Horas críticas

«Los buscadores de loto»: ¿Control de daños, Ícaro?

Charmian Clift con su hijo. / © George Johnston & Charmian Clift Archive

Pero qué bien sentaba estar viva y tumbada al sol; qué fantástico y libre era lanzarse desde la roca más alta sobre el borde de la cueva, incitando a tus brazos extendidos a sostenerte arqueada en el aire. Era un día para intentar lo irrazonable, hasta tal punto parecía fácil, tan a su alcance, desafiar las leyes de la gravedad. Si saltabas trazando un arco sobre el mar que aguardaba, parecía posible que pudieras quedarte ahí flotando un instante antes de caer… o incluso echar a volar y seguir haciéndolo como un pájaro que surcara el reluciente golfo.

Los buscadores de loto es la segunda parte de la crónica que la escritora australiana Charmian Clift (1923-1969) publicó en torno a la experiencia de instalarse en las islas griegas a mediados de los años cincuenta, con su marido, el entonces reconocido reportero de guerra George Johnston, y sus dos hijos, Martin y Shane. Cantos de sirena tiene la isla de Kalymnos como escenario mientras Peel Me a Lotus, título del original inglés, transcurre en la isla de Hidra, más próxima al continente y hoy destino turístico chic en el Egeo. La excelente traducción de Patricia Antón nos permite disfrutar del talento literario de Clift, que combina con naturalidad diversos géneros, desde la literatura de viajes, la crónica periodística y el retrato psicológico, el relato de las andanzas de personajes peculiares y la reflexión sobre el destino de los habitantes de unas islas cuyos escasos recursos los abocaban a emigrar o a trabajar en la arriesgada pesca de esponjas. En Cantos de sirena el asunto dominante era la integración en la isla tras abandonar una vida cómoda y aburrida en Londres, el interés por la vida de los habitantes, las reflexiones aún no desengañadas sobre el papel de la mujer en culturas a las que el progreso no iba a dar alcance hasta la explosión del turismo de masas. Desplegaba un característico sentido del humor ya en las primeras páginas con el relato del turbulento arribo a la isla, humor que en Los buscadores de loto se convierte en ironía y en una mayor introspección.

Charmian Clift está a punto de dar a luz a su tercer hijo cuando la pareja firma la compra de una casa en Hidra, en la que han dejado todos sus ahorros —»George arrojó el dinero dándose aires como si en efecto fuesen ciento veinte relucientes soberanos de oro»—. A partir de ahí su relato consigue desmentir que el proyecto de tener casa en tierras griegas sea «temerario y romántico», propósito más difícil de mantener cuando los derechos de autor por sus libros no alcanzan las cifras esperadas. La ansiedad y la decepción se entrometen entonces en el ánimo de la escritora y de su marido forjando el runrún neurótico sobre el destino de su carrera literaria, que se traduce en un recurrente «control de daños» por querer, modernos ícaros, alcanzar el sol de una vida elegida. Mientras el niño David y la niña Shane viven años felices, que la madre observa como el florecimiento del proyecto que los llevó a buscar la luz, el mar y la naturaleza mediterránea, la restauración de la casa de nueve habitaciones soleadas y los gastos de sostener una familia de cinco miembros fuerzan a George a escribir no lo que le gustaría, sino lo que se vende.

Artistas de la bohemia en islas griegas, incluidos Charmian Clift y Leonard Cohen. / Foto: James Burke — LIFE

Como Hidra era ya entonces el hábitat de una pequeña colonia de artistas y de un turismo incipiente que buscaba refugio en las mansiones en que la burguesía ateniense invirtió algo de su fortuna, la familia Johnston-Clift se codea con este grupo en su mayoría angloparlante —al parecer, el matrimonio solo adquirió rudimentos de griego, siendo los hijos los que ejercían de intérpretes cuando era necesario—, de los que nos deja retratos críticos y de penetrante inteligencia.

En cambio, los isleños que desempeñan labores prácticas y necesarias, desde el notario al dueño del bar favorito o al factótum y relaciones públicas de la isla, a las mujeres que ayudan en casa, todos están pintados con luces favorecedoras y llevan nombres clásicos: Sócrates, Demóstenes, Cassandra, Creonte… Isleños y artistas extranjeros forman dos fuerzas contrarias y no se trata tanto de una idealización de la vida dura y elemental, del trabajo físico de los nativos, como sendos espejos de dos formas de vida extremas entre las cuales la pareja de escritores ha de encontrar su propio equilibrio, ese renacimiento que se simboliza con la propiedad de la casa y el Bebote (así llama a su tercer hijo) nacido ya en Grecia.

