Analógica

Algo está cambiando en el género fantástico

Ilustración: Sofía Fernández Carrera

La literatura de género siempre ha sido el campo idóneo para la exploración. ¿Qué lugar mejor que este en el que tienen cabida las viejas deidades con poderes inescrutables, las ánimas extraviadas o los planetas despoblados?

La mayoría despertamos al siempre latente amor por las historias gracias a la literatura fantástica de autores como Michael Ende, Roald Dahl o C. S. Lewis, viajamos por sus armarios, a lomos de sus dragones y huimos de sus brujas; fueron ellos los que hicieron que nos picara la curiosidad por el rico universo de las palabras. Ese destello es difícil que se apague con el tiempo: a pesar del constante trabajo de los hombres grises, el amor por los libros permanece. Quizás el problema surge cuando la literatura fantástica para adultos comienza a enfangarse, a perder su capacidad de sorpresa, de originalidad, cuando dos o tres autores copan todo un mercado y solo parece ya posible un único tipo de fantasía, cuando las voces diversas luchan por encontrar un minúsculo resquicio desde el que ser escuchadas, y no lo encuentran.

Muchas autoras dieron pasos de gigante en el siglo XX para que esto no ocurriera. Octavia E. Butler, Ursula K. Le Guin, Joanna Russ o Tanith Lee son algunas de las más reconocidas. Escritoras que buscaban otros puntos de vista, otros escenarios y protagonistas, nuevas problemáticas e inquietudes y que, durante un tiempo, consiguieron brillar. Pero sus voces, aunque potentes, eran escasas. Ha costado —quizás demasiado— que la literatura de género empiece a desenroscarse de los cómodos asientos mullidos de la fantasía medieval europea o la space opera de manual para explorar, por fin, una realidad más diversa que refleje el mundo en el que vivimos.

Arrancado 2023, podemos decir que algo está cambiando en el panorama literario de género en nuestro país. Aunque haya que buscarlo con intención y siga siendo minoritario en muchas librerías, aunque las grandes editoriales observen desde la seguridad de la distancia y algunos lectores se resistan a abandonar el viejo terreno conocido… a pesar de todo, algo está cambiando. Es cierto que aún es un entramado frágil, porque mientras la literatura de género sea una apuesta personal de las editoriales pequeñas —o diminutas—, ese cambio corre el riesgo de no consolidarse, de perderse para volver a la vieja maquinaria pesada que siempre sale más rentable: la de las nuevas ediciones de las mismas historias con distintas tapas y viejas traducciones, la del nuevo autor superventas que repite los mismos esquemas que siempre funcionan tan bien, la de las sagas interminables. Pero aquí somos optimistas, de lo contrario no estaríamos en el mercado editorial. Y el mercado está en un momento de cambio, igual que la sociedad; hace ya tiempo que un gran porcentaje de la población se ha cansado de no verse representado en ninguna historia.

En los años 60, Le Guin inspiró a muchas generaciones de lectores y futuros escritores, creando a un protagonista negro dentro de una historia de fantasía clásica (y al mismo tiempo tan moderna) como es Historias de Terramar. Aquel que dice que no le importa el género, el color de la piel o la cultura del protagonista de un libro —o de su autor— es que siempre se ha visto representado, siempre ha tenido infinidad de historias a las que sentir que pertenece en cierta manera. Como sociedad estamos dando un mensaje muy claro si todas nuestras historias fantásticas las lidera un hombre joven y blanco, si todas las personas que no entran en esa categoría tan solo están ahí para allanar o entorpecer el camino de ese héroe arquetípico, siendo siempre los demás secundarios, olvidables, invisibles. La diversidad es importante, y más aún cuando viene de la experiencia y la cultura propias, cuando nos abrimos a algo más que lo que tenemos delante de nuestras narices, porque vivimos en un mundo hiperconectado, repleto de voces que en muchos casos nos negamos a escuchar. La literatura logra conectar a personas, ciudades, culturas, mitos y mundos que no tienen nada que ver con nosotros, y quizás por eso es tan enriquecedora.

La constante batalla contra lo diferente alcanza cotas especialmente absurdas cuando hablamos del lenguaje. En fantasía, y en general en la literatura de género, el lenguaje siempre ha sido un elemento más a explorar, algo novedoso y original. Desde las famosas lenguas desarrolladas por Tolkien al nadsat de La naranja mecánica, el lenguaje siempre ha sido un componente más para dar verosimilitud a una historia o acercarla a una realidad particular. Abundan también los ejemplos fuera del género, desde la clásica Los santos inocentes, de Miguel Delibes, a la reciente Panza de burro, de Andrea Abreu. Por eso sorprende el escozor y el rechazo que sienten muchos ante el lenguaje inclusivo: de pronto nacen defensores de la Real Academia Española que jamás se habían acordado de ella, y consideran un insulto a su persona el hecho de que se utilice un lenguaje que cada vez tiene mayor presencia social. Desde luego, en el mundo anglosajón el lenguaje inclusivo y la representación de personajes no binarios hace tiempo que ha dejado de ser algo anecdótico, al menos dentro del género.

