Entrevistas

Martha Luisa Hernández: «Los tópicos, como la prostitución o la isla, no los reduciría nunca a un arquetipo, sino a una experiencia visceral»

La escritora, dramaturga y performer Martha Luisa Hernández. / Foto: Omar Sanz

La puta y el hurón (Caballo de Troya, 2023) es una novela, una carta entre amigas, una obra de teatro divergente, «una performance furiosa que tira de una esquina de la manta que oculta toda la podredumbre del sistema opresor y patriarcal de Cuba», como dice en su contraportada la edición a cargo de Sabina Urraca. En ella, Martha Luisa Hernández Cadenas (Guantánamo, 1991), conocida como Martica Minipunto, narra su Cuba natal desde los márgenes, desde los cuerpos de dos jóvenes de una generación perdida que se enfrenta a la violencia de los hurones —súbditos de la revolución de Fidel Castro— y que desde el arte y los afectos y la corporalidad denuncia y se sacude.

Martica Minipunto estudió Teatrología en la Universidad de las Artes (ISA) y ha ganado varios premios como el Premio David de Poesía 2017 por Días de hormigas (Ediciones Unión), el Premio de Ensayo La Selva Oscura por su investigación Notas de un simulador. La crítica teatral de Calvert Casey (1960-1965), el Premio de Teatrología Rine Leal por Esta obra habla de ti y de mí. Ensayos para (des)a(r)mar la experimentación escénica en Cuba (2012-2018) y el Premio de Novelas de Gaveta Franz Kafka, que dio origen a la primera edición de La puta y el hurón. Hablamos por Instagram y por email y por videollamada de WhatsApp, al buen estilo millennial, con epístolas digitales y tentando al diablo de la señal.

Los latinoamericanos nos enfrentamos constantemente al exotismo de nuestro territorio, de su cultura e historia. El Caribe ha sido una región especialmente romantizada, desdibujando la crudeza de su realidad. ¿Cómo escribir sobre Cuba, el Caribe, Latinoamérica, sacándolas de los tópicos?

Recuerdo que hace unos años vi en Berlín una obra sobre la revolución haitiana. Una imagen incendió mi cabeza en un momento de la performance: era la de una mano blanca que escribía la historia de esta revolución. Quedé traumatizada y afectada por esta idea que escondía un trasfondo esencialmente colonialista. Odio la estrategia del turismo y el aliento de una cultura que responda a la economía de los servicios propias de esas campañas. Ese exotismo que se construye con un vuelo directo a un «todo incluido». ¿Qué idea del contexto puede sustraerse de esta visitación hotelera? Para desromantizar algunas nociones basta con leer autorías que disienten de los imaginarios encapsulados en postales y discursos de dignatarios. La realidad me interesa desde esa polifonía inevitable que transcurre a su ritmo arremolinado y vital, más allá de dictámenes y poderes y propagandas, los tópicos, como la prostitución o la isla, no los reduciría nunca a un arquetipo, sino a una experiencia visceral.

En La puta y el hurón se va expandiendo desde el comienzo lo que tú describes como una «sensación de carroña», de podredumbre; las protagonistas hablan de Cuba como «un lugar infectado», sienten que su origen es putrefacto, que son una plaga, parásitos, bichos, cucarachas. Háblame un poco de esto. 

El trauma de esta «sensación de carroña», de este desasosiego, transcurre entre el forcejeo, el goce y la zozobra, en ese no saber hacia dónde se va mientras se baila a un ritmo propio, que diverge del de la masividad. Un cuerpo que disiente o que se distancia de «un deber ser», parece destinado al ostracismo. Siento que, cuando escribía la novela, quizá estaba repasando mentalmente muchas de las nociones que han deshumanizado a cubanas y cubanos. Parásitos, lacras, gusanos, clarias, depredación omnívora, delación omnipresente, un conjunto de epítetos que sirven a las protagonistas para su simulacro. Pensé mucho en la «campaña de la lucha contra el mosquito» como una fantasía distópica. Pamela y Mary sienten la presión, el traqueteo, han visto las moscas en la basura desbordada y se han sentido como diminutas hormigas; es cierto que enfrentan esto con cinismo y melancolía, pero lo traducen en arte o en evasión. Procuré que esta sensación no fuera pasiva, sino que estuviera afectada por un accionar amoroso, sexual y por el peligro latente.

Mary y Pamela se escriben cartas, una forma de intimidad y de catarsis, y así se sienten menos solas. ¿Se escriben (o sea, se aman) para salir por un instante del limbo, de la inercia, para dejar de ser «el resto», «la sobra»?

