Crónicas en órbita

La herencia simbólica de Michela Murgia

Michela Murgia en una imagen de 2014. / © Alessandro Cani — Seix Barral

Era el 10 de agosto de este verano especialmente caluroso en Roma. Hacía días que los que seguíamos atentamente su historia, y su enfermedad, habíamos percibido que la escritora sarda Michela Murgia (1972-2023) había dejado de compartir algunos momentos, fotos o anécdotas en su cuenta de Instagram, un instrumento que usaba con especial audacia. Hacía unas semanas comentaba, por ejemplo, que en su casa cocinaban carbonara pero que ella ya no podía comer alimentos de esa consistencia. Su metástasis estaba empeorando sin remedio. Aquel 10 de agosto, antes de que Italia se fuese a dormir, saltó la noticia: la escritora, ganadora del famoso premio Campiello por su obra La Acabadora, había fallecido a los 51 años. Se iba desde su casa de Trastevere, un hogar construido con prisas en los últimos meses de su vida, cuando sabía ya que el tiempo se agotaba, y en el que se despidió de lo terrenal junto a lo que ella llamó «mi familia queer». Un concepto tan revolucionario como su vida, la de una mujer que consiguió divulgar el feminismo como ninguna en los últimos años en Italia, demostrar que se podía ser un miembro LGTB y ser creyente católica al mismo tiempo, y que todas nuestras acciones son políticas; también morirse, también afrontar una enfermedad tan feroz como la suya.

Este mes de diciembre la feria del libro de Roma, que lleva por nombre Più libri più liberi (Más libros, más libertad), decidió dedicar en su clausura un evento de homenaje a la escritora. Y lo hará, al menos, durante los próximos tres años. Cuatro meses después del shock de su muerte, la sala de congresos de la famosa Nuvola del arquitecto Fuksas, en las afueras de la capital italiana, se llenó de muchas mujeres, también hombres, unidos aún por la conmoción que ha dejado su muerte. Se habló de ella desde diferentes puntos de vista porque, defienden quienes mejor la conocen, solo ahora, tras haberse cerrado su producción literaria, se consigue ver en toda su complejidad su obra. Murgia hablaba de mujeres, de maternidades, de moda, de política, de antifascismo, de activismo, de religión y de muerte. Esta última, especialmente antes de que cualquiera se tomase el permiso de hacerlo. Lo explica la escritora Ginevra Lamberti en un café compartido. «No tengo dudas de que es la intelectual más importante de Italia en los últimos tiempos», dice.

«Lo extraordinario de la literatura de Murgia se ve desde muchos puntos de vista, pero hablar de la muerte sin prejuicios en 2011 era, aunque nos parezca mentira, una rareza. Lo hizo en sus ensayos, pero también en narrativa. Es el gran tema de su libro más importante, La acabadora, que además profundiza en la eutanasia. Es una manera de hablar de la muerte desde todos los otros aspectos que conforman la vida de una persona de forma integral», explica Lamberti. El libro recorre la vida de una niña, luego mujer, el vínculo con sus dos madres, su despertar al concepto de la muerte y su fuga. Una protagonista que, como ella, tuvo dos familias, dos madres, ya que Murgia se crio con su madre y, por otro lado, con sus tíos. Su relación con su lugar de origen fue siempre muy visceral, precisamente de sus orígenes extrajo un modo de estar en el mundo. Allí escribió sus primeros libros, ambientó La acabadora y otros. Allí, en sus decenas de profesiones diversas, llegó incluso a presentarse como candidata a presidenta de la región en 2014 con escasos resultados. Pero Michela Murgia era aquella mujer de las mil vidas; se reinventó, hizo y, sobre todo, dijo todo lo que quiso. Se fue consciente de la gran libertad de la que había disfrutado.

El 6 de mayo de este mismo año Murgia, había comunicado en una entrevista al Corriere della Sera que sufría un cáncer renal en el cuarto estadio con metástasis en los pulmones, huesos y cerebro. La noticia fue un shock para el público italiano, no solo por el legado narrativo de la escritora, sino por el papel ácido y crítico que ha desarrollado en Italia en los últimos años y que, ella misma confesó más de una vez, había llegado a agotarla. Su lucha por los derechos LGTB, de las mujeres o de los migrantes y la crítica antifascista, ahora a Giorgia Meloni, pero antes también a otros ejecutivos incluso de izquierdas, la había convertido en una voz muy seguida por la opinión pública, pero también en objeto de críticas y amenazas que le costaba superar. Compartía eso con su amigo del alma, el escritor Roberto Saviano, la persona que la acompañó en sus últimos susurros de vida en aquel día de agosto caluroso. Ambos se habían convertido en los últimos años en Italia en la diana de muchos opinadores televisivos que, ante la falta de una referencia clara en la izquierda italiana, confundían a intelectuales como ellos con interlocutores políticos. Murgia se quejó siempre de eso, la apenaba, la había desgastado en los últimos tiempos. Eran cada vez menos sus encuentros con la prensa, sufría su exposición pública, pero nunca le faltó lucidez. Escribió hasta casi el final de sus días un libro inédito sobre la maternidad, dejó un legado literario y social que perdurará. «Murgia apeló al poder de la escritura y lo distribuyó», comenta a Mercurio la activista feminista y escritora Francesca Bubba.

