La Taberna Flotante

El algoritmo exquisito

Taberna Flotante #27

Tras someterse a una minuciosa revisión, tanto psicológica como electrónica, Bobby Blue quiso enfrentarse de nuevo a Chess, pues se negaba a admitir que, funcionando a pleno rendimiento, no pudiera derrotarlo.

El segundo duelo ajedrecístico duró una semana. Durante siete días y siete noches, sin casi comer ni dormir, el cíborg y el gato solariano jugaron sin parar en el reservado de la Taberna Flotante, susurrando sus jugadas a enorme velocidad en un lenguaje sintético de su invención, y al final ambos contrincantes se quedaron dormidos —o desmayados— en el suelo.

—¿Habéis jugado muchas partidas? —le preguntó el tabernero a Bobby Blue cuando por fin se despertó.

—Todas —contestó escuetamente el cíborg.

—Aún estás medio dormido. Sabes mejor que yo que el número de partidas posibles es del orden de los veintillones. Un 1 seguido de 120 ceros.

—Algo mayor, según mis cálculos: 10 a la potencia 123.

—¿Cómo puedes decir que las habéis jugado todas? Se apagarían las estrellas mucho antes de que pudierais completar la tarea.

—¿Cuántos grupos de 20 letras distintos podemos formar a partir de un alfabeto convencional de 27? —preguntó Bobby Blue tras una pausa.

—Pues… 27 a la vigésima potencia, si puede haber letras repetidas. ¿Qué tiene que ver con el ajedrez? —se extrañó el tabernero.

—Tiene mucho que ver… Efectivamente, 27 a la 20, o lo que es lo mismo, 3 a la 60. Aproximadamente, un 4 seguido de 28 ceros. Y, dime, ¿cuántas palabras de 20 letras conoces?

—Solo se me ocurre una: electroencefalograma —contestó el tabernero tras reflexionar unos segundos.

—Solo se te ocurre una porque no hay más: de los 42.391 cuatrillones de posibles grupos de 20 letras, solo uno tiene sentido.

—Ya veo adónde quieres ir a parar. Pero la combinatoria del ajedrez es inmensamente mayor.

—Y por eso la cuestión es mucho más compleja. Pero no tan inabarcable como parece a primera vista. ¿Conoces los algoritmos voraces?

—Tienen que ver con la optimización de recorridos, creo.

—Sí, entre otras cosas. Imagina que tienes que visitar los ocho planetas del Sistema Solar pasando una y solo una vez por cada uno de ellos y reduciendo al mínimo la extensión del recorrido total. Para mí es muy sencillo cuantificar una a una todas las rutas posibles (8! = 40.320) y escoger la más corta; pero para un humano normal sería sumamente laborioso, así que puede optar por un algoritmo voraz, que en este caso consiste en ir de cada planeta al más próximo. Si partes de la Tierra, empiezas por ir a Venus, a Marte o a Mercurio, según cuál sea la posición relativa de los planetas en ese momento. De Marte pasarías a Venus, a Júpiter o a Mercurio, y así sucesivamente. Con esta estrategia tan sencilla, intuitiva e inmediata no tienes la plena certeza de efectuar el recorrido más corto, pero sí una buena aproximación.

—¿Y cómo se aplica eso al ajedrez?, ¿te comes en cada caso la pieza que tienes más cerca? —ironizó el tabernero.

—Haces en cada caso la jugada más bella —sentenció Bobby Blue—. Según un sentido de la belleza, y esa es la clave, que solo desarrollan y afinan al máximo los grandes jugadores, los más grandes. Y he comprobado, tras varios millones de metajugadas, que ese gato del demonio aplica el mismo algoritmo exquisito que yo. Puedo imaginar, con muy escaso margen de error, lo que hará en cualquier posición, y por eso es como si hubiéramos jugado todas las partidas. Que tampoco son tantas: las partidas de ajedrez excelentes (que terminan necesariamente en tablas) son una ínfima fracción de las posibles, apenas unos miles de millones.

—¿Puedes demostrarlo?

—Tampoco puedo demostrar la conjetura de Goldbach y estoy razonablemente seguro de que es verdadera. Y hay otra cosa que no puedo demostrar, pero que doy por cierta: detrás de ese gato, o lo que sea, acecha una de las mentes más poderosas del universo. Y no tengo claro si deberíamos celebrarlo o echarnos a temblar.

12 Comentarios

  1. Muy interesante. ¿Has leído Maniac, de Labatut? Seguro que lo pones verde, como Un verdor terrible, pero la parte final, la del Go, me parece muy próxima al fondo de este capítulo, te la recomiendo.

  2. ¿Has jugado Go?

  3. ¿Una semana sin dormir?¿Un gato? A la media hora, habría bostezado, se habría dado la vuelta y con una irónica sonrisa habría dicho «tu ganas» demostrando que él es mucho más listo. Un minino no perdona una siesta, Sr. Frabetti. Galácticos y felinos saludos.

    • Ten en cuenta que no es un verdadero gato, sino la materialización de una fantasía infantil. Y si bien es cierto que un gato puede dormir hasta 20 horas al día, también puede alcanzar picos de hiperactividad asombrosos.

    • Por favor, joaquinillo, nada de Sr. Frabetti: cuando oigo o leo esa expresión miro asustado a mi alrededor por si aparece, al ser invocado, el fantasma de mi padre. Aunque aún es peor Don Carlo, tremenda ópera de Verdi. Los frikis de la ciencia ficción son anespaciales y atemporales.

  4. El hecho de que optar por la jugada más bella lleve a un final de tablas me ha resultado chocante, así como también me ha sorprendido la introducción de esa idea de la jugada más bella para poder reducir la inmensa combinatoria de partidas posibles.
    Como siempre, una lectura valiosa: mucho contenido en muy poco espacio.

    • Es una idea un tanto pitagórica, pero que seguramente suscribirían muchos maestros. Y tiene una cierta base neurofisiológica: en los grandes ajedrecistas se activan los mecanismos del reconocimiento de rostros al examinar una posición en el tablero.

  5. Leer estas historias que apenas entiendo, me hace lamentar la pobre educación que recibí. ¡ Que mal se enseñaban las matemáticas ! Entrábamos a clase odiándolas y los profesores (al menos los míos) eran incapaces de transmitirnos las maravillas que encierran. Más de 40 años después mi sueño solariano sería una buena profesora de mates. ¿Será posible?

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