El objetivo de la ciencia ficción nunca es predecir el futuro, pero resulta inevitable ceder a la tentación de comprobar cuánto ha acertado una obra en términos de lo que estaba por venir. En el caso de ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, la novela de 1966 recién reeditada por Minotauro (llevaba fuera de circulación desde hace casi cuatro décadas), el listado es absolutamente impresionante y de una sutilidad considerable: Harry Harrison nos traslada a la conflictiva Nueva York de 1999, más de treinta años después de la publicación del libro, donde nos encontramos con un clima errático y unos niveles de contaminación asfixiantes; un gobierno corrupto y criminal; los estratos de más edad de la sociedad convertidos en un estorbo que comienza a ser un recordatorio activo y molesto de las fallas del sistema; la policía investigando los crímenes que convienen a los poderosos mientras que solucionan a golpes las innumerables protestas de las clases más humildes ante los continuos cortes de suministros de necesidades básicas… Harrison solo erró el tiro en un apartado: el motivo de todo ello es la superpoblación.
¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! fue tan impactante en su momento que un superventas bizarro de la importancia de La bomba P, escrito en 1968 por Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich —esta sin acreditar—, pudo verse influido por la obra de Harrison, como los autores reconocían en el prólogo de algunas ediciones. La bomba P predecía (y ese sí era su único valor genuino, razón de más para que hoy se considere una extravagancia para rastreadores de fenómenos editoriales dementes) que la población mundial llegaría al límite de lo soportable en los 70, una tesis que se hizo realmente popular en la década de publicación de la novela de Harrison. En ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! la población de Nueva York alcanza los 35 millones de personas, frente a los casi nueve que tiene realmente en la actualidad.
Es decir, quizás Harrison no supo calar muy específicamente los auténticos motivos del caos futuro, pero hizo algo mucho más valioso dentro del subgénero distópico: detectó las vibraciones de un desorden en el porvenir, de un desencuentro entre poderosos y necesitados, de las tensiones raciales y de clase, e hizo un retrato convulso y poliédrico de un futuro desasosegante y conflictivo; dan igual las causas. Supo ver que lo inevitable para la especie humana era una lucha continuada por la supervivencia y por el crecimiento, y simplemente usó como excusa una conversación que estaba bien presente en su época, aunque con el tino suficiente como para deslizar apuntes sobre motivos bien actuales de crisis a nivel global: el cambio climático, la fractura entre el norte y el sur, el agotamiento de los recursos naturales y el capitalismo autofagocitándose. Le faltó meter nazis a escala planetaria, pero con la Segunda Guerra Mundial recién clausurada, habrían sido necesarios auténticos poderes adivinatorios para predecir ese particular desastre.
Harrison arranca su retrato de un mundo futuro con un crimen, pero ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! no es otro noir vestido con ropajes de ciencia ficción, porque lo de menos es descubrir o atrapar al culpable. El involuntario asesino, un ladrón de poca monta, mata al dueño de un apartamento de lujo por accidente cuando es descubierto en pleno robo. Por otra parte, el policía que se encarga de investigar el caso inicia una accidentada relación con la pareja del gánster muerto, obligada a rebajar drásticamente el nivel de vida que llevaba hasta ese momento. Unos y otros son víctimas: todos se ven sometidos a drásticos racionamientos de agua y comida, a soportar los efectos de una presión constante sobre sus vidas que es el gran hallazgo de la novela.
Pese a estar enmarcado temporalmente en la Nueva Ola de la ciencia ficción, y convertirse rápidamente en uno de los más firmes defensores de la evolución de la literatura de género hacia terrenos que no habían sido explorados por los padres fundadores de la misma, Harrison nunca abandonó en sus historias la vocación de literatura de consumo rápida y sin florituras del pulp. En ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! las palabras se suceden como salidas de una ametralladora, disparando brochazos de una sociedad futura retratada a retazos, y potenciada por los protagonistas múltiples (sumémosle a los mencionados a Sal, el anciano lenguaraz que vive en el apartamento del investigador), que conforman un mosaico de criaturas desesperadas que son la auténtica alma de este relato.
La novela de Harrison, por cierto, fue llevada al cine en 1973 por Richard Fleischer en una película, Cuando el destino nos alcance, que forma parte de la trilogía de ciencia ficción desesperada de Charlton Heston junto a El planeta de los simios y El último hombre… vivo, basada en Soy leyenda de Richard Matheson. La película añade una serie de volantazos argumentales —como la sorpresa final— que le inyectan un carisma tremendo a la historia, pero básicamente se construye sobre los mismos mimbres que la novela: superpoblación y masas sometidas en un mundo futuro que devora, mastica y escupe a quienes intentan sobrevivir en él. 1966, 1973 o 2024. Cambian las excusas, permanece la mirada sin esperanza.
¡HAGAN SITIO! ¡HAGAN SITIO! Harry Harrison Traducción de Jose María Aroca MINOTAURO (Barcelona, 2024) 336 páginas 17,95 € |