La saga del Tensorado de Neon Yang, compuesta por cuatro novelas cortas, es una buena muestra de cómo se puede mostrar a través de la fantasía una realidad que cada vez está más presente en el mundo real. En el universo que crea le autore, las personas nacen sin género asignado y decantarse por un género u otro, o ninguno, es una decisión consciente que toman al crecer. Las implicaciones sobre cómo está compuesto ese mundo y cómo se relacionan los personajes no tendría sentido si el lenguaje inclusivo no acompañara al texto. Supone una parte importante de la historia, que habla de identidad de género y, al mismo tiempo, es una aventura fantástica repleta de rebeldes tratando de derrocar un imperio, dragones y velocirraptores.

Se han publicado otras muchas novelas de género traducidas que incluyen personajes no binarios, como Se buscan mujeres sensatas (Crononauta, 2021), de Sarah Gailey, Lakelore (Puck, 2022), de Anna-Marie McLemore, o El Circo de la Rosa (Kakao Books, 2020), de Betsy Cornwell, y también hay un buen puñado de ellas escritas en castellano, siendo una de las primeras La Compañía Amable (Cerbero, 2018), de Rocío Vega. Este interés por mostrar la diversidad de género dentro de la fantasía y la ciencia ficción no es reciente, pero sí es un fenómeno que ha ido evolucionando, desde la propia Le Guin con La mano izquierda de la oscuridad, en la que ya exploraba el género de una manera muy novedosa para la época, a la trilogía Xenogénesis de Octavia E. Butler y sus fascinantes oankali, esa raza en la que existe un tercer sexo sin género. Curiosamente, en la reedición que se hizo de la trilogía en 2021 no se realizó una nueva traducción, sino una revisión eliminando las marcas de género.

Todo esto nos lleva a algo que siempre ha estado presente en la fantasía: la crítica y la reflexión, la capacidad de analizar nuestra realidad a través de otros mundos, otras culturas, otras especies. Y la fantasía de hoy tiene mucho de eso, de ponernos en el lugar de los otros y hacernos despertar. Al mismo tiempo, mantiene como uno de sus principales atractivos la evasión. En un mundo en el que recibimos estímulos constantes, en el que detenerse es un crimen porque ver una película implica tuitear sobre ella, hacer fotos para compartir y escribir una reseña en varias apps, en el que nos enorgullecemos de ser capaces de hacer cuatro cosas a la vez y de estar siempre activos, detenernos durante un momento para leer es ya un acto de evasión importante. Desconectar de ese mundo mareante para centrarnos en una aventura que nos haga soñar y sorprendernos con el simple poder de las palabras, sin necesitar nada más que unas hojas de papel impreso, esa es la magia de los libros, y particularmente de la fantasía.

Mientras no perdamos esa capacidad de soñar despiertos, seguiremos pudiendo disfrutar del sentido de la maravilla en toda su amplitud. Y hoy en día, sin duda, hay más lectores de fantasía que nunca; gracias a los superventas, a las series de televisión y al cine, ya son pocos quienes la rechazan de plano, o quienes consideran la literatura de género una cosa de niños. ¿No es el realismo mágico fantasía al fin y al cabo? Borges, Italo Calvino o Kazuo Ishiguro son autores de género, aunque no habiten las baldas oscuras y apartadas que suelen destinarse a la fantasía, la ciencia ficción o el terror.

Por suerte, cada vez hay menos prejuicios, y aunque durante los últimos veinte años sufriéramos cierta sequía en nuestro país respecto a obras originales y diversas, la tendencia se ha revertido por completo, realizándose nuevas traducciones, esperadas reediciones y nuevas obras de ámbito nacional que demuestran que las nuevas voces están cada vez más presentes. Escuchar esas voces es algo que nos coloca en el presente del género y también en el de este mundo en el que vivimos, repleto de personas que están cambiando por fin las cosas. De nosotros depende que el cambio permanezca.

 


Almudena y Rebeca Martínez-Cardeñoso Viña son editoras del sello Duermevela Ediciones, especializado en literatura fantástica. Desde su origen en 2021, han publicado catorce títulos y tienen previsto el lanzamiento de otros siete para este año.

2 Comentarios

  1. Hola! Úrsula K. Le Guin es una de mis autoras favoritas, y Terramar la saga que más me ha gustado del género de fantasía. Al principio no entendía de dónde venía mi obsesión por esta autora y es justamente por lo que explicáis en este artículo. ¡¡Muchísimas gracias, me habéis descubierto autorxs nuevxs que estoy deseando conocer!! Me ha encantado este artículo de verdad, como lectore joven me cuesta encontrar voces que hablen de la literatura de esta forma. Gracias, gracias y gracias!!

  2. Pingback: C. S. Lewis, un irlandés en observación  - Jot Down Cultural Magazine

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