La nave de Tichy se posó sobre la árida superficie pedregosa, a la orilla de una pequeña laguna.
—¡Esto no puede ser Solaris! —exclamó Mou Gonza al salir al exterior.
—Solaris II —aclaró Chess acariciando el aire con su larga cola peluda—. Como no podía ser de otra manera, Ijon II os ha traído a Solaris II —añadió con una amplia sonrisa gatuna.
—¿Dónde estamos? —preguntó Ric Ric mirando a su alrededor con el ceño fruncido—. Si no fuera por ese sol anaranjado, pensaría que hemos vuelto a Münchhausen.
—Escogí un planeta rocoso similar a Münchhausen en cuanto a gravedad y atmósfera como laboratorio y señuelo —explicó Tichy.
—¿Laboratorio y señuelo? —repitió Mou con los ojos fijos en la laguna, en cuya superficie, cerca de la orilla, se vislumbraba un leve burbujeo.
—Los Veladores saben que hemos descubierto algo muy importante, y si localizan Solaris no nos dejarán seguir accediendo al «planeta dios», como lo llama Grillo, así que esperamos distraerlos, al menos por un tiempo, con este sucedáneo. Aunque, más que un sucedáneo, es una versión reducida —puntualizó Tichy.
—¡No entiendo nada! —exclamó Mou.
—No te preocupes, él tampoco —dijo Chess señalando con la cola a Tichy, que respondió:
—Es verdad, no entiendo nada; pero sé cómo funciona. Más o menos.
—Cómo funciona… ¿el qué? —preguntó Ric Ric.
—Eso —contestó Tichy señalando la laguna, de la que empezaba a emerger una extraño ser antropoide.
—¡Yo lo conozco! —exclamó Mou— ¡Es la criatura de la Laguna Negra, un clásico del cine de terror terrestre!
—Acuático, más bien —ironizó Chess—. El reconocimiento precede a la imagen —sentenció tras una pausa.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ric Ric sin poder apartar los ojos del ser que los contemplaba inmóvil desde las cenagosas aguas.
—Por el aumento del nivel de adrenalina en el torrente sanguíneo de Mou y la aceleración de su ritmo cardíaco al contemplar las aguas de la laguna —contestó Chess—, que mi olfato y mi oído hiperagudos han percibido claramente, he abducido (en el sentido de Peirce) que el burbujeo previo a la emergencia de la criatura ha reactivado algún terror infantil agazapado en las profundidades de la mente de tu amigo, y la proteica entidad que los mineros de Münchhausen denominaron «la cosa verdosa», y que en su momento trasladamos aquí, ha adoptado la forma de esa vieja pesadilla.
—¡Puede leer las mentes! —exclamó Mou.
—Tal vez «leer» no sea la palabra exacta —intervino Tichy—, pero de alguna manera nos percibe. Y de alguna manera responde a nuestros temores y deseos.
—A pesar de su aspecto, su actitud no parece hostil —dijo Ric Ric, aunque sin poder evitar cierta aprensión.
—Por ahora, no lo es —confirmó Tichy dando unos pasos hacia la orilla—. Incluso se diría que intenta complacernos.
—Supongo que, en presencia de… eso, adquiere pleno sentido aquello de que hay que tener cuidado con lo que se desea —dijo Mou.
—Hay que tener cuidado, sí —convino Tichy—, pero no demasiado. Puede que la prudencia nos ayude sobrevivir, pero al precio de no dejarnos vivir plenamente. Un precio que algunos no estamos dispuestos a pagar.
Dicho lo cual se tiró al agua y se abalanzó contra la criatura, que lo rodeó con sus poderosos brazos y desapareció con él en las oscuras aguas de la laguna.
Se percibe que para Tichy no había duda. La idea de pasar de albergar un pedacito de Solaris en su interior a ser abrazado por una de sus transformaciones parece tentadora.
De emerger de la ciénaga, me lo imagino saliendo en brazos de una lamía, aunque lo interesante será, si es el caso, conocer la transformación de Tichy. A ver si, entre otras cosas, le otorga una longevidad asombrosa, como la del tabernero y Casandra.
Esa es la clave, sí, la transformación de Tichy. Tras buscar durante años la aventura en el exterior, la descubre en su propio ser.