La segunda vez que la cantante calva entró en la Taberna Flotante llevaba una finísima diadema azul, que más bien parecía una línea trazada con regla sobre su frente.
Nada más verla, las pocas personas que había en la taberna se marcharon en silencio. No querían volver a oír su desazonadora canción, ininteligible pero vigorosamente disuasoria.
—Salve, Bernadette —la saludó Lem desde detrás de la barra.
—Soy Vana 16 —contestó ella con voz átona sentándose en un taburete—. Bernadette ha tenido la amabilidad de acogerme en su cuerpo para facilitarme la relación con vosotros, los humanos—. He venido a liberar a mi hijo haploide, Vana 17.
—No puedes liberarlo —replicó Lem— por la sencilla razón de que no está preso.
—Me mandó un mensaje diciéndome que lo habíais secuestrado para intercambiarlo con Casandra.
—Supongo que usó el término «secuestrado» en sentido poético. Solo lo retienen aquí nuestras atenciones. Es un niño encantador.
—Celebro oír eso. Pero es menor de edad y debo llevarlo de vuelta a casa aunque no quiera.
—Nadie te lo va a impedir —aseguró Lem, abriendo los brazos en un gesto conciliador— si no es él mismo.
—Pero tampoco vais a facilitarme la tarea, ¿verdad?
—Tenemos por norma no interferir en los asuntos de otras especies inteligentes —dijo Lem sin poder reprimir una sonrisa irónica—. Pero si sueltas a Casandra podré hablarle de ti favorablemente, y tal vez eso lo anime a volver.
—No puedo soltar a Casandra, porque ya lo he hecho. Consideradlo un gesto de buena voluntad, encaminado a que no veáis una amenaza en nuestra vigilancia ni en esta advertencia: tened mucho cuidado, humanos, tenemos poderosas razones para pensar que estáis jugando con fuego.
Dicho lo cual, la cantante calva se quitó la finísima diadema azul, que en su mano parecía una simple goma elástica, y le dedicó a Lem una sonrisa melancólica.
—Salve, Stan —dijo con su melodiosa voz habitual.
—¿Vuelves a ser Bernadette? —preguntó él.
—Nunca he dejado de serlo. Pero con la diadema puesta, que, como habrás deducido, es un avanzado transmisor neuronal, Vana, pese a estar… lejos de aquí, tiene acceso a mi cerebro y yo me convierto en una espectadora dentro de mi propio cuerpo.
—Es como una posesión diabólica.
—No, porque no pierdo la autonomía en ningún momento. Puede hablar por mi boca y mover mi cuerpo solo en la medida en que yo se lo permita.
—¿Cómo te pasaste al bando de los Veladores? —preguntó Lem tras una pausa.
—No es un bando, Stan. No hay bandos. Hay personas, tanto humanas como no humanas, sensatas y bondadosas, y otras que no lo son. Y yo siempre he procurado estar al lado de las primeras.
—¿Y Chalcedon no?
—Chal no es malvado, pero tampoco muy sensato.
—Formularé la pregunta de otra manera: ¿Cómo entraste en contacto con los Veladores y tomaste la decisión de… estar a su lado?
—Es un historia larga y complicada, Stan. Como la tuya. En algún momento te la contaré.
—Suponiendo que volvamos a vernos.
—Nos veremos a menudo, espero. Pienso quedarme en Münchhausen. Si tú y tus amigos no tenéis inconveniente.
—Por supuesto que no. Y aunque lo tuviéramos, este es un planeta libre. Tal vez el último planeta libre de la galaxia.
Resulta difícil de asumir que a Vana 16 se le pueda relacionar con la sensatez y la bondad, sobre todo teniendo en cuenta el secuestro de Casandra.
Y preocuparse realmente cuando se sabe o se intuye que alguien se está enfrentando a una situación peligrosa, suele requerir una explicación sobre ese peligro.
Si Bernadette está en lo cierto, habrá que esperar a conocer más detalles de los Veladores.
En comparación con lo que hace cualquier gobierno «democrático» en nombre de la «seguridad», los Veladores son hermanitas de la caridad 🙂
De hecho, a mí el nombre de los Veladores me recuerda bastante a eso justamente. ¿Por qué o por quién(es) velan los Veladores? Es bastante inquietante.
La idea está tomada de Jeff Hawke, un cómic clásico. Velan por la seguridad de la galaxia. Lo cual es bastante inquietante, sí.