Se escribieron decenas de artículos, tantos amigos periodistas y escritores hablaban de su genialidad, aspecto de su personalidad que demostró incluso ante el horror de la enfermedad. Con una gran entereza declaró que había sido afortunada en vivir y escribir siempre lo que había querido y que, ante el destino final que ya conocía y aceptó, ese pensamiento le ayudaba. Y es verdad que Michela Murgia lo había hecho todo: profesora de religión, directiva en una empresa eléctrica y hasta operadora telefónica en un call center. Experiencia de la que escribió su primer libro hilarante, Il mondo deve sapere (El mundo tiene que saber), que luego el cineasta Paolo Virzì adaptó en una película muy acertada. Allí cuenta la vida precaria de una chica que trabaja como telefonista y acaba reflexionando sobre las condiciones del mundo laboral y la capacidad de reírse de uno mismo. Sus libros se entrelazaron siempre con su identidad, aunque no todos eran autobiográficos. En Tre ciotole (Tres sartenes) dispone varios personajes que viven grandes cambios en su vida; entre ellos, la enfermedad, que había llamado a su puerta y en la que había encontrado una manera de enviar un mensaje —otro— valioso al mundo. En una entrevista realizada cuando ya cubría su cabeza con un gorro, porque el tratamiento la había dejado sin pelo, dijo: «En este momento en que no tengo filtros, no tengo miedos, nadie me puede hacer nada, porque me estoy haciendo todo yo sola. Me levanto por la mañana y digo: basta, digo todo lo que quiera, hago todo lo que quiera… Este es un momento de grandísima libertad».

Michela Murgia en el Festival della Mente, 2018. / CC BY-SA 4.0

Otras de sus obras afrontaron sus dilemas más personales, como God Save the Queer. Catechismo femminista (God Save the Queer, catequismo feminista), donde reflexiona sobre la contradicción que supuso siempre en su vida ser creyente con ser feminista y formar parte del colectivo LGTB. Dos conceptos que parecen irreconciliables, pero sobre los que la escritora escribe sin prejuicios, criticando el significado que para ella han tenido algunos símbolos católicos y abrazando otros conceptos para explicar cómo incluso las cosas que pensamos que no pueden ser interpretadas de forma diferente llegan a serlo. «Buscar es un proceso más interesante que encontrar», escribió en este libro donde le da la vuelta a la Biblia y al dogma católico donde cabe también su fe, una fe diferente. La duda y la curiosidad eran para ella dos constantes vitales. Para Murgia la contradicción era un espacio donde podía crecer y que tenía un potencial infinito. Llegó a muchas mujeres en Italia gracias a sus intervenciones televisivas y artículos en algunos de los periódicos más importantes del país, como Repubblica. En una sociedad que aún arrastra una profunda cultura machista, cada vez que Michela Murgia hablaba se abría una ventana al futuro con conceptos muy fáciles de entender, fáciles de explicar a tu cuñado. Francesca Bubba recuerda no solo su gran legado, sino también las palabras de futuro que dejó en un vídeo a la comunidad feminista poco antes de morir: «Los enemigos son otros». Intentó poner de acuerdo a dos partes del activismo que pelean desde hace tiempo. «Antes de irse nos trajo la paz», dice Bubba.

Hubo siempre un hilo que conectaba los libros de Michela Murgia con su propia vivencia. En el caso del final de su enfermedad no fue de manera diferente. Lo afrontó sin complejos y con la generosidad de preparar para el luto a las personas que más quería, y también a sus lectores. «Hubo una elaboración colectiva del luto, entonces de alguna manera fue como un camino no solo individual, sino dedicado a muchas personas, no solo a los que la amaban y la leían, sino también a los que no la amaban, pero aun así la seguían», explica Ginevra Lamberti. «En aquel momento muchas personas se dispusieron a elaborar juntas una pérdida, creo que ha sido algo importante y único», añade la escritora. Y no solo con la manera en la que se puede afrontar una pérdida, también con el concepto que hizo público en sus últimos meses, pero que cerraba el círculo de su vida literaria y personal: la familia queer. La llamó, de hecho, su «herencia simbólica». ¿En qué consistía exactamente? En la posibilidad de elegir a las personas que componen nuestra familia, sin responder a los roles tradicionales ni de sangre y respetando nuestra esencia más profunda. Murgia lo explicó en las redes sociales: «Quiero convertir en política nuestra vivencia para mostrar que hemos encontrado otro modo de estar juntos, un modo que el gobierno querría reducir a una rareza social a la que hay que perseguir y, sin embargo, es ya la forma de vida normal de tantas personas». Una familia que nunca pensó en construir, sino que se creó estando para los demás y, dice la escritora, estando tú para ellos. No quiso teorizar, la vivió hasta el último minuto para dejar, también en esto, un ejemplo.

La escritora convirtió su vida en un puzle, sin complejos, con conflictos, con preguntas a veces sin respuesta. Así lo expresó en su última entrevista respondiendo a qué era la felicidad: «Yo qué sé. Yo lo he intentado cada día. No me he dado por vencida nunca pensando que la felicidad no me esperase». De esa familia sin roles determinados Michela Murgia heredó cuatro hijos no biológicos. La maternidad inesperada fue uno de sus temas en sus últimos años de vida, o mejor dicho, la maternidad no tradicional. Uno de ellos, según explicó la propia escritora en una entrevista a Vanity Fair, le pidió que le transmitiese como herencia sus hilos sociales y conocidos, lo que le iba a quedar para cuando ella no estuviese. En eso se empeñó esta mujer visionaria en su último julio. Precisamente sobre esta maternidad y muchas otras escribió hasta su último aliento en un libro que se publicará pronto y del que se ha adelantado una parte en la feria del libro de Roma en este diciembre de 2023. Allí, su amiga Valentina Melis leyó un fragmento que decía así: «Nacida bajo el signo de Géminis, hija de al menos dos madres, yo misma no he dado a luz nada ni nadie que no fuese quebrantado».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*