligero y ágil.

—Al entrar has dicho que yo estaba en lo cierto, ¿a qué te referías? —preguntó Casandra tras una pausa.

—A que el Pozo de los Deseos se ha estrechado tanto que ya no puede pasar por él ni un astronauta enfundado en su escafandra —contestó AsimoV—. Ni siquiera yo cabría por ese agujerito de gusarapo.

—¿Qué interés puede tener ir a un universo que suprime el albedrío? —dijo Lem meneando la cabeza.

—Debe de ser una experiencia psicológica muy especial —opinó Casandra.

—¿Y no crees que el precio es demasiado alto? —preguntó Lem.

—No para un transhumano como yo —contestó AsimoV—. Podría autoprogramarme para tener la certeza de regresar independientemente de lo que le ocurriera a mi albedrío. Suponiendo que tal cosa exista.

—No creo que sea tan sencillo —replicó Lem—. Es ingenuo pensar que un universo newtoniano, no relativista ni indeterminista, sería una mera versión simplificada del nuestro.

—Es muy interesante lo que dices —reconoció AsimoV—. Y paradójico.

—¿Por qué paradójico? —preguntó Lem.

—Porque has empezado diciendo, con tu habitual escepticismo: «¿Qué interés puede tener ir a un universo que suprime el albedrío?», y a medida que desarrollas tus argumentos esa posibilidad me parece cada vez más interesante —respondió AsimoV palmoteando alegremente.

5 Comentarios

  1. Creo que entender lo que significa el libre albedrío no resulta sencillo. Parece lógico que si a AsimoV se le presenta la oportunidad de poder experimentar la diferencia, se lance a ello.
    Por cierto, recuerdo un vídeo de John Horton Conway comentando su teorema sobre el «Free will». Quizá en la TF exista la posibilidad de ver a AsimoV conversando con Conway u otro ser sobre el libre albedrío, poniendo luz sobre un tema que, al menos a mí, me resulta bastante difícil de entender.

  2. Plegarse hacia adentro es reflexionar y elegir es leer en las afueras. Es llamativo que para nombrar al libre albedrío los antiguos hayan elegido el fierro y al exilio, vocablos de la poesía. Mas los poetas ¿tienen libre albedrío? Se me antoja que no. No lo veo, qué sé yo, a Dante por ejemplo desgranar sus innumerables y ricos rios que no necesitan el albedrío ni lecho ni acantilados para apaciguar a la tierra. Si cada uno fuera un rio se apagaría la sed… y las guerras, que sí necesitan del libre albedrío.

    • Las/os poetas intentan superar los límites del lenguaje, en el que estamos fatalmente confinados. Si ellas/os no tienen libre albedrío, ¿quién lo tiene? Puede que ya estemos en el universo Locus sin saberlo.

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