—La inmensa mayoría de los agujeros de gusano conectan dos puntos de nuestro propio universo; unos cuantos llevan a universos bebé rudimentarios o inestables, incapaces de evolucionar; y muy pocos, poquísimos, conducen a otros universos susceptibles de albergar la vida, cuya propiedad emergente es la fugaz mariposa de la consciencia, y por eso los llamamos agujeros de oruga.
—¿Los llamamos, dices? ¿Quiénes los llamáis así? —preguntó Lem cuando Casandra terminó su relato.
—Quienes sabemos de su existencia. Es una historia poco conocida, pero que he oído varias veces a lo largo del tiempo y el espacio.
—Has oído un montón de historias, Ursula, y sabes mejor que nadie que muchas son falsas.
—Llámame Casandra, es mi nombre elegido; nunca me he sentido una osita, ni siquiera de niña.
—Pero te gustaban los peluches. Recuerdo una foto de tu infancia en la que pareces muy feliz con un par de ellos.
—Un elefante y un conejo… Me gustaban mucho, pero no me identificaba con ellos. Eran los personajes de mis primeras historias, las que no era necesario escribir… Y he oído un montón de ellas, sí, tal vez demasiadas, y muchas son falsas. Y la primera vez que oí hablar de los agujeros de oruga pensé que eran el producto de la imaginación de algún astronauta bebedor, como los que frecuentan tu taberna. Pero acabo de ver uno, Staszek. O de estar dentro, tal vez.
—¿Cuando estabas en manos de los Veladores?
—Sí… Me desperté sentada sobre una esfera que flotaba en una negrura jalonada de dispersos puntos de luz. Uno de los puntos se fue agrandando a medida que se acercaba, hasta quedar suspendido frente a mí. Era una bola fluctuante del tamaño de una manzana, como un corazón de luz latiendo de manera irregular…
—¿Y crees que esa bola fluctuante era un agujero de oruga?
—Sí. Y también la esfera sobre la que estaba sentada. Y tal vez la negrura en la que flotaba…
—¿Tres agujeros de oruga?
—O tres manifestaciones de un mismo agujero… No puedo expresar con palabras las sensaciones que me invadieron estando allí. Era como si el espacio mismo y la materia contenida en él fueran maleables. En un momento dado hundí accidentalmente una mano en la esfera sobre la que estaba sentada, y al mover los dedos era como si fueran tentáculos muy largos e increíblemente flexibles. Luego, en un momento en que se acercó mucho, intenté agarrar la esfera pequeña que fluctuaba frente a mí y mi brazo desapareció en su interior hasta el codo, cuando debería haber salido por el otro lado, y empezó a moverse en todas direcciones. Y cuando digo todas, no me refiero solo a las direcciones a las que estamos acostumbrados en el espacio tridimensional. Y luego…
Casandra se interrumpió, como si no consiguiera encontrar las palabras, con la mirada perdida y una extraña sonrisa en los labios.
—¿Y por qué crees que los Veladores te llevaron a ese lugar?
—Para impresionarme, supongo, para que cobrara conciencia de su poder. O para que mi mente se disolviera igual que parecían disolverse mis miembros en una realidad de orden superior.
—Pero no consiguieron sonsacarte nada —dijo Lem asintiendo lentamente con la cabeza. No era una pregunta, era una afirmación.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque de lo contrario ya nos habrían expulsado de Solaris.
¿Nos desvelará Ursula el porqué de su elección del nombre de Casandra?
Por cierto, el «habrán» de la última línea, si no es una errata, resulta inquietante.
Es una errata (transtemporal): debería poner «habrían».
Yo no he podido evitar imaginar a la pequeña Úrsula/Casandra abrazando un versión en formato oruga de un Gusiluz.
La experiencia de Casandra con la esfera parece psicodélica. Podría tener efectos secundarios positivos en ella.
Y sin consumir drogas… A ver qué nos cuenta.
Es tan sobrecogedor este universo que a menudo inhibe la reflexión. A tientas me animo a fantasticar como para dar un alivio a la razón, y por deducción llego a lo más simple: es un organismo más, y no obstante sea (aparentemente) inconmensurable y contenedor, está obligado a respetar todas las leyes que permiten su existencia: nacimiento, muerte y resurrección, o sea eterno, un atributo divino autoreferencial. Es como un fruto que permitiría esos agujeros de orugas (jamas tan oportuna esta posibilidad). Las galaxias, con esa “pulpa” de objetos en movimiento alrededor de su centro, en los cuales siempre hay un agujero negro, es lo más similar a un fruto, con su carozo duro y denso, su semilla pronta a estallar, ¿dónde? Quizás más adelante lo sabremos. Un estímulo tus narraciones.
Un estímulo tus comentarios, ER, que nos recuerdan que la poesía y la reflexión pueden ir juntos. Y hablando de juntos, te esperamos en la próxima junta de la Taberna Flotante.