Las cartas son formas autorreferenciales que amo, un poco por lo trémulo y lo confesional de su origen, un poco por lo que decimos a quienes las dirigimos y por lo que escondemos, hay claves que solo serán reveladas a quienes verdaderamente las hemos destinado. A través de esas claves, del misterio, de la jerga o el juego cómplice surge un tráfico de deseos y probabilidades semejantes al sueño. En los regímenes comunistas la gente también se ama, se ilusiona, compra flores, crea una familia o escribe poesía. Las cartas entre Pamela y Mary fueron un hallazgo durante la escritura, una manera de doblegar esa historia, de abrir grietas temporales y sensibles. Las epístolas no las concebí tanto para relatar qué vivían ambas, sino para construir esta relación distante que se sujeta al afecto y no tanto al suceso. Son catárticas por eso, porque esconden la resistencia desde lo íntimo, ponen el amor o la amistad por encima de todo.

«La puta y el hurón» en La Habana, imagen de la propia autora

Tus personajes representan a una generación de jóvenes cansados del sistema, de la precariedad, de «la perdedera, que es la sensación más pura de mi generación». ¿Está exhausta la generación de los noventa? ¿Caminar como si supiéramos a dónde vamos es nuestro «deber de jóvenes perdidos»?

A mí me obsesionan la pérdida, los objetos que quedan detrás de nosotros, la memoria y la huella. Exhausta del panfleto, fisurar mis propios límites y transgredir mis miedos ha sido un ejercicio de constante titubeo que me permite sanar las heridas que arrastro, ya sea por empatía, ya sea por despedir a tantos amigos, algunos desterrados o exiliados.

Los hurones no saben amar. ¿Es el amor lo verdaderamente revolucionario?

En la novela los hurones son incapaces de amar. Aunque trato de huir de maniqueísmos, la rabia me llevó a habitar las violencias de mi entorno en esa figura. Mediante la huronificación me expliqué el abuso de poder, la violación y el miedo. Para mí, el amor lo revoluciona todo. A veces, es una revolución que choca con La Revolución. Yo en La Revolución no puedo creer. En unas amigas que toman helado y permanecen tiradas en un balcón, sí.

Los hurones son «seres domesticados sin placer que viven hipócritamente y por conveniencia soportan los mecanismos heteropatriarcales del poder». ¿Solo se puede ser puta o hurón, o existe otra posibilidad? 

Existen posibilidades infinitas, formas de resistencia micropolíticas o poéticas, me he refugiado en espacios de mucha soledad o he desandado acompañada de amigos, me he refugiado en la performance y en colaboraciones que ponen en crisis mis propios paradigmas, a veces solo he querido escuchar con atención. Siento que la hipocresía es el principio de esta domesticación. Eso de vivir «sin placer» es una acusación tontísima, estos «hurones nacionales» se aprovechan de muchos beneficios, lo que pasa es que están realmente solos.

El patriarcado, el «machismo latinoamericanista de macho alfa hurón cubano», es el escudo que permite, aunque Fidel haya muerto, que el sistema se sostenga. «Somos mujeres en un país de varones», dice una de las narradoras. ¿La escapatoria es no callar? ¿No ser la puta respetuosa sino la irreverente?

A veces la escapatoria es la evasión, a veces la revuelta. Ante los feminicidios es imposible hacer silencio. Callar nos hace cómplices. No todos los hurones son varones y debemos aceptar que el patriarcado es sostenido por todas y todos. En la novela hay un personaje clave que evidencia cómo el cinismo y la miseria definen a la familia de la protagonista. Los personajes de La puta y el hurón se mueven con cierta turbación por un paisaje público hostil, aunque en lo privado también acontece el terror, solo se tienen a sí mismas para ser felices. Lizzie, personaje de La puta respetuosa, formaba parte de mi imaginario como espectadora e investigadora del teatro, esas experiencias resonaron cuando escribí el poema dramático que incluye la narración. Lo concebí como su manifiesto, no hay un telón que se descorre para el monólogo frenético de esa puta, se trata de una performance a la entrada del Teatro Nacional —así lo veo yo—, como el desahogo escandaloso y la libertad de esta mujer que se rebela sin tapujos.

Al fin, ¿Fidel es «una idea o un retrato»?

