Entrevistas Analógica

Luis García Montero: «Los españoles somos el 8% de quienes escriben en español; es ridículo que pretendamos ser el centro de una cultura»

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

Voy en tren camino de Madrid a entrevistar a Luis García Montero (Granada, 1958), director del Instituto Cervantes, esa institución que trabaja por la lengua y la cultura españolas. A mi lado, un señor trajeado, nervioso, me cuenta que es directivo de una compañía petrolífera. Yo le cuento que trabajo con las palabras, que voy a entrevistar al director del Instituto Cervantes, que también se ocupa de las palabras. Mi trabajo no tan es enriquecedor como el tuyo, se lamenta él en un momento dado. Enriquecedor no sé si es la palabra exacta, digo yo. Y reímos. Pero pienso que sí, que aunque la cultura, la lengua es ese patrimonio inmaterial cuya rentabilidad no puede medirse como las ganancias del petróleo, sin duda nos enriquece. Una hora después, Luis García Montero, poeta y, desde 2018, director del Instituto Cervantes [cargo en el que acaba de ser ratificado para la próxima legislatura], me recibe en su despacho para charlar sobre esa lengua que nos pertenece a todos los que la hablamos.

Parece que el español está de moda. Tras unos años de recortes, ¿podemos afirmar que el Instituto Cervantes se expande?

Podemos, sí. Se perdió el 40% del presupuesto desde la crisis de 2008 y desde 2009 no se abrían centros, pero recientemente hemos abierto en Dakar, en Los Ángeles, en Seúl, y también extensiones en Virginia, en Edimburgo y en algunas ciudades de Marruecos. El español es la segunda lengua materna en número de hablantes después del chino mandarín. Formamos parte de una comunidad que ronda los 600 millones de hablantes. En la Unión Europea ya hay 17 países que defienden el español como segunda lengua en sus institutos y colegios, y en Estados Unidos son unos 60 millones los hablantes. Podemos estar orgullosos, sí, pero no caer en la autocomplacencia, porque la fuerza del español ha venido sostenida por el avance demográfico de los países latinoamericanos. Ahora sabemos que, en los próximos 30 años, la explosión demográfica se va dar en el África subsahariana, y entonces el español puede pasar de ser una lengua hablada por el 7% de la población mundial a caer al 6%.

Tenemos que apoyarnos en el prestigio, es la lengua de Cervantes, de Santa Teresa de Jesús, de García Márquez, pero hay que ir más allá, ser conscientes de lo que significa la música hispana hoy, las series, el cine hispano. Y también consolidar la presencia del español en ámbitos como la ciencia y la tecnología. Recientemente hemos abierto un Observatorio Global del Español para potenciarlo en la inteligencia artificial y las bases de datos, para evitar que el lenguaje artificial genere sesgos machistas, supremacistas, racistas. El Instituto Cervantes tomó la decisión de abrir en Los Ángeles, donde viven 12 millones de hablantes hispanos nativos, allí donde están las principales empresas tecnológicas, y también Hollywood.

Precisamente en EE. UU., el español es la segunda lengua pero también sirve para discriminar. ¿De qué manera el IC ayuda a difundir valores de igualdad, de respeto?

Eso de la discriminación del español tiene una larga tradición. Ya en 1848, tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo, muchos territorios que eran hispanohablantes porque pertenecían a México fueron integrados y hubo una política de acoso al español; hasta se celebraban ceremonias en los patios de los colegios para enterrar los libros en español. En la época reciente de Donald Trump ha habido un acoso fuerte, se impuso la moda de «solo inglés», se dijo que el español era una lengua de pobres y se alentó a la humillación de los hablantes de español. Por supuesto, no es verdad que sea una lengua de pobres; en nuestro último anuario de El español en el mundo, se da el dato de que, si los hablantes de origen hispano de EE. UU. se aislaran, configurarían la quinta economía del mundo. El bilingüismo supone riqueza social. Nosotros queremos que el español sea una lengua sólida de herencia allí, que en el paso de una generación a la siguiente no se pierda el idioma. Con el francés o el alemán en EE. UU. a veces sucede; con el español, mucho menos.

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

«Te quiero ride como a mi bike, hazme un tape, modo Spike». Rosalía es un fenómeno cultural sin precedentes que nos orgullece, pero ¿qué me dice en cuanto al cuidado del español?

Cuando era estudiante de filología, leía a señores del XVIII muy listos que decían que el español estaba en peligro de desaparición por palabras francesas como peluca o peluquería. Pero el español es lo suficientemente sólido como para asumir solo palabras necesarias; se ha formado en conversación, en vecindad con otras muchas lenguas, por ejemplo el árabe. Yo me acuesto por la noche y apoyo la cabeza sobre la almohada, que es una palabra muy nuestra. Lo normal es que el idioma solo asuma aquellas palabras que hacen falta para estar en contacto con la realidad.

