Sentada sobre una esfera suspendida en la negrura, no estaba incómoda ni asustada, solo sorprendida de no estarlo.
La bola de luz palpitante flotaba frente a ella, esperando. Tras repasar mentalmente su repertorio, Casandra empezó a contar una de sus historias favoritas:
—El nombre del mundo es Bosque…
—Esa ya la conozco —la interrumpió la luz—. Hay dos versiones divergentes, y supongo que ibas a contarme la menos conocida: la historia de un bosque global acorralado sin tregua por una ciudad creciente hasta quedar reducido a un solo árbol dentro de un torreón. Es muy buena; pero si quieres sorprenderme, conmoverme, divertirme o asustarme, tendrás que contarme algo que no sepa.
Casandra suspiró con resignación y, tras una ensimismada pausa, se decidió por una historia que se podría resumir así:
El planeta Arcadia no es similar a la Tierra: es igual. Los primeros terrestres que, conscientes de que se hallaban a muchos años luz del Sistema Solar, se acercaron a Arcadia, pensaron que sufrían una alucinación provocada por la añoranza del hogar. Los mismos océanos azules, los mismos continentes, las mismas cadenas montañosas…
Pero no era una alucinación: era un milagro. Una copia casi exacta de la Tierra sin seres humanos y en estado edénico. El lobo y el cordero tumbados el uno al lado del otro sobre la fresca hierba, el leopardo y el antílope bebiendo juntos del mismo arroyo, el halcón y la paloma posados en la misma rama…
La vida en la Tierra es el resultado de miles de millones de años de lucha sin cuartel entre individuos y entre especies. ¿Cómo es posible que en un planeta gemelo poblado por la misma fauna desapareciera toda forma de violencia?
Para los creyentes, es un regalo divino, un modelo a imitar, un espejo mágico colgado en el firmamento, una evocación del Paraíso Terrenal.
Para los no creyentes, Arcadia es la obra de una civilización avanzadísima que en algún momento quiso enmendar los excesos de la ciega evolución terrestre en un planeta terraformado a tal efecto. Mediante ingeniería genética, sustituyeron las plantas carnívoras por plantas carnales, de modo que el fiero lobo pastara apaciblemente junto al manso cordero, y ajustaron todos los ecosistemas para que, sin perder su riqueza, dejaran de ser violentos.
¿Y por qué harían una cosa así? Algunos creen que es probable, por no decir seguro, que la evolución intelectual y moral de una especie racional la lleve a intentar eliminar el sufrimiento en todas sus formas y para todas las criaturas. Otros, menos optimistas, piensan que podría tratarse de un colosal experimento o de un proyecto a largo plazo cuyo propósito no podemos ni imaginar.
—Impresionante, sin duda; pero me habría impresionado más si no fuera porque ya he oído algunas historias parecidas —dijo la luz parlante—. Incluso podría contarte yo a ti una versión más detallada y aún más inquietante. No es fácil sorprenderme, querida Casandra, y tampoco es fácil asustarme. Te sugiero que la próxima vez intentes hacerme reír. O llorar.
No parece muy apropiado intentar sorprender a alguien (algo) que conoce muchas historias utilizando un repertorio aprendido. Una opción para Casandra sería la de crear una historia novedosa a parir de diversas de las que conoce. Improvisar un poco suele ser una buena opción.
De todos modos, sí que parece más sencillo divertir o conmover, pues mucha gente ríe o llora incluso conociendo lo que va a ocurrir (en este caso, la historia que va a ser contada). La bola de luz palpitante parece querer ayudar a Casandra, de modo que inventar una historia sobre planetas extraños y maravillosos protagonizada por una diminuta estrella centelleante del tamaño de una manzana orbitada por un microplaneta oscuro, quizá fuese un buen comienzo.
Casandra intuye que la bola quiere sonsacarle información. Yo creo que, de momento, «se hace la tonta». Por cierto, en su repertorio hay un micromundo fascinante, sí. A ver si nos habla de él…
Las historias de Casandra siempre son bienvenidas. Seguro que nos la cuenta…
Me apasionó este raconto, Carlo, que por simple e intuitivo no pierde jamás su validez, como si fuera un sustrato imprescindible de nuestra ser que, y para no olvidar lo que somos y lo que podríamos ser, emerge cuando uno menos lo espera como en este caso, siempre renovado y sorprendente, nostalgia de un imposible paraíso perdido; y en el medio esa pobre Casandra que no creo que pueda narrar algo divertido. Gracias.
Creo que lo has expresado muy bien, ER: un sustrato imprescindible de nuestro ser, una búsqueda de una perfección que, aunque inalcanzable, nos invita a ser mejores. En cuanto a Casandra, puede ser divertida, ya verás…