La muerte de Fidel fue un hecho tangencial para Mary, la noticia la agarró bailando en una fiesta, al mismo tiempo que su madre agonizaba por la epilepsia. Alojada en la desproporción, situada en esas escalas afectivas que suceden entre el acontecimiento histórico y el dolor personal, observé cómo repercutía en la vida de estos jóvenes perdidos, un hecho que podía simbolizar el fin de algo. No creo en la inmortalidad, mucho menos en la inmutabilidad de un referente. Hay que desempolvarlo todo. O también hay que dejar que el polvo les haga justicia, aunque esto no repararía los daños históricos. He escuchado muchas veces que «Fidel es intocable», a mí me parecen intocables otras cosas, la familia sanguínea o la escogida, por ejemplo. Idea o retrato, discurso o paradigma, héroe o dictador, lo único que sé con cierto rigor es que no seré nada de eso, estas nociones que movilizan discursos y apologías históricas están lejísimos de mí. Cuando creces rodeada de propaganda política, las imágenes se te quedan martillando, puedes rechazarlas, pero también cuestionarte el efecto que han tenido en ti, reproducirlas irónicamente, agenciártelas y revisitar tu niñez y tu inocencia desde lo manipulador y tosco de una consigna, metabolizar todo eso y convertirlo siempre en otra cosa, una propia. Muchas veces, solo pretendes anularlas definitivamente. A veces aspiro a escribir sobre este país como me hablan las fotografías de la rusa Masha Ivashintsova. La aproximación a la muerte de Fidel fue la del desvío, y sé que aquí sería impublicable por eso. Agradeceré siempre la decisión del jurado del Premio de Novelas de Gaveta Franz Kafka que permitió la primera edición, a quienes han reseñado profundamente la novela y a Sabina Urraca por apostar y cuidar con su fuerza y lectura inigualables la edición de Caballo de Troya. Para quienes la lean, sabrán que Fidel no la define. No es contingente que un personaje del siglo XX sea «tocado» por Mary, por el desbarajuste que es su vida. Ella, una joven nacida en el período especial, parece condenada a enfrentarse al lastre hurónico, muy a pesar de ella, muy a pesar de cualquier muerte.

¿Cómo es ser «pura tendencia en un país rezagado del tiempo, del mundo y de los sueños de sus propios habitantes»?

No sé cómo es; para Mary su tragedia se convierte en sacudida, todo reverbera alrededor de ella como un tornado. Ahora creo que se es pura tendencia por eso mismo. Por compulsión, por torbellino, por agarrarse al mundo como se agarra una a un clavo ardiendo. Para decir no solo que hablas desde «aquí», sino que también puedes hablar «desde allí».

¿Crees que la cultura latinoamericana sigue, como dice Mary, en «estado larvario»? ¿Cuánto pesa la censura sobre el subdesarrollo, el miedo a ella?

Martha Luisa Hernández. / Foto: Jenn Sanz

No creo que la cultura latinoamericana esté en un «estado larvario», esto sería una afirmación pesimista y banal. Además, apuntaría a una mirada colonizadora. Existen movimientos, pensadores, redes, formas de ayuda mutua, de «juntamenta» y apoyo que suceden en la cultura latinoamericana con toda la fuerza imaginable. Además, ¿cuál es la medida para definir algo tan escurridizo y único? El subdesarrollo no es un peldaño a superar, sino una pieza básica para que en ese sistema llamado mundo (sobre todo primer mundo) siga funcionando tal cual. He tenido el privilegio de visitar ese «primer mundo», y te das cuenta de que tiene calles para los migrantes y las identidades heterodisidentes que, como en la novela, transcurren bajo el velo de la noche. Esconden también, no sin hipócrita condescendencia, sus legitimaciones de Estado excluyentes. La censura no es franquicia de estados totalitarios, todo acto de vindicación ha encontrado repercusiones en gobiernos democráticos. Nadie debería estar preso por protestar legítimamente. Me sería imposible resumir lo que significa para mí el subdesarrollo, o los intríngulis del efecto que tienen estas definiciones geopolíticas cuyo origen está en la lengua de la Guerra Fría.

Esta parte del libro es genial: «Lo colonial es el desgaste de un país que siempre ha sido colonia de alguien, de una ideología de turno, de la cierta repetición neocolonial que comenzó por el exterminio y que se sostiene por los hurones. Me gustan los colonizadores que pagan almuerzos. Su retórica pobre. Su noción comunista del mundo mientras comen caviar. Me gustan los colonizadores con el cerebro teñido de ideales. Llegan al país y quieren descolonizarlo de su propia ignorancia». ¿Es Latinoamérica «una tierra condenada a la zozobra neocolonial»?

De momento, sí. La izquierda europea o norteamericana repiten tics coloniales muy patéticos, todos los días y en todos sus estratos. Algo que no permito es que vengan a explicarme Cuba, paren ya, por favor. Que los gobiernos y comerciantes sigan cuidando sus inversiones, que las agendas políticas sigan reduciendo a extremos polarizados el mosaico que puede ser un país; nadie es capaz de reducir un territorio, menos aún, nadie tiene el derecho de automatizar mi relación con este archipiélago.

Hay una escena en la que las protagonistas se sienten «inflamadas del privilegio» de que se les trate como a extranjeras. ¿Los hurones perpetúan el exotismo y las ciudadanías de segunda?