¿Entonces no hay peligro de codazos, de que unos términos desplacen a otros?

Aquello que es una simple gracieta o que no aporta nada acaba entrando rápidamente en desuso. Sí me parece sensato que, si tenemos en nuestro vocabulario una palabra para designar algo, no nos creamos más listos por usar otra en inglés o en alemán. Pero de las cinco o seis mil lenguas que existen, somos la segunda en hablantes nativos. En ese sentido no somos nosotros quienes debemos tener miedo de otras lenguas, más bien quienes debemos comprometernos a salvar las que no son hegemónicas. En España mismo tenemos una diversidad que nos enriquece, la poesía de Rosalía de Castro, la narrativa de Mercè Rodoreda, la poesía de Gabriel Aresti, y en América Latina tienen el guaraní, el quechua, el aimara.

No parece fácil el equilibrio entre diversificar y proteger las lenguas. ¿Acabaremos en un futuro muy globalizado, hablando un único idioma mestizo?

Creo que no, existirá el plurilingüismo, y eso va a servir para atajar el verdadero problema que tiene el mundo, que es la tendencia a las identidades cerradas, los nacionalismos excluyentes, los supremacismos. Puede que se vayan enriqueciendo las lenguas entre sí, pero nunca será lo mismo decir «te quiero», o preguntar «¿estás bien?», en el idioma materno, que en otro aprendido después. Por eso defiendo la importancia de la investigación científica en español, que asociemos el lenguaje de ciencia a nuestra realidad: si yo pregunto por qué no llueve, o por qué de pronto la lluvia arrasa con todo, que la palabra lluvia no sea una palabra que viene del extranjero sino que se conecte con el momento en que yo iba de la mano de mi madre y se ponía a llover y había que correr a refugiarse.

Me parece difícil esa labor de difundir la cultura en español, así en general, cuando hay tantas diferencias entre los países que forman la comunidad hispanohablante.

Y empezando por nosotros mismos: qué diferente el español que se habla en Salamanca o en Cádiz, no solo en el acento sino en el vocabulario. Eso nos enseña a respetar la diversidad. En el panorama internacional, ves las distintas expresiones de una lengua en movimiento: hay palabras de origen quechua que entran en el español, pero también la acepción de una palabra que pervive en Colombia y aquí se ha dejado de utilizar. Si yo digo que la periodista se paró, allí quiere decir que se puso en pie, un sentido que se le daba en los orígenes del español. Respetar la diversidad es la mejor manera de mantener la comunidad, porque el español no tiene la fragmentación de otros idiomas como el árabe. Tardamos apenas un minuto en entendernos. Por supuesto, destacan las anécdotas más picantes, como cuando Francisco Ayala contó el escándalo que supuso cuando dijo en Argentina: «¡Veníos al fondo del autobús, que aquí cogemos todos!». O lo chistoso que resultaría aquí un titular como: «El presidente se sacó la polla». En Chile o Argentina significa que le tocó la lotería.

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

El IC tiene una doble vertiente: por un lado, difunde la cultura en español, es una herramienta diplomática y recibe presupuestos del Estado; por otro, genera recursos propios con la enseñanza del idioma. ¿Es complicada esa dualidad? ¿Se puede medir la rentabilidad de la cultura?

El Instituto Cervantes ha sabido unir el idioma con la cultura, porque siempre repetimos que enseñar un idioma es mucho más que ensenar un vocabulario; significa crear comunidad, y para eso la cultura es tan importante… Se trata, además, de un viaje de ida y vuelta: si llevamos el español a Seúl, tenemos también que abrir las puertas para que la cultura coreana venga a España. Este trabajo conjunto entre cultura y academia ha desembocado en la figura del hablante cultural, alguien que aprende a comunicarse en español pero al mismo tiempo comprende los valores tradicionales de la cultura española, y nos aporta a nosotros su propia identidad.

Escuchándolo, me viene aquella vieja pregunta: ¿Que está antes, la realidad o el lenguaje?

Yo creo que el lenguaje forma parte de la realidad, y nosotros formamos parte de nuestra comunidad a través de un idioma. Conviene tenerlo en cuenta, porque si queremos transformar una realidad, es muy importante el uso de la lengua para hacerlo. Pero que no se olvide que esta pertenece a un contexto y podemos crear malentendidos que pueden volver nuestros afanes en contra cuando intentamos innovaciones que están fuera de juego.

¿A qué se refiere?

