Horas críticas

«The Gigantes»: deja al cabrón en paz

Un fotograma de «The Gigantes», de Beatriz Sanchís. / © Animal de Luz Films

Aunque el paisaje al que da forma parece irreal, casi salido de la imaginación o de un sueño, el llamado Valle de los Gigantes existe, en el estado mexicano de Baja California, limítrofe con Arizona, Sonora y el Pacífico. Los gigantes en cuestión son cactus centenarios de hasta más de diecisiete metros de altura, los ejemplares más altos del planeta, que en esta zona se despliegan por el árido terreno conformando un verdadero bosque y ofreciendo una vista única, sobre todo al atardecer. A su alrededor se despliegan las arenas del desierto, apenas poblado por cuervos y pájaros carpinteros. Por todo ello, lo que este espacio representa y lo que evoca da título a la película The Gigantes (2021), que se ha estrenado a principios de marzo en Filmin.

Se trata del segundo largometraje de Beatriz Sanchís (Valencia, 1976), y lo primero que llama la atención es lo mucho que ha tardado en llegar. Sobre todo porque debutó con la sorprendente Todos están muertos (2014), que ganó nada menos que cuatro premios en el Festival de Málaga y obtuvo dos nominaciones a los Goya en las categorías de Mejor Ópera Prima y Mejor Actriz, para su protagonista Elena Anaya. Una sonada puesta de largo —nunca mejor dicho— para una directora novel que ya mostraba su personalísima mirada. Así que había curiosidad por ver su siguiente obra, tras un periodo en el que fundamentalmente se ha dedicado a realizar publicidad para agencias de Oriente Medio, Estados Unidos y Latinoamérica. Y justo en este último continente ha hallado su lugar, gracias a la productora Animal de Luz Films de Inna Payán, que ya coprodujo su citada ópera prima.

The Gigantes es la historia de una mujer norteamericana de 35 años (JJ), sin dinero ni amores ni suerte, que se cruza con una adolescente chicana (Esmeralda), de familia adinerada pero también desgraciada ella, para acabar emprendiendo juntas una huida hacia adelante o el viaje —existencial— hacia ninguna parte. En realidad, sí hay un destino, en principio señalado por los hombres a los que extrañan: su antiguo amante y su antiguo padre, respectivamente. Para tratar de encontrarlos, a ellos o al recuerdo de ellos, acabarán cercando esa zona de cactus en una road movie cuyas singulares localizaciones llevaron dos meses de exploración del territorio. Aunque la directora ha vivido siete años en México, no conocía particularmente esa zona fronteriza, y aun así su plasmación en la pantalla resulta fascinante.

Es un topicazo, pero en The Gigantes el paisaje funciona como un personaje más; casi se diría que forma parte del trío protagonista. En él las ausencias que sufren los personajes de JJ y Esmeralda se hacen notables, visibles. El abandono ocupa cuadro. Hay en el modo en que lo filma Sanchís una introspección casi mística a través del panorama que recuerda a la poética de Wim Wenders. A la hora de recrear el espectáculo de la soledad desértica dice haber tenido también en mente la forma en que lo retrataron autores tan grandes como Pasolini o Buñuel. Gracias, en buena medida, a la magnífica dirección de fotografía del peruano Nicolás Wong (Tengo Sueños Eléctricos, La Llorona), premiada en el Festival de Málaga —de nuevo—, logra un tono entre crepuscular y luminoso, entre ensoñador y pedestre. Destaca también la banda sonora de Aaron Rux (Esa sensación, Gente en sitios), con slides de guitarras y toques de trompetas que la sitúan entre Morricone y Ry Cooder, y la colaboración de la vocalista de country Holly Macve.

