No era la primera vez que el falso Ijon Tichy, que había pasado a ser Ijon II, se presentaba en la Taberna Flotante acompañado por alguien —o algo— poco común; pero verlo llevando a una niña de la mano era más de lo que Casandra, la narradora oral terrestre, y el tabernero habrían podido imaginar. Y la sorpresa fue aún mayor cuando el astronauta anunció con una amplia sonrisa:
—Ella es Neurénula, mi hija. Sí, ya sé que solo hace unos días que me fui; pero es que en Solaris algunas cosas ocurren muy deprisa.
Parecía una niña de unos tres años. Iba desnuda y descalza, y su aspecto era totalmente humano salvo por el tono rojizo de la piel, los ojos algo más grandes y más negros de lo normal, y sus ondulantes cabellos blancos, que en realidad eran transparentes, como finísimas fibras ópticas mecidas por una brisa virtual.
—Se parece a Neurena —observó el tabernero.
—Sí, de cintura para arriba se parece mucho a su madre, pero de cintura para abajo ha salido al padre —dijo Ijon II sin dejar de sonreír.
—¿Te has apareado con un calamar? —exclamó el tabernero con aprensión.
—No seas estrecho de miras —lo reprendió Casandra—. La mitología y el folclore terrestres incluyen sugerentes relatos de encuentros entre humanos y cefalópodos. Como la leyenda japónica de Taishokan, protagonizada por la esposa de un pescador que mantiene relaciones sexuales con dos pulpos a la vez, uno grande y otro pequeño.
—Que conste que no es el caso —se apresuró a aclarar Ijon II—. No me van los tríos, y mucho menos el incesto.
—¿Tu… hija no habla porque no quiere, o tiene la suerte de no entender lo que decimos? —preguntó el tabernero tras una incómoda pausa.
—Supongo que es autista, como yo, que hasta los tres años no dije ni una palabra. Pero se entera de todo. Es muy lista.
—Es posible que lo sea, si de cintura para arriba ha salido a la madre —comentó con sorna el tabernero—. Y tu otro… hijo, el gato Chess, ¿qué ha sido de él? Pasó por aquí hace unos días para decirme que estás loco, cosa que ya sabía, y no lo he vuelto a ver.
—Yo tampoco —respondió Ijon II, ignorando las pullas del tabernero—. No está en Münchhausen. Y se ha llevado mi astronave.
—¿Y cómo has vuelto de Solaris?
—Me ha traído Ijon I. Junto a su nave, dicho sea de paso, las nuestras parecen cafeteras de la era analógica. Se ha vuelto a ir enseguida, no sé adónde, pero volverá pronto. Me ha pedido que os repita que es muy importante que todo lo relativo a Solaris se mantenga en secreto. Dentro de unos días se reunirá con el reducido grupo de personas que estamos más o menos al tanto y nos explicará lo que ocurre. O lo que podría ocurrir.
De pronto, Neurénula, que había permanecido inmóvil y silenciosa como una muñeca, dijo con voz clara y bien articulada:
—Ratifico lo que ha dicho mi padre. Nos enfrentamos a una situación sumamente compleja y potencialmente muy peligrosa. Deberíamos hablar con Arno, Bobby Blue, Doc Frankenstein y Cuasitodo, para pedirles la máxima discreción y prepararlos para la reunión con Ijon I, en cuya ausencia yo asumo el mando.
Parece que en esta entrega estamos siguiendo las indicaciones de Neurénula por lo que respecta a la discreción 🙂
Resulta intrigante ese secretismo que se les pide mantener.
Por cierto, la imagen que acompaña la entrega me ha resultado impactante. He buscado por la red algunas traducciones del texto que la acompaña y creo que es un ejemplo muy claro de la importancia de las buenas traducciones.
Hokusai es muy famoso por «La ola», pero en Occidente se desconoce su vertiente erótico-mitológica. Los japoneses nunca dejan de sorprendernos.