Crónicas en órbita

Enrique Vila-Matas: sobrevivir a uno mismo

El escritor Enrique Vila-Matas. / © Antonio Navarro Wijkmark — Seix Barral

Enrique Vila-Matas está de vuelta y no únicamente por el hecho de que su última novela, Montevideo (Seix Barral, 2022), haga menos de un año que está en circulación sino porque, como lectora ferviente de su obra, desde Montano solo había palpado en parte esta frescura que echaba tanto de menos. No hay lenguaje de altura sin metáfora, de la misma manera en que no hay acción ni pensamiento humanos que no conlleven una máscara. Y Vila-Matas ha sabido recuperar aquella que le pesa menos, ese tipo de máscara que lo transforma, no en un escritor que se pierde de vista, sino en uno que ha comprendido la importancia —tan clásica en el fondo— de volver al origen recorriendo sus arterias emocionales: París, Cascais, Montevideo, Reikiavik, Bogotá, París. Los viajes con un fin son siempre circulares. Uno ha de volver indefectiblemente al origen, pero con la cabeza, con el cuerpo y con las ideas de alguien nuevo. ¿Para qué, si no, hablar siquiera de viaje? ¿Para qué hablar de escritura?

Hace años escuché a Enrique decir que, frente a los atascos creativos, tomaba un libro al azar y se sumergía en él de forma aleatoria para encontrarse en alguna palabra, en alguna frase que le diera sentido a aquello que se traía entre manos. ¿Es azaroso, me pregunto, este Montevideo? Porque se trata de una anotación cartográfica que quiere decir MONTE VI, D (de) E (este) O (oeste). La ubicación era el monte sexto de este a oeste. Fue «Monte vidi» como la expedición de Magallanes llamó al Cerro de Montevideo. Esas fueron las palabras anotadas en el «derrotero» del viaje de Magallanes a «una montaña hecha como un sombrero», divisada en los primeros días de 1520. Una montaña hecha como un sombrero… «Vemos casualidades extrañas que tienen seguramente una explicación que no acertamos a encontrar. Pasamos por la vida sin entender correctamente muchas cosas. Hay un malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina, decía Kafka».

Desde «el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo». Schneider (Mac y su contratiempo, Seix Barral, 2017) ya adelantaba este retorno, este juego de puertas que ha trazado un viraje circular en la obra de Enrique. Decía que no hay lenguaje de altura sin metáfora y, en Montevideo, Vila-Matas construye una metáfora completa en torno a su propia existencia y en torno a esa pregunta universal que nos compete a todos: «¿Cuál es el sentido?». «Durante años practiqué una especie de saudade secreta, una extraña añoranza de ultramar, melancolía de un lugar que no había conocido y al que no tenía claro que pudiera viajar algún día». Montevideo nos acerca a un rostro vilamatiano nuevo que no es más que su mismo rostro transformado, destacando lo que, durante muchos años, sus lectores no hemos podido ver a simple vista.

En el fondo —y también en la forma—, la máscara del lenguaje —el estilo, tan vivo como debería estar a lo largo de una carrera— trata en ocasiones de ocultar ciertos aspectos para que se observen otros, sin que la desestructuración y consecuente estructuración identitaria a la que todo autor debe someterse resulte aplastante para él mismo o para sus lectores, conservando, por ello, un grado suficiente de coherencia. Es Enrique, nos decimos. Sigue siendo Enrique. Pero… «¿Tenía que avanzar si estaba todo en tiniebla? Y, por otra parte, ¿qué esperaba encontrarme allí? ¿Una repentina revelación?».

Una epifanía, en forma de visión, sería lo ideal, siempre me había fascinado la de Beckett en el pequeño muelle frente al mar en el puerto de Killiney: «Al final del muelle, en el vendaval, nunca lo olvidaré, allí todo de golpe me pareció claro. Por fin de la visión», nos cuenta el narrador de Montevideo justo después de desplazar el armario, tras el cual la puerta condenada emerge. Y más adelante: «Pensé en revelarle, sin que yo mismo lo supiera con precisión, el porqué de aquella atracción. Pero como no conocía exactamente ese porqué, preferí trasladar la conversación a otros parajes más sencillos en lugar de complicarme la vida reflexionando sobre la dificultad que tenemos de explicar lo que, por su misterio extremo, nadie jamás ha sabido explicar bien». ¿Y no es acaso esta afirmación y también ese gesto dubitativo del narrador el epítome del oficio de la escritura?

He vuelto a descubrirme a través de él y, aunque en mi biblioteca estén todos sus libros, juntos y ordenados, lo importante no es eso. Lo importante es que, frente a la solemnidad que yo conocía, él trajo el riesgo de la pregunta y el riesgo de la suplantación y, sobre todo, el riesgo del juego. Nunca sabré quién soy por culpa de escribir, le escuché decir en su impostura. Hoy lo entiendo. En el fondo, hay muchas formas de agradecer o de llegar a lo importante. Incluso, negando nuestra suerte, hasta que finalmente se nos revela.

Vila-Matas está de vuelta y, de la misma manera en que Rosario Girondo no era sencillamente un letraherido: «GIRONDO, Rosario (Barcelona, 1948). Que otros se escondan en seudónimos o inventen heterónimos. Lo mío siempre ha sido el matrónimo. ¿Existe esa palabra, existe la palabra matrónimo? Yo diría que existe todo lo que se nombra. Rosario Girondo es como yo firmo mis libros desde siempre. Rosario Girondo es el nombre de mi madre»; en Montevideo, Enrique ha sobrevivido a sí mismo y ha retornado al vientre con la máscara limpia del origen.

 


 MONTEVIDEO 
Enrique Vila-Matas
SEIX BARRAL
(Barcelona, 2022)
304 páginas
19,90 €

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