La Taberna Flotante

Una vida fuera de este mundo

Taberna Flotante #37

Stanisław y Tomasz Lem en Viena, 1984. / © Tomasz Lem

Lem tenía un refugio secreto: una solitaria cabaña de madera en el bosque de Pisz, cerca de donde había encontrado al náufrago extraterrestre. Y en esa cabaña se despertó —o revivió— tras su supuesta muerte. Ijon le había dejado una escueta nota: «Tengo que irme, pero volveremos a vernos, en este planeta o en otro». Tras el desconcierto inicial, Lem comprendió que la nota hacía referencia a que su amigo alienígena le había otorgado la inmortalidad, o al menos una extraordinaria longevidad, ya que faltaba mucho tiempo para que los terrestres pudieran viajar a otros mundos.

Decidió mantener en secreto su inverosímil «resurrección» y su aún más inverosímil rejuvenecimiento (durante más de un mes, fue como si su organismo retrocediera un año cada día); solo le contó lo ocurrido a Tomasz, su hijo, y aprovechó el parecido físico entre ambos para hacerse pasar por él: con su pasaporte, viajó por todo el mundo durante años, sin permanecer demasiado tiempo en ningún sitio. No tenía problemas económicos (Tomasz, que gestionaba sus cuantiosos derechos de autor, le mandaba dinero con regularidad); pero resultaba cada vez más difícil, a medida que aumentaba el control electrónico de los datos personales, ocultar su eterna juventud, y acabó viviendo en Sentinel del Norte —conocida como la Isla Prohibida— con los fieros nativos andamaneses, que lo acogieron como a un enviado de los dioses.

Cuando murió el hijo de Lem, un nieto heredó el secreto y el encargo de ocuparse de los asuntos del inmortal; y luego un bisnieto, un tataranieto, un chozno… Y cuando, mucho tiempo después, los viajes interestelares se hicieron posibles, a la vez que se hacía imposible pasar inadvertido en la Tierra, Lem utilizó su considerable fortuna, pues sus libros se habían vendido por millones, para conseguir una astronave y viajar al planeta fronterizo Münchhausen, donde compró un laboratorio clandestino que había quedado destruido tras un aparatoso accidente para convertirlo en la Taberna Flotante. En Münchhausen casi nadie decía su verdadero nombre y casi todos tenían algo que ocultar u olvidar, y una norma social sólidamente establecida era no hacer preguntas, por lo que, por fin, y tras un larguísimo vagabundaje, Lem encontró un lugar en el que instalarse.

La primera biografía de Stanislaw Lem, publicada diez años después de su supuesta muerte, se tituló Una vida fuera de este mundo. Paradójicamente, a la primera parte de su vida le pusieron el título que le habría correspondido a la segunda.

Todo esto lo averiguó Chess tras localizar, en una pequeña y anacrónica librería de la vieja Tierra, a Tom Lem, un tataratataratataranieto de Stanislaw que llevaba muchos años sin tener noticias de su tataratataratatarabuelo secreto y que recibió al gato solariano con los brazos abiertos.

De la larga, cordial y reveladora conversación que mantuvieron, cabe destacar las frases iniciales:

—¿No te sorprende que sea un gato parlante? —preguntó Chess tras acomodarse sobre un polvoriento montón de libros.

—Viniendo de parte del abuelo Staszek —contestó Tom con un leve encogimiento de hombros—, lo que más podría sorprenderme sería que fueras una persona normal y corriente.

2 Comentarios

  1. Tras leer lo del tataratataratatarabuelo he comprobado que no significaba exactamente lo que pensaba. Quizá no queda tan lejos poder salir de la Tierra y visitar planetas de la periferia de la galaxia, aunque mentalmente ya los hayamos podido visitar.
    Por cierto, la lectura me ha hecho reflexionar sobre la dificultad de pasar desapercibido, sin poder ser identificado. Parece que cada vez resultará más difícil. Lem habrá tenido que lidiar con bastantes dificultades y, probablemente, grandes riesgos.

    • De hecho, ya es prácticamente imposible en los países tecnológicamente avanzados. De no ser porque cabe suponer que la globalización no será total y absoluta y siempre habrá zonas de penumbra en la que escapar a la mirada del Gran Hermano, nuestro Lem hipotético no podría haber llegado a Münchhausen de incógnito.

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