Esta condición de «exotismo», «folklorismo», «Oh, it’s amazing!, I can’t believe it…», han sido para mí miradas reduccionistas de la realidad. A diario compruebo los sesgos de esta fascinación torpe que infesta posicionamientos políticos y emociones, o que acontecen con la arrogancia de quien puede pagar por ciertos lujos, para esta gente es casi imposible trascender de su privilegio con un choque de experiencia real. El paisaje de la herrumbre y la ruina contrastado con el de los hoteles y restaurantes es muy duro. Los hurones son parecidos a mandamases que cuidan lo suyo, lo único que quieren perpetuar es su estatus.

A todo esto, ¿hay hurones en el primer mundo?

Hay hurones en todos los mundos, en el gobierno cubano y en su oposición, hurones creados con inteligencia artificial y páginas online de consumo aletargado, hurones que balbucean autoritarismos y cercenan derechos, hurones en las fronteras y en las políticas basadas en privilegios y en sorderas antiderechos. A veces me pregunto si el hurón no es tan solo la mecánica de estos poderes inenarrables que controlan todo. A veces, con no poca cobardía, me pregunto cómo enfrentarme a ellos y no servir a su poderío.

En los últimos años se ha apostado por lo híbrido, las escrituras expandidas que mezclan géneros, formatos. Como teatróloga, performer y escritora, ¿crees que el futuro está en la transdisciplinariedad? 

Antes distinguía desde qué lugar me situaba cuando estaba inmersa en un proceso de creación, ahora sé que es improbable. Recuerdo que era como tener una identidad para cada disciplina o laboratorio, disponer de un cuerpo según una supuesta «corrección», esta entrada tan ajustada a un «propósito» te sitúa en una cómoda respuesta ante tus deseos, te coarta y, objetivamente, es imposible. Trabajar con mi poesía en algunas performances me impulsó a liberarme de cualquier prejuicio, me condujo a una búsqueda más arriesgada, incluso me ha llevado a escribir con la lengua. He sentido el pánico de narrar mi realidad con un disfraz, y en ese forcejeo, prefiero refugiarme en oasis en los que al menos no me traicione. Con toda la fragilidad y la autocrítica que esto conlleva, no lo voy a negar. Mi formación en artes escénicas y artes vivas me ha ayudado a no temer por combinar formatos, actos, a situarme desde la ráfaga o la repetición. La idea de una teatralidad que sirve para expandir los límites de una página, casi como creencia, me deja combinar esos estados sentidos en la improvisación o el «ensayo», busco siempre el desequilibrio, soy arrastrada por la vocación de experimentar. En La puta y el hurón fui consciente de que no quería escribir desde la clausura de un género como puede ser la novela. Experimenté, con cierta vehemencia, eso que envuelve la voz en primera persona, su hacerse continuo y dubitativo, físico e irrefrenable. El futuro está aquí mismo, pienso, y no hay novedad alguna en esta captura de los sentidos performativa. Transdisciplinar para mí es encontrarme continuamente con otros saberes, aprender de una neonatóloga si estoy haciendo una obra con mi madre sobre mi nacimiento, leer a una amiga bióloga y transfeminista que con su escritura disiente de las opresiones de la ciencia, en fin, es un dispositivo que ayuda a trastocar las formas de investigación, encuentro o colaboración.

¿Toda escritura es performance?

La mía, desde luego.

¿Puede la literatura, el arte, tumbar un sistema, una maquinaria, la huronificación del mundo? (¿O al menos debilitarla, herirla?)

La literatura y el arte pueden restañar las heridas o meter el dedo en la llaga para que duelan más. Lo único que no debe hacer es mantenerlas tal cual. A mí la literatura y el arte me han conmovido muchas veces. Amo esta relación con la experiencia artística porque me ha salvado en los momentos más solitarios y en los que más desvalida me he encontrado. Documentar un sinfín de fenómenos a veces implica irse a otras galaxias, a otras dimensiones, a veces te obliga a sostener con toda tu fuerza una cicatriz. Creo en el cambio, basta mirar con un microscopio para advertir ese flujo y cooperación permanentes en escalas minúsculas e indetectables, pienso en la aparición de la mala hierba donde sea, en ese cerciorarse de que la vida está ahí con cada amanecer. La literatura y el arte existen para transitar este paso efímero, nuestra estancia brevísima llevada a preguntas y naufragios, no quiero el beneficio o el conformismo de ninguno de estos espacios, ni aspiro a romantizar los lugares desde los que hablo; creo en la posibilidad de conectar con el otro desde la honestidad con la que me expreso.

Martha Luisa Hernández. / Foto: Omar Sanz

Un comentario

  1. JUAN ANTONIO CAVALLERI HORJALES

    LUEGO DE ESCUCHAR A MARTHA LUISA CON SABADOS SARANDI DE CX 8 SARANDI QUEDE MUY INTERESADO EN SU OBRA,UN ABRAZO DESDE URUGUAY y sigamos comunicados

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