Horas críticas

«Escuela de escritura», de Mercedes Abad: para aprender a escribir, y sobre todo a leer

Podríamos citar varios ejemplos de libros que tratan sobre el mundo del libro. O sobre autores, editores, poemarios, librerías. Recordamos el excepcional La compañía de los solitarios, de Juan Bonilla, o la novela Lejos de Kakania, de Carlos Pardo. Sobre asuntos de la vida —y también de la muerte, como se verá— literaria discurre la última obra de la escritora Mercedes Abad, Escuela de escritura (Tusquets, 2023), donde la trama se construye en torno a esos centros en los que escritores primerizos buscan la orientación adecuada para publicar. O para pulir textos adolescentes. O para afianzar una voz, una mirada, una maestría.

Maestría, mirada y voz son los catetos e hipotenusa que constituyen el triángulo de la novela de Mercedes Abad. Porque geometrías es lo que contiene este trabajo donde lo primero que destaca es la estructura. Lo bien estructurada que está la historia. Desde ese inicio, con su leve desconcierto, hasta dos o tres momentos clave, perfectamente dispuestos, que nos invitan a remontar el vuelo de una lectura que solo en ocasiones se vuelve algo monótona. Lo que podría ser un relato insustancial se convierte, gracias a estos sucesos de la trama, en una novela que se lee con gusto y también con curiosidad. Lo que en un principio parece un libro más o menos convencional sobre escritores, toma nuevo registro y ofrece dosis de thriller. De un thriller inesperado —como buen thriller— y bienvenido.

Escuela de escritura cuenta la historia de un grupo de alumnos —novelistas, o aspirantes a novelistas— que reflejan los perfiles que suelen acudir a estas clases. Está el jubilado vanidoso y mediocre, está la que se apunta para hacer algo nuevo con su vida, está quien verdaderamente tiene talento. Todo un panorama que se corresponde, exactamente, con lo que esperamos de una escuela de escritores. Lo que no esperamos es la muerte de una alumna, y todo lo que este hecho desencadena. Una vez más, Mercedes Abad consigue, del episodio circunstancial, fabricar una especie de relato metaliterario en el que se proyectan una serie de debates sobre la autoría de un texto, la inspiración, el plagio, el propósito de la creación, el motor de la escritura y otras tantas cuestiones que probablemente nos dejemos atrás y que el lector sumará a esta conversación.

Porque la novela de Mercedes Abad sostiene siempre una doble dimensión a lo largo de la historia: la dimensión que llamaremos liviana y la dimensión que llamaremos honda. La primera —el thriller, la escuela, los manuscritos, los egos— es el envoltorio de la segunda —con sus debates sobre la creación y la literatura en sí misma—. Los lectores están consumiendo una obra de intriga, como tantas, con sus efectismos y giros, pero están leyendo una trama que incluye mucho más que el descubrimiento del sospechoso de asesinato. Es esta una estrategia narrativa muy inteligente, y en este caso muy bien resuelta. Está todo pero sin notarse que está todo. Es artificio sin percibir las bisagras del artificio. Aquí hay truco, es evidente, pero nadie sabe cómo ha aparecido esa carta en la baraja. Quizá sea esta una de las claves de la ficción: que lo que se cuente, aunque hecho de imaginación y de inventiva, no nos parezca que está hecho de imaginación y de inventiva. Por otra parte, Mercedes Abad no incurre en lo impostado. En las descripciones forzadas. Su historia nos suena creíble.

La novela da para subrayar unas cuantas frases que son prueba de susaciertos. Transcribimos algunos ejemplos: «La muerte siempre deja tras de sí pinceladas de humor negro», «Es curioso cómo a veces te descubres huyendo de lo único que quieres» o «La duda es una criatura de lo más absorbente». Mercedes Abad posee ese don a la hora de precisar definiciones. Su narración cuenta, va contando, expone, dice y, de repente, entre los montes de arena de la prosa, encontramos sorpresas como las citadas. Otro rasgo que se percibe en esta prosa —depurada, currada, limpia de toda torpeza— es un tono que se aproxima al humor —aunque lo que nos cuente la autora no contenga una pizca de humor—. En Escuela de escritura nos encontramos ante un tono agradable, a veces desenfadado o descreído, que evita todo pasaje melodramático. Esa impostura que antes decíamos y que es propia de relatos inexpertos. La trama de esta novela se podría haber abordado desde el tono solemne, o desde el drama consabido —la autora que despotrica del mundillo literario—, pero nos hubiese quedado un trabajo defectuoso. Por inmaduro.

En estas páginas tenemos un manual idóneo para aprender a escribir, pero sobre todo para aprender a leer. Es una novela donde la trama en la escuela simula ser lo principal, pero es lo secundario, lo adyacente. También la muerte. También los personajes. Incluso la apropiación. Todo lo que parece necesario es lo prescindible. Lo que aquí tiene relevancia es la estructura del texto, las lecturas implícitas y que cada uno irá destripando, la lección acerca de cómo hilvanar una novela. En Escuela de escritura, Mercedes Abad nos da las claves para trabajar nuestro relato, y lo hace en forma de relato, en su constante juego de capas y de espejos. Una escuela, que es un libro, que es una novela, pero que termina siendo, al final, una escuela. Donde, como apuntamos, los lectores pueden aprender a escribir sus historias y también a cómo hay que leer una historia —lo que quizá sea más difícil y desde luego más importante—.

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