Al lenguaje inclusivo, por ejemplo. No se nos puede olvidar que el lenguaje es de los hablantes, pero si no transformamos esa realidad va a ser difícil transformar el lenguaje. La realidad va poco a poco. Yo recuerdo que antes se decía el presidente Margaret Thatcher, después la presidente Margaret Thatcher, hoy decimos la presidenta Margaret Thatcher…

¿Un paso más sería una presidenta femenina, que no copie los valores masculinos?

[Ríe] En ese sentido, los estudios de las filólogas que colaboran con nosotros señalan dos cosas: primero, que hay que ir avanzando pero con pasos naturales, y segundo, que no basta con cambiar el lenguaje si no cambia la realidad. Hay un estudio sobre lenguaje inclusivo de Estrella Montolío en el último anuario que dice que está muy bien decir «diputados y diputadas», pero si luego hay un setenta y tantos por ciento de intervención masculina y veintitantos por ciento de femenina, no sirve de mucho. A mí usar un lenguaje inclusivo natural me parece bien, decir «amigos y amigas», «ciudadanos y ciudadanas», o alternativas como la ciudadanía, o los derechos humanos y no los derechos «del hombre». Pero decía Antonio Machado que a los progresistas se nos olvida que cuando disparamos hacia delante, la culata tiene un retroceso. Muchas veces queremos progresar, pero avanzamos dos pasos y retrocedemos diez. Eso pasa cuando se dice amigos, amigas y amigues. Hay mucha gente que entiende que mis hijos y mis hijas deben tener los mismos derechos, pero si yo a mi madre, una señora mayor conservadora, le digo tus nietes, se ríe de mí, piensa que soy un chalado y, lo peor de todo, que el feminismo es una chaladura.

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

En cuanto a lo literario, tengo la sensación de que está habiendo más riesgo en los escritores latinoamericanos, en Mariana Enriquez, Brenda Navarro, María Fernanda Ampuero, Alejando Zambra o Ariana Harwicz, por su dominio del lenguaje, por su innovación temática…

El sentido común apunta a que los españoles somos el 8%, frente a un 92% que escribe, que genera literatura en español. Lo que resulta ridículo es que ese 8% pretenda dirigir, gobernar, ser el centro de una cultura. Se está haciendo muy buena literatura en Latinoamérica, y eso es bueno para todos los lectores. Durante mucho tiempo, agravado por el franquismo y la autarquía, los latinoamericanos pensaban que lo español no les pertenecía y los españoles no estábamos en relación con lo latinoamericano. Ya con la democracia se abrió el diálogo, y hoy hay grandes escritores latinoamericanos que viven en Madrid; yo me veo con Sergio Ramírez y con Gioconda Belli, exiliados de Nicaragua, con Jorge Volpi o con Brenda Navarro, a la que citabas, una narradora que me gusta mucho. Debe darse un diálogo natural entre ambas literaturas sin que nadie quiera imponer su manera de escribir. Los escritores españoles de lo que debemos preocuparnos es de escribir lo mejor posible, que no es poco. Escribir no es una competición más que con uno mismo.

También tengo la sensación de que hemos dejado de mirar tanto la narrativa norteamericana. En los relatos ya no hay tantos Johnnys o Marys, y sí Amparos y Fernandos. Muchos autores escribían como traducción de lo anglosajón, ¿hemos dejado atrás por fin ese complejo?

Cuando uno escribe, sonar a traducción es malo. Al escribir hay que intentar utilizar de forma personal el lenguaje de tu comunidad, y no inventarse un lenguaje que solo sirve para uno mismo o con otros escritores. En el último anuario del Cervantes, hay un análisis sobre la lengua de la administración en el que Estrella Montolío habla del burocratés, ese lenguaje propio de una sentencia que está redactada de tal manera que la mayoría no la entiende. Sé que voy a tener que pagar en Hacienda, pero no entiendo por qué.

¿La intención es que se necesite un abogado para entenderla?

Debe ser. Del mismo modo que lo que crea comunidad es un lenguaje transparente que ayude a comunicarse, lo que crea un vínculo entre el autor y el lector, lo que crea comunidad literaria, es el uso personal de la lengua de todos. Fíjate en las tensiones que suscita ver una serie rodada en Argentina o en México con subtítulos o doblada…

También con los libros se ha hecho.

Yo soy partidario de que se conserven los lazos maternos con la lengua, no tiene sentido quitarle las expresiones peruanas a Vargas Llosa ni los mexicanismos a Brenda Navarro. Respetar la lengua materna nos ayuda a comprender qué es lo que se nos está contando y quiénes somos los que escuchamos.

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

La lengua como un hábitat que conviene no alterar. Como poeta, su labor de dirección del Cervantes, tan política, ¿altera ese hábitat? ¿Le deja tiempo para escribir o, más concretamente, le permite tener el estado mental para escribir?

