La Taberna Flotante

La leyenda del gato gatero

Taberna Flotante #35

«Gata keiko», de Utagawa Kuniyoshi

Tal como Ijon I había predicho, por Münchhausen empezaron a circular diversos rumores relativos a los insólitos acontecimientos de los últimos tiempos. Curiosamente, el suceso que menos llamó la atención fue el más extraordinario: la desaparición de la Taberna Flotante durante toda una noche de trilunio; se dio por supuesto que se trataba de un truco de invisibilidad complementario del golpe de efecto de la levitación magnética.

Casandra, la rejuvenecida narradora oral, estaba especialmente atenta a la propagación de tales rumores, llamados a convertirse, en algunos casos, en auténticas leyendas urbanas. O galácticas. Una de sus favoritas era la del gato gatero, que incorporó a su repertorio. Casandra solía contarla más o menos así:

Un gato inmortal procedente de la nebulosa de Andrómeda, al que ahora llaman Chess por su absoluto dominio del ajedrez, llegó a la Tierra, nadie sabe cómo ni por qué, hace miles de años. Algunos pueblos primitivos, a los que ayudó a evolucionar, lo adoraron como a un dios o a un ser semidivino, aunque otros lo consideraron un engendro del infierno y lo identificaron con el demonio Mammón. En la antigua China lo llamaron Li Shou y lo veneraron como protector de las cosechas. Y en Japón dio lugar a la leyenda de los bakeneko, gatos con poderes sobrenaturales que se divertían realizando actividades humanas, como escribir o tocar instrumentos musicales. En Egipto pensaron que era una deidad femenina, madre de todos los gatos, a la que llamaron Bastet. Los antiguos egipcios fueron los que más se acercaron a la realidad, pues a los gatos los creó Chess mediante ingeniería genética, y desde siempre integran un enorme organismo colectivo que, por analogía con el hormiguero, algunos denominan «gatero». Su creador está en contacto telepático con todos sus vástagos, y de este modo está informado de lo que ocurre en todas partes, pues en todas partes hay gatos, ya sean domésticos, callejeros o salvajes; por eso lo llaman también Ubicat, el gato ubicuo. Es de gran tamaño, y cuando se enfurece inspira pavor, pero se muestra amable y generoso con la buena gente. En la antigüedad, algunas personas describieron su influencia benéfica como una luz que penetraba en la mente. «Fue como si una estrella se posara en mi frente», dijo una joven campesina de la Italia medieval —donde lo llamaban Gatto Mammone— que imploró y obtuvo su ayuda. El gato gatero puede flotar en el aire y volverse invisible, y busca la compañía de las personas más sabias e inteligentes de todas las épocas y lugares. Lewis Carroll lo conoció y se inspiró en él para su Gato de Cheshire, y a Erwin Schrödinger se le ocurrió su famosa paradoja al verlo fluctuar entre dos niveles de realidad. Actualmente, Chess viaja en compañía de un corpulento humanoide que también procede de Andrómeda, y han elegido el planeta fronterizo Münchhausen como base de operaciones. Quieren asociarse con un misterioso planeta inteligente que algunos llaman Solaris, aunque nadie sabe con qué propósito.

—Yo sí que lo sé —dijo Cuasitodo con expresión sombría la primera vez que oyó el relato de Casandra—. Quieren dominar la galaxia.

—¿Esta o Andrómeda? —ironizó el tabernero.

—Búrlate, búrlate. Si sigues tomándotelo a broma, acabarás siendo la mascota de un gato —replicó Cuasitodo.

—Relájate, ciborguito —intervino Casandra—. En la antigua China se creía que los gatos eran los guardianes del orden, y que los dioses les concedieron el don de la palabra antes que a los humanos. Pero los gatos no estaban interesados en dominar el mundo. Y apostaría a que siguen sin estarlo.

12 Comentarios

  1. Los gatos también nos dan la prueba irrefutable de que la tierra no es plana, ya que tirarían todo por el borde.

  2. Los gatos son fascinantes, no se me ocurre cosa más gratificante y misteriosa que su ronroneo. En los estudios Ghibli también se puede apreciar ese embeleso por ellos, supongo que heredado de lo que comentas, de las leyendas japonesas y de Carroll que son recurrentes en sus películas. Tenemos ejemplos como el Barón, Jiji, el Gatobús…

  3. Me parece que la suposición de complementariedad entre la invisibilidad y la levitación magnética invita a una (re)lectura de «El ojo que no ves».
    Por cierto, el diminutivo del último párrafo me ha traído a la mente un recuerdo relativamente cercano. Aunque suelen denotar un cierto aprecio, en ocasiones se utilizan de forma despectiva. Supongo que en este caso Casandra hace un uso más neutro.

    • La levitación (o el vuelo) y la invisibilidad son complementarias en el sentido de que la segunda te permite estar en cualquier sitio y la segunda, marcharte. En cuanto al diminutivo, entre afectuoso y burlón, diría yo. Pero habría que preguntarle a ella…

  4. Por no olvidar al Gato con SuperBotas, capaz de viajar a velocidades superlumínicas, para desesperación de Einstein.

  5. Totalmente de acuerdo con Floral y su comentario sobre el ronroneo de los gatos. Yo convivo con dos. Uno naranja atigrado que responde al nombre de Bob y aunque no juegue al ajedrez en su entorno cercano le conocemos como Bobby.
    La otra una gata tricolor, cualidad prácticamente exclusiva de las hembras, cuyo nombre es otro palíndromo de 3 letras (número primo, que sé que a las gentes de mates os gustan éstas cosas) y que hace honor a la mater de todos los ordenadores y por tanto también de todos aquellos con conciencia propia y todos los orcos (las computadores con prótesis biológicas no los otros) y a la que no me importaría ver tomándose una buena y refrescante cerveza azul en la taberna fantástica.
    Aunque sea lo que parece todo esto no es ninguna BobAda.

  6. Sin duda no podremos saber jamás qué pasó en la TF durante su desaparición o invisibilidad por ¡toda una noche! Estos “orificios o puntos negros” en la escritura me crean un cierto malestar, justificados por cierto. Hasta ahora Casandra no presenta ningún síntoma o angustia como su clásica homónima. Prerogativas de la escritura. Por el resto no estoy de acuerdo con eso de que los gatos no están interesados en dominar el mundo. Lo hacen, pero con diplomacia gatera o gatuna, sigilosamente, ubicuamente, mesuradamente, sin derramamiento de sangre. El mío hasta crea alianzas momentáneas con aquellos a quienes hablo mal de él; con pocos roces en sus piernas, la cola bien rígida, el lomo arqueado y ronroneos adecuados me deja siempre en minoría y mal parado. Es un haragán aprovechador. A menudo pienso que, cuando me mira fijo, no hace otra cosa que buscar nuevas estrategias de dominio. “Mi viejo gato haragán se estira perezoso para luego enroscarse blandamente y quedar ensimismado barruntando cual filósofo el extraño sino de la vida. Entrecierra los ojos perspicaces y se olvida que en las grietas de su único Presente las lauchas de la alegría duermen grises al reparo, un momento de tregua en el ensueño mágico de lo existente. Su misión reposando hoy es otra; es dar lecciones de abandono ahorrando astucia y eficacia para aquel que camina, fuma, piensa, lee y se pasea arrastrando las dos patas. Lindísima la estampa japonesa. Muy bueno, Carlo.

    • Efectivamente, ER, la sabiduría gatuna consiste en «dominar el mundo» de la única forma a la vez posible y grata: cuidando el entorno y cultivando amistades. Si el tótem de los cínicos es el perro, el de los epicúreos es el gato.

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