La Taberna Flotante

Los cristales soñadores

Taberna Flotante #38

Cubierta de la primera edición italiana de «Los cristales soñadores»

Soñó que era Alicia en el País de las Maravillas, y que el Gato de Cheshire le sonreía desde la rama de un árbol. Pero no era Alicia, sino Humpty Dumpty. Y el huevo que era se rompió y de su interior salió él mismo, un niño de seis años.

—No me engañas, pequeño Staszek —dijo el gato sin dejar de sonreír.

—No te engaño —contestó él.

—Eso he dicho, que no me engañas. Dime lo que ocultas.

Comió un trocito de la seta mágica que llevaba en la mano y creció. Era él adulto. Y estaba tumbado en la cama. Y el gato no estaba posado en una rama, sino en la mesita de noche.

Recordaba haber apretado el botón que convertía el reservado de la Taberna Flotante en dormitorio. Recordaba la cama abatible y la mesilla emergiendo de la pared, mientras la mesa circular y las sillas desaparecían en el suelo. Pero no recordaba haberse acostado.

—¿Qué me has hecho? —le preguntó al gato.

—Nada —contestó Chess acariciando el aire con su larga cola peluda—. Mientras te hablaba de mi encuentro con tu tataratataratataranieto Tom Lem en una librería de la Tierra, te has sentado en la cama y te has quedado dormido. Y eso que parecías muy interesado en mi relato.

—Hacía mucho tiempo que no me pasaba —dijo Lem con la mirada perdida—. Es como una especie de narcolepsia selectiva: cuando algo me perturbaba en exceso, me quedaba dormido como forma de huida… ¿Me has leído el pensamiento?

—No puedo hacer eso. Pero mis sentidos hiperagudos perciben tus microexpresiones faciales, tu ritmo cardíaco, las fluctuaciones del nivel de adrenalina… Y por eso sé que me ocultas algo en relación con Ijon I. No le has revelado tu identidad porque desconfías de él.

—Es cierto —admitió Lem asintiendo lentamente con la cabeza—. Ni siquiera estoy seguro de que sea el mismo al que encontré malherido hace más de doscientos años.

—¿Por qué?

—Dijo que mi novela Solaris se inspiró en una leyenda galáctica que él me contó, y no es cierto.

—Ha pasado mucho tiempo, podrías haberlo olvidado.

—No hablaba con extraterrestres todos los días, recuerdo perfectamente cada cosa que me contó, y además tomé notas detalladas de todo lo que dijo. Y nunca habló de un mar inteligente ni nada parecido. Además…

—Además, sacaste la idea de otro sitio —terminó Chess la frase por él.

—¿Y dices que no me lees el pensamiento?

—Pero leí los libros de la librería en la que me entrevisté con Tom.

—¿Todos?

—Solo los de ciencia ficción clásica, unos dos mil.

—Y leíste Los cristales soñadores, de Theodore Sturgeon.

—Sí. Una novela publicada en 1950, diez años antes que Solaris, y en la que una inescrutable inteligencia extraterrestre de aspecto inorgánico crea duplicados de todo tipo de cosas, incluidos seres humanos, que se angustian por su condición artificial hasta el punto de buscar la muerte.

—Mi novela más famosa es un plagio —dijo Lem con amargura.

—No —replicó Chess—, puesto que llevas la idea de Sturgeon, suponiendo que sea suya, mucho más allá que él y te sirve de base para una narración más profunda e inquietante.

—Pero debería haber reconocido mi deuda con Sturgeon. No entiendo cómo no me acusó de plagio. Incluso habló bien de mis libros…

—Tal vez no te acusó de plagio porque la idea tampoco era suya.

10 Comentarios

  1. Es que las ideas no son de nadie. Están ahí, en la vida, en el mundo, en un recodo del camino o en medio de un muladar. Los escritores nos sentimos dioses, creemos que alumbramos ideas y creamos personajes a los que damos muerte, u orgasmos, pero no somos más que parte de algo que nos excede, y en todo caso descubridores, buscadores. Igual que la música que escucho en este instante no es de Chopin, Chopin solo hizo que levantarla del barro en el que ya existía. Mozart al menos lo reconoció, no se creyó lo que no era. Así que, Lem, no te entristezcas. Encontraste el mismo diamante, nada más, y lo puliste, encontraste en él facetas más complejas. Y nada menos.

    • «Non ha l’ottimo artista alcun concetto c’un marmo solo in sé non circonscriva col suo superchio, e solo a quello arriva la man che ubbidisce all’intelletto». ¿Conoces este precioso soneto de Miguel Ángel? Abundando en la idea, tu barro es su mármol.

  2. Jaime Escutia

    Nunca desde toda la historia de la Humanidad habían sido accesibles tantas obras de tanta gente. Hasta el punto de que dentro de poco será imposible escribir algo que no haya sido ya escrito por alguien más.

    • Y además una IA ad hoc detectará inmediatamente lo que un texto le debe a otros ya existentes y establecerá su CO (cociente de originalidad). El concepto de «autor» se modificará sustancialmente y se acercará al de dj.

      • La idea del CO parece muy interesante, pues establecer la frontera entre lo que es un plagio y lo que no lo es no parece fácil de determinar. Un valor como el CO sería mucho más apropiado frente a un etiquetado del tipo «plagio/no plagio», pero creo que determinar dicho coeficiente también podría resultar muy difícil. Por cierto, creo que es muy acertada la denominación (frente a coeficiente de copia), pues pone el foco, más que en lo «copiado», en el valor de las nuevas aportaciones que, de manera natural, se construyen sobre aportaciones e ideas previas.

        • Sería muy difícil, sí, y habría que definir muy bien los criterios de partida. En el caso de un texto, por ejemplo, se podrían destacar las coincidencias de más de n palabras seguidas. Las coincidencias conceptuales serían mucho más difíciles de tipificar.

  3. Una delicia el inicio con ese diálogo circular que engaña, Carlo. Muy bueno. Ese gato comienza a serme antipático, tan sapiente él. La angustia de Lem por sentirse un plagiador (que no comparto), me obligó a consultar el Devoto-Oli que, como todo diccionario que se precie, es el compendio de miles de fabulosas micro-Historias, y en él hallé el origen de ese vocablo que lo libera de cualquier culpa, tanto a él y a mí, que escribiendo sé que es imposible no plagiar: Hurto de esclavos, dice ese gordo librazo, y si es así, sólo tendríamos que sentirnos en culpa si a los esclavos robados no le diéramos la libertad merecida. La Filología a veces ayuda.

  4. Según el Diccionario del Diablo un plagio es una coincidencia literaria que se produce al combinarse una prioridad desacreditable y una subsecuencia honrada.
    No sé muy bien dónde le deja eso a Lem pero ahí lo dejo.

    • Creo que no hay definición que apee a Lem del lugar -muy suyo y muy alto- que se ganó a pulso. Lo que ocurre es que su fuerza no reside en la supuesta «originalidad», sino en la profundidad de sus elucubraciones. Dicho esto, habría estado bien que hubiera reconocido su deuda con Sturgeon. Y yo debería haberme atrevido a decírselo cuando era su editor.

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