«The Gigantes» es una road movie entre crepuscular y luminosa. / © Animal de Luz Films

Al frente del relato figuran dos seres marginales, outsiders como suele ser del gusto de la cineasta valenciana. Pese a su distancia generacional y de clase, The Gigantes ahonda en la reflexión sobre cómo cierto tipo de personas a la deriva acaban inevitablemente conectadas. En este aspecto, el trabajo de las actrices y su dirección es portentosa, pero hay algo que tiene que ver incluso con su fisonomía, tan marcada, tan auténtica. Sanchís explota con acierto la fuerza de su piel, su mirada y su lenguaje corporal naturalista. No en vano, Samantha Jane Smith ni siquiera era actriz cuando fue elegida, sino una bailarina de pole dance con un pasado difícil que, parece ser, la vincula bastante al personaje de JJ; mientras que la joven Andrea Sutton solo había participado en un par de producciones antes de encarnar a Esmeralda. Ambas tuvieron dos meses para conocerse junto a uno de los directores de casting, Bernardo Velasco, y la química adquirida salta a la vista. Incluso en los silencios, tan elocuentes como los escasos y sustanciosos diálogos. Ambas destilan melancolía y ternura bajo su apariencia hosca.

«Todas las mujeres hacemos cualquier cosa con tal de no estar solas», dice una de esas líneas. La distancia que van recorriendo ambas protagonistas es quizá aquella que las aleja de la sociedad convencional, pero también las conecta con ellas mismas y entre sí: dos soledades que se regalan compañía y consuelo. Aunque sea por un tiempo. El viaje las reafirma en quiénes son o quiénes querrían ser —si es que lo saben—, más allá de la sombra proyectada por los que las han tutelado durante demasiado tiempo. «No me gusta la gente», asegura Esmeralda. «¿Por qué?», le replica JJ, y sigue: «La gente mola. Sobre todo cuando quieren algo de ti. Por ejemplo, todo el mundo quiere follarme». Una hipérbole divertida que encierra bastante verdad sobre lo que esa mujer ha acabado siendo para muchos: un cuerpo fácil, disponible. Pero, como el de la joven a la que de pronto se ve atada, el suyo es un cuerpo herido.

Sobre todo por los hombres que las abandonaron a su suerte, las dejaron atrás y forjaron su trauma, aquellos que a priori impulsan su huida hacia Baja California. Lo curioso es que ambos conflictos son en parte inexistentes, pues ambas figuras masculinas pueden ser vistas como fantasmas del pasado o, mejor aún, espejismos del desierto que atraviesan. Lo que ellas buscan se halla seguramente solo en el recuerdo, pero su evocación no calma la sed; más bien al contrario, les hace imaginar caudalosos manantiales y echar de menos la saciedad (que acaso nunca tuvieron). La realidad es que son ellas las que deben encontrarse a sí mismas en medio de tanta ruta polvorienta, tanta incertidumbre motorizada. Como aconseja a JJ su única amiga por teléfono —en realidad, una amistad en off que nunca está disponible—, lo único que cabría decirles es: «Deja al cabrón en paz». Dedícate a ti misma. Eres grande, gigante incluso, aun en la sequía.

Samantha Jane Smith y Andrea Sutton, JJ y Esmeralda en «The Gigantes». / © Animal de Luz Films

The Gigantes es una película excepcional por su puesta en escena, que siempre acompaña la acción o la situación emocional de los personajes. Pese a algún leve cliché, hay mucha inventiva y muchísimo cine en la manera de concebir las escenas de Beatriz Sanchís, que empezó su carrera haciendo videoarte y cuyos dos primeros cortos, multipremiados, compitieron en los Goya y la Berlinale. Por eso duele que, pese a acabar llevándose una Mención Especial del Jurado y la citada Biznaga de Plata a Mejor Fotografía en el 25 Festival de Málaga, los medios que lo cubrían le hicieran el vacío. Fíjense: apenas ha habido críticas de esta producción en las cabeceras nacionales. Su film, que no representaba a España sino a México en el certamen, parece haberse quedado en tierra de nadie, como sus protagonistas.

Cosas del cine independiente, suponemos, y del cine hecho por mujeres: es curioso que se hable del buen momento para las directoras cuando vemos lo que cuesta levantar y difundir proyectos que implican tanto talento como este. Esperamos que no se siga dejando solas en el desierto a cineastas que se expresan en imágenes como lo hace Beatriz Sanchís.

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