Los artistas más o menos fracasados que pululan en Hidra, y los diletantes que son más personajes que creadores, tienen en el ruso Fiodor y en el francés Jacques dos ejemplos palmarios, un deleite para el lector y un tormento para quienes los tratan asiduamente. Henry, el pintor de éxito entregado y obsesionado por su arte y por la experimentación en materiales y formas, es para Charmian Clift el único ejemplo genuino de artista y no la sucesión de escritores, pintores, escultores, dibujantes muy enterados de las últimas corrientes, entregados durante horas a disquisiciones más o menos filosóficas que apenas ofrecen obra y cuando lo hacen de calidad mediocre, entretenidos en días «demasiado bonitos para trabajar» y en fiestas que les van a impedir tener tiempo para «trabajar, trabajar y trabajar». El retrato de Jacques, el joven y tentador demonio de lugareñas y extranjeras, antítesis del ángel erótico que trastorna a la familia de Teorema, película de Pasolini, es la prueba del talento de la escritora para contar tanto cuando parece no pasar nada especial.

Que la isla deja de ser paraíso para unos pocos se confirma con la llegada de una troupe de cineastas americanos que durante unas semanas van a convertir el paisaje en escenario pintoresco de un argumento tópico y veraniego, y a los habitantes, incluida la pareja de escritores, en figurantes que encarnan una imagen estereotipada de sí mismos. Junto a los yates y turistas que trae el ferry, llega un verdadero ejército con todo lo necesario para instalar a cientos de personas que sembrarán de dollari la isla. Aunque no da el nombre de las estrellas de la troupe, puede deducirse que se trata de Sophia Loren en uno de sus primeros papeles en inglés, a las órdenes del mítico Jean Negulesco, interpretando a una improbable pescadora en Boy on a Dolphin (La sirena y el delfín, 1957).

Una sensibilidad de la época

Retrato de Charmian Clift. / © George Johnston & Charmian Clift Archive

Aunque Los buscadores de loto llega a los lectores españoles en forma de rescate, no puede decirse que la escritura de Charmian Clift deba entenderse como una obra solitaria perdida hasta hoy en un mar de indiferencia. Al margen del éxito que consiguió a su regreso a Australia, tras diez años de residencia en las islas, estas memorias griegas están conectadas en sensibilidad con la obra de escritores coetáneos, incluidos algunos españoles tan brillantes como fueron Luis Martín-Santos e Ignacio Aldecoa. Las peripecias que provoca la llegada a un lugar bello, pintoresco y aún ajeno a la modernidad consumista de una troupe de cine ha sido un leitmotiv de no pocas novelas de los años sesenta y setenta. En el relato Condenada belleza del mundo (1962), Luis Martín-Santos, siempre innovador, se burlaba con enorme gracia de la jerga marxista-cahierista habitual en las publicaciones de cine en esta década que contrastaba con el ambiente castizo andaluz del lugar del rodaje, también parodiaba el denodado empeño en ser modernos de los directores de cine progres, que imitaban a Antonioni en tono y argumentos con resultados fatalmente plomíferos. Por su parte, Ignacio Aldecoa en su última novela, Parte de una historia (1967), regala en clave de reportaje una portentosa descripción del traslado de unos camellos en una aldea de pescadores de la isla canaria la Graciosa, donde el protagonista ha buscado unos días de soledad y reflexión durante los cuales su ánimo en crisis se confronta a la vida de los habitantes. También en esta novela se advierte el tono existencialista del cine de Antonioni en su pintura del moderno intelectual burgués mientras los turistas extranjeros, representados como nuevos salvajes, constituyen una creación perfeccionada de la transformación económica y cultural fruto del desarrollismo que tuvo lugar en Europa en las décadas 50, 60 y 70. El turista es la imagen última y grotesca de la economía depredadora y de derroche propio del capitalismo de consumo que provocó la transformación de valores y prioridades, despojando al hombre de la conciencia de sus necesidades reales.

Martín-Santos, Aldecoa y Clift expresan una preocupación común del escritor de aquel periodo de recuperación tras el estrago de la Segunda Guerra Mundial. Cuando la bohemia y las renuncias que exige la labor creativa solo dan míseros derechos de autor, acaso también cartas de rechazo de editores, todo artista oye en su fuero interno esa pregunta que, encarnando al más feroz superyó, repite la norteamericana llegada para rescatar a su hija y devolverla a la opulencia del país desarrollado: «Pero lo que me gustaría saber es qué sentido tiene esto que hacen».

Mirando de cara el resentimiento ante la falta de reconocimiento que una escritora de su calidad experimentó, desde Los buscadores de loto Charmian Clift ofrece muchas respuestas a los escritores de hoy y una fundamental: seguir allá donde el cuerpo y la mente brillan.

 


 LOS BUSCADORES DE LOTO
Charmian Clift
Traducción de Patricia Antón
Prólogo de Nadia Wheatley (traducido por Lucas Villavecchia)
GATOPARDO
(Barcelona, 2023)
277 páginas
21,95 €

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