Horas críticas

Geometría después de una mudanza

Reseña de «Tan difícil como raro», de Juan Vilá

Para captar el latido de tu ciudad hay que mudarse a otra. Da igual que la otra ciudad esté al norte o al sur, o que la estancia en ella sea breve. El mapeo requiere distancia y perspectiva. Describir es ahondar en las propias vivencias e intuir que a través de ellas se logra esbozar alguna imagen, para nada completa, aunque nítida en sus trazos. Juan Vilá (Madrid, 1972), gracias a una beca, se traslada a Córdoba, al principio de la Judería, para volver la mirada hacia sus recuerdos en las calles de Madrid. De 1991 a 2022, un carrusel de tres décadas de saltos, interrupciones y una voluntad minuciosa de ordenar, ordenar, ordenar. Ordenar el paisaje íntimo de una generación de jóvenes que asoma la cabeza al mundo desde el Edificio A de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense.

Tan difícil como raro (Anagrama, 2023), la última novela de Vilá, confirma que la mejor versión de la biografía de una persona no es la crónica de sus proezas, sino la historia de sus amistades. Importan tanto las dosis de desgracia, sufrimiento y baches como las inyecciones de cariño, alegría y arcoíris. Por eso el autor inicia su relato con Gloria, la única que estuvo cautelosamente alejada del grupo de amigos, que le permite tener un punto de referencia tangencialmente contaminado por las emociones que narraría después.

Gloria conecta extrañamente con Spinoza, y Spinoza ejerce de altavoz y farola. Juan Vilá nos revela muy al principio la sinopsis. «Este es el resumen de la pequeña y triste historia que os quiero contar». Y lo que nos cuenta pone el énfasis en que sólo el aprecio entre iguales impide a veces que uno se precipite por el abismo. Esa amistad adquiere la silueta de una mano que echa un pulso sutil y valiente, no a la salvación, sino a la tortuosa búsqueda de dicha salvación. En esta novela lo axial es el trascurso del tiempo, sus arcos y atajos, la coreografía de su movimiento, el sondeo de su núcleo, la incoherencia de su embate. Sucede como con la vejez. Alcanzamos a detectarla en los gestos de los demás, en cambio nos cuesta horrores admitir que también convive cómodamente en los nuestros. Y sí, es un sentimiento tan difícil como raro.

Ahora, un ejercicio básico de geometría. Euclidiana, desde luego. Crucemos dos ejes en ángulo de noventa grados y dibujemos la curva correspondiente a esta sensacional novela.

Eje «x», la parte difícil: tomar conciencia de que tus amigos son tus amigos precisamente por sus taras. Aceptarlos tal cual se transforma en una religión cuyos herejes siempre te echarán en cara que no comprenden los motivos que te empujan a profesar esa fe. Además, este asunto acarrea la paradoja de que uno no alcanza la clarividencia hasta tener sobre su espalda una pesada mochila de angustia y dolor. El suicidio de un amigo te arrojará contra una pared de preguntas sordas, te obligará a hablarle como un fantasma, hasta te tentará la idea de rastrear la vida que él se privó. La anorexia de una amiga te colocará dentro de una jaula asfixiante, te predispondrá a ser cruel en el amor, incluso te obsequiará una salida tan cobarde como digna. Todo esto, esta mezcla de existencia desnuda, lo miserable y lo grandioso, lo prudente y lo arriesgado, el infinito y el parpadeo, es el ramo floral, o la botella de vino, que ofrenda Juan Vilá a sus amistades. Soy uno de vosotros y no cambiaría mi lugar por nada, nos viene a decir. Sentenciar que lo anterior es difícil es quedarse corto.

Eje «y», la parte rara: «La vida era breve y muchas veces también una mierda, y por eso debíamos aprovechar.» La sensación de que un paso detrás de otro es la honda filosofía que atraviesa de las páginas de esta novela. Juan Vilá respeta de forma honesta este axioma y se entrega, contra todo pronóstico, a la tarea de conjugar cómo vivió y cómo recuerda lo vivido para contarlo con el aliento necesario hasta llegar a la última estación. En el trayecto desecha a la papelera versiones y versiones de lo mismo. Memoria y seguir adelante. Hallar el camino y vuelta a empezar. Perseverar en entender tu pasado implica abrazar una cualidad obvia. Sin embargo, aprovechar lo obvio y relatarlo desde el futuro conforma un universo de rarezas. Y lo raro nos fraterniza y humaniza. Nos hace normales y del montón. Metiéndonos en este callejón, el autor nos descubre el secreto del placer de sumergirnos en los quiebros de su época.

Juan Vilá, autor de «Tan difícil como raro». / Foto: Jacobo Medrano — Anagrama

Juan Vilá escribe como quien ordena una biblioteca personal después de una mudanza. Primero el estupor frente a cajas y cajas de libros y emociones. Luego, una vez armado de paciencia y valor, las desembala con mimo y desempolva cada libro, cada sensación, cada impresión, cada lágrima, cada sonrisa, cada herida. Y coloca en las estanterías los acontecimientos, las cañas de cerveza, los minutos, las cartas y postales, los barrios de Madrid, las lunas llenas, los cigarrillos, las noches de una vida repasada al milímetro. No le interesa que los libros se ordenen por temas, colores, géneros o tamaños. Tampoco repara en que la biblioteca queda lustrosa a ojos de invitados y visitantes. Es la actitud de un escritor que asume que su existencia está regida por una tensión dialéctica entre los polos del orden y el desorden. Y lo convierte en libro. Nada más.

 


 TAN DIFÍCIL COMO RARO
Juan Vilá
ANAGRAMA
(Barcelona, 2023)
272 páginas
19,90 €

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