—¿Conoces la historia del planeta Glauco? —preguntó el veterano astronauta conocido como capitán Dorian.
—¿Ese en el que solo hay una isla habitada, que antes se llamaba Isla Verde y luego pasó a llamarse Isla Amarilla? —preguntó a su vez el tabernero.
—Ese mismo. Pues en mi último viaje a la Tierra me contaron otra historia muy parecida, de la que ahora mismo no consigo acordarme. Tal vez si me refrescas la memoria con una de tus endiabladas cervezas azules…
—Mi cerveza azul, más que refrescar la memoria la calienta —replicó el tabernero mientras llenaba el vaso de Dorian, que, acodado en la barra, fruncía el ceño como si estuviera haciendo un gran esfuerzo de concentración—. Tiene que ver con un cono, creo —dijo tras apurar el vaso de un trago—, un cono gigantesco…
Pero no era un cono, sino una pirámide, la protagonista de la historia que el viejo lobo del espacio intentaba recordar. Y la historia, tal como solían contarla los narradores orales terrestres, era más o menos así:
En el planeta Pirámide solo hay una ciudad, y en la ciudad solo hay un edificio: una gigantesca pirámide escalonada de unos mil metros de altura.
Hace mucho tiempo, un niño abandonó la ciudad con intención de llegar a los límites del mundo. Como era huérfano y poco comunicativo, nadie lo echó de menos.
Un día tras otro, el niño viajó siguiendo al sol hacia su ocaso, y en su larguísimo y solitario viaje no encontró nunca a nadie. Hasta que muchos años después, siendo ya viejo, llegó a una ciudad parecida a la suya, en cuyo centro había una gran pirámide escalonada. Grande, sí, pero mucho más pequeña que la de su ciudad de origen, que era enorme. Y así se lo dijo a sus perplejos anfitriones, que nunca habían recibido a un forastero y creían que la suya era la única ciudad del mundo.
Según aseguraba el anciano, la pirámide de la ciudad de la que procedía doblaba tanto en altura como en anchura a la que allí se alzaba, por lo que los lugareños decidieron cuadruplicar el tamaño de su pirámide para que fuera el doble de la de sus remotos rivales.
Pero cuadruplicar tanto la altura como la arista de la base cuadrada significaba multiplicar por 64 el volumen de la pirámide, y para tan descomunal empresa necesitaron todas las piedras, vigas y demás materiales de la ciudad, que de este modo se convirtió en la pirámide misma, en la que desde entonces vive toda la población.
Las expediciones que partieron en busca de la ciudad de origen del misterioso anciano resultaron infructuosas, pero sirvieron para confirmar la teoría, hasta entonces herética, de la esfericidad del mundo. Y alguien sugirió la posibilidad de que el anciano hubiera dado la vuelta al planeta y hubiera regresado a su ciudad natal, cuya pirámide era el doble de alta en sus recuerdos infantiles, ya que su propia estatura se había duplicado al hacerse adulto.
En un primer momento había imaginado que el tamaño del planeta Pirámide sería enorme, pues caminando unos 20 km diarios durante aproximadamente 60 años habría recorrido una distancia similar a longitud de la circunferencia de Júpiter. Ahora bien, seguir la circunferencia de un planeta tan grande con tanta precisión sería extremadamente difícil. De ser cierta la historia contada por Dorian, creo que habría dado diversas vueltas no perfectas a un planeta mucho más pequeño, teniendo la suerte de encontrar, tras muchos años, su ciudad de origen.
Por cierto, hay un detalle muy curioso respecto a estimar la edad en la que la altura de las personas llega a ser la mitad de la de que tendrá en su edad adulta. Es mucho menor de lo que se podría pensar en un primer momento, pues la mitad de la altura se suele alcanzar a una edad de entre 20 y 30 meses. El niño que partió de su ciudad sería joven, pero no tanto. De todos modos, creo que incluso a los 12 o 13 años se sigue percibiendo el mundo que nos rodea como mucho más grande de lo que lo percibimos cuando llegamos a edad adulta.
Muy acertadas tus observaciones cuantitativas. Pero entre la distorsión de los recuerdos por una parte, la desorientación infantil por otra y, como remate, las consabidas exageraciones de los viejos lobos del espacio, todo encaja (o, al menos, se non è vero è ben trovato, como decimos los italianos).
Creo que, de no encajar, el tabernero habría puesto de manifiesto la posible fisura en la historia, aunque justo en este caso no lo podemos saber, pues desconocemos cómo le habrá sido contada la historia. Los indicios apuntan a que Dorian no estaba demasiado despejado en esta ocasión 🙂
Además, por lo que parece, Dorian sabe que vale la pena exagerar un poco algunos detalles para que sus historias sean merecedoras de una cerveza azul. Creo que utilizar la exageración para captar mayor atención es una característica bastante frecuente al relatar algo que nos ha ocurrido, cuando me parece que la clave para incrementar la atención y el interés reside en la simplicidad.