Horas críticas

Ucrania y la verdad de las letras como salvación del fratricidio

Reseña de «El complejo de Caín», de Marta Rebón

A más de un año de la invasión a gran escala en Ucrania se han consolidado ciertas verdades. Primero, la guerra es un hecho que sigue sucediendo aun después de poner el móvil a un lado. Segundo, en un mundo atomizado por la virtualidad, estar presente en el lugar de los acontecimientos es un acto de resistencia y, por ende, un acto de libertad. Tercero, la aparente amenaza de Rusia no fue sino una apariencia, como lo demuestran los más de 365 días que lleva transcurriendo la «operación especial de 3 días». No es tan fiero el oso como lo pintan. Pero de entre estas y otras certezas, existe una preponderante: Ucrania resiste como un país independiente, cuyos ciudadanos están dispuestos a defender su milenaria historia, cultura y lengua.

«Para Rusia, una Ucrania soberana y europea, y por lo tanto “no rusa” y “no rusificada”, amenaza su papel en ese espacio ambicionado llamado russki mir (mundo o universo ruso), complica sus anhelos internacionales y compromete su sentido de la seguridad, y además la obliga a revisar su identidad histórica». De esta manera, Marta Rebón —escritora y traductora especializada en literaturas eslavas— empieza su libro El complejo de Caín. El «ser o no ser» de Ucrania bajo la sombra de Rusia, editado por Destino en junio de 2022. Se trata de un ensayo que reflexiona sobre la invasión rusa desde la literatura. A través de su biblioteca personal, que incluye a autores como Nikolái Gógol, Antón Chéjov, Svetlana Aleksiévich, Mijaíl Bulgákov y Vasili Grossman, por mencionar algunos, la autora indaga sobre la historia sentimental de países de Europa del Este y el Cáucaso, y hurga en aquello llamado «el alma rusa».

Es necesario destacar de este ensayo la escritura de nombres propios, históricamente traducidos al español desde el ruso, en lugar del ucraniano. Kiev y Járkov son, de ahora en adelante, Kyiv y Járkiv. De este modo, la autora resalta la identidad de un país desde su lengua, llamando las cosas por su nombre para no perpetuar las marcas del imperialismo ruso que se manifiestan, entre otras cosas, en el lenguaje. Por cierto, lo que el Kremlin quiere etiquetar como «operación especial» se llama invasión, como bien lo entiende Marta Rebón, explicando el uso de este y otros eufemismos que han sido empleados para pretender justificar los crímenes injustificables.

La escritora y traductora Marta Rebón. / Foto: Ferran Mateo — Destino

La noción de la verdad es uno de los ejes centrales en este libro. Marta Rebón reflexiona al respecto en función de la literatura y el periodismo. «Los manuscritos no arden» es una de las frases más citadas de la literatura rusa. Esta expresa la prevalencia de lo certero ante la adversidad. «Si algo hace que los manuscritos no ardan (es decir, que sobrevivan de las maneras más insospechadas)», dice Marta Rebón, «es la verdad que contienen, pues por esa condición siempre habrá alguien dispuesto a arriesgarse por ellos». Por otra parte, la verdad sobrevive de la mano de quienes deciden ver los hechos más allá del lente de la ideología, como fue el caso de Vasili Grossman, a quien Marta Rebón se dirige en una carta que cierra el libro. Testigo y reportero de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, procuró en su obra literaria y periodística no ajustarse al programa ideológico con que el régimen soviético moldeaba la realidad. Existiendo para Gorki dos verdades —aquella impuesta por la realidad desde el pasado y aquella que se debe imponer para el futuro—, para Grossman se trata de una que, a pesar de ser cruda, debe ser contada sin tergiversación ni sesgo. De este modo, el escritor se opone a la doctrina de los hechos alternativos y las verdades relativas, y lo expresa con precisión en esa novela paralela a sus crónicas de guerra, Stalingrado, desde la voz de un médico: «Cuando le amputo la pierna a alguien, sé que no hay dos verdades sobre la mesa… es una verdad amarga, pero a la vez es la única que puede salvarnos».

Por otro lado, el caso de Vasili Grossman, judío nacido en Berdíchiv —la misma ciudad ucraniana en la que nació Joseph Conrad—, confirma un paradigma que Marta Rebón nos hace notar en la historia de las literaturas eslavas: aquel que opaca a escritores de distintas procedencias bajo la sombra de lo ruso, borrando la identidad cultural de aquellos pueblos sometidos por esas dos formas de imperio: la zarista y la soviética. Y aunque las circunstancias llevaron a uno u otro escritor a adoptar determinada nacionalidad, Marta Rebón recuerda que en las obras de autores como Stanisław Lem, Bruno Schultz, Clarice Lispector, Irène Némirovsky, Joseph Roth, Anna Ajmátova, Isaak Bábel y muchos otros, persiste una parte de Ucrania. A esta lista se suman nombres esenciales, y sin embargo aún desconocidos en lengua española, como Tarás Shevchenko, Iván Frankó, Lesya Ukraínka y Pavló Tychyna, que permanecen en la penumbra del «hermano mayor».

Esta comparación de dos países como hermanos no es gratuita: forma parte de un discurso que concibe a Rusia como el hermano mayor, encargado de salvar a Ucrania, su hermano pequeño. Pero la verdad es distinta. En lugar de salvación, Ucrania recibe muerte y desolación: Rusia es fratricida. Marta Rebón se sirve de la historia de Caín y Abel para explicar la guerra que Rusia lleva contra Ucrania en el afán de resolver su complejo histórico e imponer el orden que cree correcto, aunque eso implique errar por la tierra sin hermano alguno.

 


 EL COMPLEJO DE CAÍN 
Marta Rebón
DESTINO
(Barcelona, 2023)
128 páginas
12,90€

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