A petición de Fafo Liber, Casandra contó la siguiente historia:
Conocido también como Lacrima Dei, el planeta Agua es una inmensa gota esférica de unos veinte mil kilómetros de diámetro que gira alrededor de una estrella similar al Sol.
Algunos piensan que en el planeta solo hay agua, y que una criatura o un vehículo capaz de soportar las monstruosas presiones de su zona central podrían atravesarlo de parte a parte sin encontrar ningún obstáculo. Pero es poco probable que así sea: aunque en algún momento solo hubiera habido agua en el planeta, los meteoritos caídos sobre él a lo largo de millones de años habrían acabado formando en su centro un núcleo sólido de tamaño considerable.
De hecho, según una de las numerosas historias que circulan sobre el planeta, en algún momento chocó contra él un asteroide de carbono que, al hundirse en aquel inmenso océano esférico y quedar sometido a las tremendas presiones de sus profundidades, se vio forzado a adoptar la estructura más compacta posible y se convirtió, por tanto, en un diamante del tamaño de una montaña.
No menos maravillosos son los relatos sobre los supuestos habitantes de Agua. Sinuosos pulpos araña cuyos tentáculos se ramifican y entrelazan formando redes tan transparentes y sutiles que sus víctimas ni siquiera se dan cuenta de haber caído en ellas. Medusas tan grandes como islas, en cuyas laberínticas oquedades viven y mueren trillones de pececillos diminutos cuya circulación incesante es como un torrente sanguíneo que mantiene vivo al gigantesco anfitrión. Enormes esponjas abisales que atraen con su fantasmal fosforescencia a todo tipo de incautas criaturas, no para devorarlas sino para incorporarlas a su propio organismo, en constante evolución y crecimiento. Con el tiempo, creen algunos, las inmensas esponjas se fundirán en una y acabarán absorbiendo a todos los seres vivos de Agua para convertirse en una potentísima noosfera, con lo que la Lágrima de Dios engendrará su propio ojo divino, como si el efecto hubiera precedido a la causa.
—Otro planeta dios, como diría Grillo —comentó Fafo Liber cuando Casandra terminó su relato—. Y si puede haber dos, puede haber muchos…
—O ninguno —replicó Lem con un gesto de escepticismo—. No te creas todo lo que se cuenta. Y menos lo que contamos Casandra y yo —añadió con su peculiar risita aspirada.
—Puede que no todo lo que contáis sea literalmente cierto, pero de alguna manera siempre lo es —dijo Fafo, y luego añadió mirando a Casandra—: Al enumerar los planetas elementales, has mencionado un hermano de Agua llamado Hielo.
—En realidad, es hermano de la vieja Tierra. O más bien de la viejísima —respondió Casandra.
Y a continuación contó la siguiente historia:
El planeta Hielo es muy parecido a la Tierra, pero tal como esta era hace setecientos millones de años, durante la glaciación global del período Criogénico. Con una única diferencia relevante: su período de rotación es más largo.
Mucho más largo, pues Hielo tarda cerca de un siglo en dar una vuelta completa alrededor de su eje. Y esta lentitud hace posible la vida, ya que, en la franja ecuatorial, la luz de la estrella —similar al Sol— que ilumina el planeta incide en un mismo punto el tiempo suficiente como para derretir el hielo en una zona de unos cuantos miles de kilómetros cuadrados. Y en ese oasis viajero —que se desplaza hacia el oeste a un ritmo de un kilómetro diario— se concentran los escasos pobladores de Hielo, los lentos nómadas del ilimitado desierto blanco.
Según una antigua profecía, llegará un tiempo venturoso en el que la estrella madre de Hielo permanecerá fija en el cénit y los hielanos podrán cultivar la tierra firme y construir edificios perdurables. Y es una profecía certera, pues, al igual que hizo la Tierra con la Luna, la atracción gravitatoria de la estrella irá frenando la rotación de Hielo hasta que el planeta le muestre siempre la misma cara. Solo que para alcanzar esa relación síncrona aún faltan algunos millones de años.
Leyendo sobre el planeta Agua me ha venido a la mente Solaris.
Con la presión tan grande que debe tener el planeta Agua en su centro, supongo que tendría un núcleo formado por hielo. No sé si el impacto de un asteroide de carbono necesitaría atravesar un buen trozo de esa posible capa de hielo para cristalizar en diamante, además de disponer de las condiciones de calor apropiadas.
Incluso tratándose de planetas esféricos resulta difícil conocer lo que nos podríamos encontrar bajo la superficie.
El agua es incompresible, y el hielo ocupa más volumen. Y con una presión tan brutal la propia contracción del carbono generaría el calor necesario para darle fluidez. Pero puedes discutirlo con Fafo, que es ingeniero, tomando una blubirra en la taberna.
Una buena conversación potenciada por una(s) blubirra(s) siempre es bienvenida.
Seguro que las dificultades de los diagramas de fases empequeñecen con cada sorbo.
Siguiendo el ejemplo de Barbanegra:
– ¡Unas rondas a mi cuenta!
Una curiosidad lingüística. No se comprende al agua ni se comprimen las ideas no obstante posean lo mínimo para maravillar aquella y liberar las otras; el bagaje de tan solo tres átomos en una y en las otras unicamente la injusticia que de elementos es privo, me hacen esperar que las ideas duren más. Disculpame si me voy por las ramas, pero la afinidad sonora de ciertas palabras me maravillan, tanto como un planeta cubierto solamente de agua con su inevitable y cambiante vida interior, invisible para aquellos que lo miran desde lo alto y fructífero para los mitos y leyendas. No hace tanto supe que ocaso, occiso y occidente tienen una única raiz, bastante inquietante.
No te disculpes, ER, es un placer verte ir de rama en rama cual Tarzán poético-filosófico.
Buen hallazgo, ese «Lacrima dei». Felicidades.