La Taberna Flotante

Bobby Blue

Taberna Flotante #26

Bobby Fischer (1943-2008)

Bobby Blue entró en la Taberna Flotante con paso inseguro. No porque le faltara determinación, sino porque su viejo cuerpo metálico, reconstruido a partir de los restos de un famoso androide del siglo XXI denominado Deepest Blue, necesitaba urgentemente una revisión. Y la cabeza que había sido de Bobby Fischer, el legendario ajedrecista de la era analógica, no estaba menos deteriorada, tras casi cien años de criogenización y unas cuantas décadas de segunda vida ciborgánica. Pero tanto el cuerpo como la cabeza alojaban sendos cerebros —electrónico uno, humano la otra— de primerísimo orden, al menos en lo relativo al ajedrez.

—¿Ese es el insólito contrincante al que quieres que me enfrente? —le espetó Bobby Blue al tabernero al ver sentado en un taburete de la barra al astronauta que se hacía llamar Ijon Tichy—. Jugamos una vez y tuve que darle una torre de ventaja para no aburrirme.

—No te cortocircuites, genio —ironizó Tichy—, ya sé que no soy rival para ti. Ningún humano lo es. Vas a jugar con él —añadió señalando al enorme gato que, perezosamente tumbado en el suelo, miraba fijamente al cíborg con sus relucientes ojos amarillos.

—No se trata de una competición —explicó el tabernero—. Necesitamos que evalúes el nivel ajedrecístico de este… jugador.

—¿Y cómo mueve los trebejos? —preguntó Bobby Blue con sorna, pensando que se trataba de una broma—. No tiene manos.

—No las necesito —respondió el gato con voz aflautada—. Y tampoco el tablero. Jugaremos a la ciega, y partidas ultrarrápidas, que son tus preferidas. Vamos a un sitio más tranquilo.

Dicho esto, el gato se levantó y echó a andar lentamente hacia un reservado que había al fondo de la sala, y Bobby Blue, atónito, lo siguió sin rechistar.

Media hora después, el cíborg salió del reservado y caminó tambaleante hasta la barra, en la que se apoyó con ambas manos, como si tuviera miedo de perder el equilibrio.

—¿Y Chess? —preguntó Tichy—. El gato, quiero decir.

—Se ha quedado dormido —contestó Bobby Blue con voz átona—. Supongo que está agotado, igual que yo.

—¿Habéis jugado una partida? —preguntó el tabernero.

—Hemos jugado cien, ultrarrápidas. Todas tablas, no he podido ganarle ni una sola vez. Y se supone que soy el mejor ajedrecista de la galaxia. ¿Quién diablos es ese ser con forma de gato? —exclamó Bobby Blue con un ojo desorbitado (el otro era de cristal).

—La pregunta no es quién es, sino qué es —puntualizó el tabernero—. Y eso es precisamente lo que intentamos averiguar. Si juega a tu nivel, no es un mero reflejo de las habilidades ajedrecísticas de Ijon: ha sido instruido o programado por… alguien.

—No entiendo nada —se lamentó Bobby Blue.

—Nosotros tampoco. Lo que vamos a revelarte es alto secreto —dijo Tichy tras una pausa—. No debes hablar con nadie, bajo ningún concepto, de tu encuentro con Chess, y menos aún de lo que estamos a punto de contarte.

—Y no te lo contaríamos de no ser porque necesitamos la colaboración de tu inteligencia híbrida —añadió el tabernero—. ¿Has leído Solaris, la novela de Stanislaw Lem?

12 Comentarios

  1. Disfruto leyendo tus anormales relatos
    La anormalidad es sublime
    Es el mundo que vive en un rincón de nuestras cabezas.

  2. ¿No sería Arturito? No se conoce ajedrecista como él en la galaxia…

    • Supongo que te refieres a Arturito Pomar. Que, por cierto, no era tan bueno: el franquismo lo promocionó mucho como ejemplo de que los españoles también pensaban.

      • Pues no, me refería a otro Arturito, el pequeño plagiario…

      • Creo que te estás confundiendo. Sí tenía un gran talento, pero el franquismo se dedicó a proyectar su imagen de niño genio en lugar de proporcionarle los medios adecuados para que pudiese desarrollar todo su potencial. Como ejemplo, en el torneo Interzonal de 1962 en Estocolmo, Pomar llegó al torneo sin un solo analista, y yendo durante unas vacaciones de su trabajo en Correos.
        En tu comentario parece que Arturo Pomar le debe algo al franquismo cuando en realidad en más víctima de él que otra cosa.

  3. Ese gato rojo gigante me recuerda a un personaje de «El maestro y Margarita» de Bulgakov. ¿No será Behemot, el gato con botas?

  4. Llegados a este punto, habría que re-considerar el papel del tabernero. Sabe más que cualquier otro, o sea que Carlo anda a los saltos de este a los extraños personajes que pueblan su taberna, y esto no es justo para nosotros ya que sabe cómo va a terminar, si es que termina, pero está bien así.

    • Calma, ER, el tabernero está a punto de revelar su identidad. En cuanto a cómo va a terminar la serie, depende de vosotras/os, mis amables lectoras/es (y no digo más). Llevo escritos 50 capítulos y tengo notas para unos 30 más.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*