Por primera vez en mucho tiempo, la Taberna Flotante permanecía cerrada al público. Y en una noche de trilunio, además, cuando la concurrencia solía ser mayor, pues en aquellas ocasiones en las que las tres lunas de Münchhausen brillaban llenas en el cielo nocturno, la taberna levitaba, haciendo honor a su nombre, y la geisha robot, normalmente desactivada o en modo camarera, desplegaba todos sus encantos. Pero Ijon I había insistido en que la reunión del improvisado comité de emergencia se celebrara precisamente esa noche.
Sentados en círculo alrededor de la mesa del reservado, Ijon II, los tres Arnos, Doc Frankenstein, Cuasitodo, Bobby Blue, Casandra y el tabernero tenían los ojos fijos en la pequeña Neurénula. La hija de Ijon II, de pie en el centro de la mesa, dijo sin preámbulos:
—Ijon I está en el sótano ultimando los preparativos de nuestra inminente misión y enseguida vendrá. Mientras lo esperamos, haré un resumen de la situación. En el planeta que llamáis Solaris hay un poderosísimo supercerebro del que incluso sus neuronas constituyentes sabemos muy poco. No conocemos sus propósitos ni sus deseos, si es que en su caso cabe hablar de tales cosas, y no podemos prever qué ocurriría si interactuara con personas ambiciosas o malintencionadas. Por eso os hemos pedido la máxima discreción. Y por eso vamos a hacer lo posible para evitar, por ahora, las visitas indiscriminadas a Solaris.
En ese momento entró en el reservado Ijon I. Quienes nunca lo habían visto, que eran la mayoría, quedaron sobrecogidos ante aquel corpulento humanoide de más de dos metros de estatura, masiva cabeza e inescrutables ojos azules, casi transparentes.
—¿Quién eres y de dónde vienes? —exclamó, visiblemente alterado, Cuasitodo—. Tengo acceso a prácticamente todas las bases de datos de la galaxia y no figuras en ninguna de ellas.
—De momento, no puedo contestar a esas preguntas —contestó Ijon I.
—¿Por qué? —insistió Cuasitodo.
—Decir por qué no puedo contestar equivaldría a hacerlo. Podría dar una respuesta falsa imposible de comprobar, pero no quiero engañaros.
—Tengo por norma actuar sobre la base de una información completa, así que no contéis conmigo —dijo Cuasitodo levantándose de la silla.
Mientras el cíborg se encaminaba hacia la puerta de salida, Ijon I dijo tranquilamente:
—Ten en cuenta que la taberna se ha separado del suelo.
—Unos cuantos metros de levitación magnética no van a detenerme —replicó Cuasitodo.
Pero cuando abrió la puerta se le cortó la respiración. Estaban en el espacio exterior, y Münchhausen era apenas una bola del tamaño de una manzana que brillaba bajo sus pies. Sus pies aparentemente apoyados en el vacío, pues sin darse cuenta había dado un paso hacia el exterior.
—Estamos en mi nave —explicó Ijon I—, que no es un recipiente estático, como las vuestras. Es un generador-propulsor compacto que puedo acoplar a cualquier vehículo o habitáculo que no exceda de cierto tamaño. Lo he acoplado a la taberna, que ahora está envuelta en una burbuja energética invisible y se desplaza verticalmente con aceleración 1g, por eso tenéis la sensación de seguir bajo el influjo del campo gravitatorio planetario. Disponeos a saltar al hiperespacio.
Creía que Cuasitodo era un orco. Tal vez no sea más que un pequeño detalle pero para mí la identidad es importante. Por cierto, Adar en euskera significa «cuerno». ¿Está acaso Doc Frankenstein buscando algún unicornio? ¿Sé equivocó al diseñar la protuberancia que alberga la identidad de Cuasitodo como una joroba en vez de como un cuerno?
Tienes razón, es un «orco»; pero si no se explica cada vez que es un «orco» entre comillas, la peña piensa que es un orco de los otros. Hay que resolverlo. Interesante lo de adar. Vale al menos como metáfora, pues es una joroba tan aguda y agresiva como un cuerno.
¡Rayos! ¡Un salto al hiperespacio! Nos esperan personajes del pasado o del futuro. Esto promete.
Intentaré cumplir la promesa. Y sin viajes en el tiempo, que siempre me han parecido un recurso fácil y tramposo.
Me pregunto si la burbuja energética sería capaz de eliminar la influencia gravitatoria, pues aparte de la aceleración de la nave/taberna a 1g, supongo que habría que añadir la fuerza de atracción de la Tierra, que en los primeros miles de kilómetros sigue siendo relevante.
En cuanto al salto al hiperespacio, como ya comenta Ric, seguro que nos ofrece interesantes sorpresas.
Efectivamente, si quieres que los ocupantes no noten nada, hay que ajustar la aceleración de forma que en cada momento A + Gd = G, donde A es la aceleración de la nave, Gd la atracción del planeta a la distancia d y G la gravedad en su superficie. Y espero que sí, que las respuestas os reculten interesantes.