A veces encuentro tiempo; uno se puede organizar el horario, los fines de semanas, uno puede escribir en los aeropuertos, en los hoteles… Pero el verdadero problema es el estado mental, como dices, porque si pones el despertador dos horas antes pero tienes el problema de que la inflación del Reno Unido hace que los trabajadores tengan congelado el sueldo desde 2009 o te enteras de que uno que se dice patriota ha llegado a México para hablar del imperio español y para someter al indigenismo mexicano…

O en Nicaragua con la Academia de la Lengua.

No solo le quitan la nacionalidad a Sergio o a Gioconda, además cierran la Academia de la Lengua porque parece que es un foco peligroso; están cerrando conventos porque las monjas son peligrosas, imagínate los académicos de la lengua… Y también aquí, cuando ves que de manera innecesaria se manipulan políticamente los asuntos del lenguaje. Una de las misiones del Instituto Cervantes es divulgar y defender la cultura y las lenguas de todas las regiones. Cuando ves a alguien que por una coyuntura política barata quiere generar una guerra entre el catalán y el español, cuando ves a gente en Cataluña que desprecia el español, o en otras partes de España que desprecia el catalán, resulta difícil de entender. Los mismos políticos que están creando esto podrían leerse los informes: ahora hay muchos más jóvenes catalanes que se declaran bilingües o que consideran el español como lengua materna que hace seis años. Y es que, cuando la política se apacigua, los disparates desaparecen. Sucede, además, que estamos en un mundo donde las redes sociales son muy importantes y uno quiere hablar el segundo idioma del mundo. Pero de pronto, hay alguien que dice que el español está en peligro en Cataluña y te arma la de dios. Esto le hace mucho daño a la cultura y al entendimiento, y crea heridas innecesarias. Sí, cosas como estas a veces me perturban el ánimo y me dejan con pocas ganas de escribir un poema.

¿Dónde sueña abrir una sede del Cervantes?

En muchos sitios. El Instituto Cervantes necesitó que viniera la democracia española para fundarse en 1991. A finales del XIX se había constituido la Alianza Francesa, el British Council a principios del siglo XX, el Goethe en los años 50. Vamos con muchísimo retraso, pero es que hacía falta la democracia, no podías ir con el imperialismo dictatorial creyendo que ibas a conquistar el mundo. Tenemos muchas deudas pendientes. Por la realidad actual, a mí me gustaría llegar a países importantes como Canadá, estamos haciendo estudios para ver si se puede abrir un centro en Toronto, y dar respuesta a países del África subsahariana, donde va a haber un gran desarrollo económico.

¿Es solo una cuestión de tiempo lo que hace que el IC tenga mucha menos presencia? Hablamos de 92 sedes frente a 829 de la Alianza Francesa, 482 de la Sociedad Dante Alighieri o 158 del Instituto Goethe.

Hay más razones. En España durante muchos años se consideró innecesaria la inversión en cultura. Si uno compara las inversiones del entorno, las nuestras son muy limitadas. Por ejemplo, hablando de la extensión del África subsahariana, Macron ha destinado 300 millones para investigar cómo se puede extender el francés allí. Solo eso supone dos veces todo el presupuesto del Instituto Cervantes. Esto viene de la dictadura, donde la cultura estaba mal vista. Con la democracia hemos ido avanzando, pero a la hora de abrir los impuestos hay muchas necesidades, y aunque poco a poco se van destinando más recursos a cultura, las inversiones españolas son muy bajas. Y sin embargo no hay día que no salga alguien, casi siempre desde la derecha, diciendo que invertir en cultura es clientelismo, despilfarro y que quien trabaja en cultura está viviendo del cuento.

Reportaje fotográfico: Begoña Rivas

¿Cómo ve el Instituto Cervantes en diez años?

El español debe seguir consolidándose como una lengua de cultura y de economía muy importante. Los estudios dicen que el idioma favorece tanto las inversiones como los tratados comerciales, que se multiplican hasta en un 5%. La industria cultural es también una parte importante del producto económico. Nos enfrentamos, además, a una contradicción: luchamos por que el español forme parte de la enseñanza reglada, que se aprenda en colegios e institutos, cuando eso implicará que ya no necesiten matricularse en el Cervantes para aprender español. Potenciar la cultura española se refleja en los viajes, en el turismo, en más alumnos en nuestras universidades.

Y el fútbol.

Y por supuesto, el futbol. En Japón el primer motivo de interés por España es la liga española. El Instituto Cervantes ha hecho un diccionario de fútbol bilingüe español-japonés, y también español-árabe y español-hindi, con términos futbolísticos. La acogida está siendo grandísima.

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