La Taberna Flotante

Ogenos

Taberna Flotante #13

Fotograma de la serie televisiva «Ijon Tichy: Raumpilot» (2007). / © DFFB — Kosmische Kollegen — ZDF

No se podía decir que el veterano astronauta que se hacía llamar Ijon Tichy fuera un asiduo de la Taberna Flotante; pero tres o cuatro veces por ciclo se dejaba caer por allí y amenizaba a los parroquianos con sus «batallitas galácticas», como las denominaba el tabernero.

Aquella tarde apareció llevando un maletín metálico que depositó ostentosamente sobre la barra como si quisiera llamar la atención de los presentes, que en aquel momento se reducían a dos: el Capitán Dorian y el propio tabernero.

—Amigos, no os vais a creer lo que os voy a contar —anunció sin preámbulos el recién llegado.

—Nunca nos lo creemos —dijo Dorian.

—Me halagas, Capitán —repuso Tichy con una sonrisa—. Si tuviera tanta imaginación como para inventar las historias que cuento, sería un afamado narrador, en lugar de un pobre vagabundo del espacio que tiene que dejarse invitar a una birra. O varias.

—Tan sutil como siempre —dijo el tabernero sirviéndole una jarra de espumosa cerveza azul—. Pero si quieres que sean varias, tendrás que contarnos algo que valga la pena oír.

—Haré algo más que eso: os lo mostraré —afirmó Tichy apoyando la mano sobre el maletín—. Pero vayamos por partes… Como sabéis, mi nom de guerre lo tomé de un personaje creado por Stanislaw Lem, un prestigioso escritor terrestre de la era predigital. Lo que no sabéis es que Lem, a su vez, se inspiró en un astronauta real que…

—Lem escribió sus relatos a mediados del siglo XX —lo interrumpió el tabernero, que era un buen conocedor de la literatura antigua—, y en aquella época aún no había astronautas.

—En la Tierra no —puntualizó Tichy—, pero no he dicho que el astronauta fuera terrestre.

—¿Insinúas que el tal Lem conoció a un astronauta extraterrestre mucho antes del primer contacto de los humanos con seres de otros planetas? —exclamó Dorian.

—No lo insinúo, Capitán, lo afirmo rotundamente, y tengo pruebas —aseguró Tichy—. Pero esa es otra historia, que os contaré en otro momento —añadió mientras abría el maletín, en cuyo interior, forrado de gomaespuma, había un frasco lleno de un líquido turbio y viscoso.

—¿Qué es eso? —preguntó Dorian con una mueca de disgusto.

Eso es una partícula, en el sentido literal de pequeña parte, del que tal vez sea el ente más poderoso de la galaxia —contestó Tichy bajando la voz, como si estuviera revelando un secreto.

—Solaris… —susurró el tabernero.

—¡Sí! —exclamó Tichy—. La más famosa novela de Lem también está basada en lo que le contó su visitante extraterrestre. Y yo, tras muchos años de búsqueda, he encontrado el océano inteligente en el que se inspiró la novela.

—¿Y qué piensas hacer con esa… partícula? —preguntó Dorian señalando el frasco con aprensión.

—Casualmente, o tal vez no, el océano pensante, al que yo llamo Ogenos, está en un planeta muy parecido a Münchhausen, que también pertenece a un sistema binario similar a este. Intentaré aclimatar aquí, en algún punto de las áridas planicies del ecuador, esta diminuta fracción de Ogenos con la esperanza de que medre y se convierta, si no en un océano, en un pantano inteligente…

3 Comentarios

  1. Va a ser que Solaris no es en realidad un planeta sino un agujero negro en el que quedamos atrapados muchos, y supongo que muchas. ¡Bravo por Tichy/Lem!

    • O un agujero de gusano por el que viajar a otras galaxias narrativas. Se aceptan sugerencias, que serían debidamente reconocidas. Quiero decir que, pongamos por caso, Ric el Escéptico se puede pasar por la taberna Flotante y discutir con el tabernero o con Tichy…

  2. Ya que se aceptan sugerencias, vuelvo a mi convicción de que cualquier alieno que llegue hasta nosotros sería incapaz de comunicar, en ambos sentidos. Y esto me lleva a la triste conclusión de que no se podría narrar nada. Solo relatar lo que hace de frente al desconcierto de los humanos que comprueban que realiza cosas incomprensibles pero sin ninguna animosidad, ya que se supone que sería mucho más desarrollado que los aborígenes, como por ejemplo presentarse a su interlocutor bajo cualquier forma terrestre, inducido por la incapacidad de comunicar verbalmente (o mentalmente), esperando que, si se presentara como un árbol, el mensaje sería clarito: quiere hablar de botánica etc. etc. Y como se enamoró de los dibujos animados, no tiene mejor ocurrencia que hacer hablar a todos los animales que encuentra, logrando un efecto indeseado: que la taberna Flotante le prohibiera el ingreso debido a la cantidad inmensa de animales parroquianos.

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