Horas críticas Analógica

Un cuchillo inmaterial

Reseña de «Los orígenes del flamenco», de Manuel Bernal Romero

De los esclavos africanos y las galeras de Felipe II en las costas de Cádiz, pasando por aquella «isla del Guadalquivir, donde se fueron los moros que no se quisieron ir» de La leyenda del tiempo de Camarón y Pachón, hasta Niño de Elche pregonando no hace mucho en Babelia que «como la luz de Rothko, el flamenco no tiene origen». Para Manuel Bernal Romero, ensayista y poeta nacido en Los Palacios y Villafranca, Sevilla (contamos este detalle biográfico por la importancia de su privilegiada perspectiva, apegada a lo que en este libro nos cuenta), el flamenco sí que tiene origen, o mejor dicho orígenes, al menos hipótesis con las que hacer historia, historiografía y hasta, por qué no, literatura. En su libro Los orígenes del flamenco nos embarca en el fascinante viaje de un arte que va agarrando lo que le interesa de sus alrededores, desde el cumbé y otros ritmos afroamericanos hasta los lamentos musicalizados de moros y judíos, todo ello conservado y aderezado por las manos de aquellos gitanos aplastados siempre por las autoridades, que fueron llenando lo que el autor llama «Jerez y los Puertos». Con elegancia y claridad, va hilando a lo largo del libro el conjunto de conocimientos que conformarán la idea de que, pese a que también están Sevilla (sobre todo Triana) y Granada y Ronda, fueron Jerez y sus alrededores los que dieron el germen del que salió toda esta «suma» de misterios que hoy llamamos flamenco.

«El fandango inundándolo todo», con esta frase del flamencólogo José Luis Ortiz, que Bernal nos ofrece dentro de los muchos textos básicos de la historia de este arte que aparecen en el libro, se puede resumir esa capacidad de lo gitano, lo flamenco, de mantenerse siempre firme dentro de la tirantez de lo «puro» y lo «mestizo», lo rancio y lo nuevo, que llega hasta nuestros días. Y decimos «flamenco» pero también «gitano», y a veces incluso «jondo», porque Manuel Bernal no solo trabaja los sucesos sino también las palabras y nos da en su libro la perspectiva puramente lingüística, llamémosla incluso etimológica, en otro viaje que recorrerá las distintas hipótesis que rodean a esa palabra omnipresente: flamenco. Aquellos gitanos que tomaron parte en las huestes de Flandes y volvieron al sur respetados como héroes: flamencos. La «flamancia» y de ahí la flama, la llama, lo flamenco. «Fellah-mangu», que en marroquí alude al canto de los campesinos. O el cuchillo, aquel cuchillo flamenco fabricado en Amberes y de habitual uso entre los gitanos de aquellos tiempos, y que por metonimia igualmente nos dio la sacrosanta palabra. Todas estas hipótesis y alguna más, cada una de ellas llena hasta rebosar de giros históricos, nos entrega el autor bien desarrolladas y documentadas para que, de entre todas, escojamos la que más no cuadre o más nos emocione… si es que hay que elegir. «Si los gitanos se hubieran quedado quietos hubiesen desaparecido. Si el flamenco se hubiera dormido en sus bases primitivas probablemente también», esto nos dice Manuel Bernal y esto vamos disfrutando en el libro para tratar de entender cómo aquellos primeros palmeos y zapateos y lamentos negros, moros y hasta judíos, de los que no tenían donde caerse muertos, han seguido su rumbo firme hasta llegar al Camarón con la Royal Philharmonic de Londres, Carmen Linares en el Teatro Real o el nombramiento en 2010 del flamenco (no lo gitano ni lo jondo ya, sino con esa bandera que «todo lo inunda») como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Uno de los elementos que puede tener más interés del libro de Manuel Bernal es el desarrollo del concepto de profesionalización de lo flamenco. Aquí una vez más aparece la lucha entre lo puro y lo «mezclado» tan idiosincrásica del flamenco, el autor nos sitúa en los momentos históricos en que los primeros artistas dan el salto a los cafés cantantes, sacando todo lo que se hacía de «puertas para adentro». Lo casero, lo más profundo, «comercializado»; ahora ya en manos del público que lo puede maltratar, mucho peor, parodiar hasta el cliché. «Los cafés cantantes matarán por completo el cante gitano en no lejano plazo», leemos en alguna crónica de la época. Bernal nos ofrece una extensa nómina de artistas, en su mayor parte de Jerez y alrededores, que van a materializar ese importante paso para que el flamenco actual sea tan ubicuo y tan proteico, tan capaz de cualquier cosa.

Rita Giménez García, alias Rita la Cantaora (1859-1937)

Quizá una de las debilidades del libro, que no desmejora el conjunto, es que su autor nos quiere contar tantas cosas emocionantes que ocurren alrededor del flamenco que, a veces, se ve en la necesidad de tirar puentes conceptuales para mantenerse dentro del tema central; algo que consigue a veces, y otras no tanto. Esto es particularmente palpable en el último capítulo, donde repasa la relación de Lorca con Jerez, especialmente con el pionero Manuel Torre, figura esencial en el crecimiento del flamenco y particularmente en su consideración por otras artes.

Como la luz de Rothko. O como el canto de los negros en las galeras o como Rita la Cantaora peleándose con el mundo por unas perras, todo eso y más, todo aquello y todo esto dentro del flamenco, dentro de aquel misterio nacido en «Jerez y los Puertos» o quién sabe dónde, dentro de este patrimonio inmaterial que muere y nace cada día.

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