Horas críticas

«After Yang»: una especie de confortante vibración eléctrica

Un fotograma de «After Yang», de kogonada. / © Cinereach, POW! Productions

 

Cuando las grandes almas mueren,
el aire a nuestro alrededor se vuelve
ligero, raro, estéril.
Respiramos apenas.
Nuestros ojos apenas
ven con
una claridad que duele.
Nuestra memoria, de pronto agudizada,
examina,
rumia en las palabras bondadosas
no dichas,
los prometidos paseos
que no dimos.

El relato de ciencia ficción «Saying Goodbye to Yang», de Alexander Weinstein, se ambienta en unos Estados Unidos no muy cercanos ni muy lejanos en el tiempo, donde las familias compran robots para que hagan de niñeros. Yang es el androide que hace las veces de hermano mayor para Mika, hija adoptada por la pareja que forman Jake y Kyra. «Cuando adoptamos a Mika hace tres años, parecía la opción más progresista», comienza la narración en primera persona desde el punto de vista del padre, y sigue poco después: «Fue Kyra quien sugirió que fuera china. Mi principal preocupación —una que le expresé a Kyra en privado, y en voz alta a la agencia de adopción durante nuestra entrevista— eran las diferencias culturales». Este primer párrafo define el tema principal, también, de su adaptación a la gran pantalla a cargo del cineasta estadounidense nacido en Corea del Sur kogonada, titulada aquí Despidiendo a Yang (traducción literal del título del relato), y originalmente con el más poético y sugerente After Yang.

El anuncio del proyecto y del autor que guionizaría y dirigiría la película tuvo lugar en 2018, una vez que la productora audiovisual y agente literaria Theresa Park, estadounidense hija de inmigrantes de ascendencia japonesa y coreana, había comprado los derechos del relato, uno de los que formaban el libro de Weinstein titulado Children of the New World. Publicado en 2016, fue saludado como uno de los libros del año por varios medios, incluido The New York Times, y comparado a obras de escritores insignes de ficción especulativa como Margaret Atwood o Dave Eggers. Curiosamente, en 2019 se difundió que la cineasta estadounidense nacida en China Lulu Wang (directora ese año de la maravillosa The Farewell) estaba trabajando en un largometraje que adaptaría el mismo libro. El caso es que el proyecto más reciente de Wang hasta la fecha es la serie Expats, basada en una novela de la autora estadounidense nacida en Hong Kong Janice Y. K. Lee y producida por Park, que había comprado sus derechos. Por cierto que Wang y kogonada ya habían compartido productor, Chris Weitz, en sus debuts cinematográficos, dos películas —la citada The Farewell y la sublime Columbus, de 2017— de las que se dice que han cambiado por completo el curso del cine asiático-estadounidense; junto a la también magnífica Minari (2020), podríamos añadir. Todas ellas comparten también distribuidora, la ubicua y certera A24.

Colin Farrell y Justin H. Min, durante el rodaje de una escena. / © Cinereach, POW! Productions

En cualquier caso y dadas estas condiciones, no es de extrañar que en After Yang el tema que resuene con mayor fuerza sea el de la herencia cultural, así como la discriminación racista que entronca con los prejuicios sobre la impureza del «tecno» —así se les llama— y su emulación de la humanidad (como los que muestra el protagonista hacia las hijas clonadas de sus vecinos). En ese mundo, como en este, lo humano es el sistema hegemónico y opresivo, el paradigma desde el que todo se valora y se juzga, pero más que el clásico dilema existencial en torno a las tecnologías y nuestra relación con la inteligencia artificial, el conflicto aquí es fundamentalmente identitario: Yang no se plantea si es humano o no, pero sí se cuestiona si puede considerarse chino: «¿Qué hace que alguien sea asiático?», pregunta. De hecho, con su compra los padres de Mika buscaban para su hija, que tampoco tiene su sangre, un punto de referencia a sus orígenes o sus raíces desconocidas. De ahí la tragedia que supondría perder a Yang como víctima de un mal funcionamiento, punto de partida y motor de la historia.

After Yang es, al fin y al cabo, una película sobre el duelo por una máquina. «Lo que para la oruga es el fin, para el resto del mundo es una mariposa», se cita a Lao-Tsé en uno de los muchos tributos a la cultura oriental. Hay quien ha visto también la sombra de Yasujiro Ozu planeando sobre todo el film, algo nada raro si pensamos que el seudónimo del director está inspirado en Kogo Noda, un guionista habitual de las películas de Ozu. La estética y la filosofía asiáticas están muy presentes, como en la propia pasión-vocación de Jake por el té, que trata de transmitir a Yang en una escena memorable en la que expresa su voluntad de hallar lo inasible y, a la vez, su falta de fe; no está seguro de saber saborear la vida, o le falta el lenguaje para expresarlo, como diría Werner Herzog. Cuya reconocible voz en off imita con muchísima gracia Colin Farrell, quien por cierto hace un trabajo espléndido, al igual que el resto del reparto, y especialmente en las voces, en sus matices muchas veces susurrados. Brillan también Justin H. Min, la pequeña Malea Emma Tjandrawidjaja y la que para mí ha sido un gran descubrimiento, Jodie Turner-Smith (aunque luego he sabido que en origen ese papel estaba destinado a la excepcional actriz iraní Golshifteh Farahani).

La sutileza de las emociones expuestas se escapan por los poros perfeccionistas de una película que se inscribe en la que podríamos denominar ciencia ficción intimista, donde el poshumanismo y la melancolía suplen todos los efectos especiales. «A veces creo que los humanos estamos programados para creer en estas cosas, pero no sé si nos conviene demasiado», reflexiona Jake, planteándonos qué ocurre si pensamos que somos nosotros —y no los robots— los destinados a pensar o sentir de una forma y que, por tanto, es mejor no cuestionarla. La referencia a Blade Runner parece inevitable, pero en After Yang hay de Terrence Malick que de Ridley Scott; o, centrándonos en el género, más del Mark Romanek de Nunca me abandones (sobre una historia de Kazuo Ishiguro), el Duncan Jones de Moon o el Alex Garland de Ex Machina.

Haley Lu Richardson, en un momento de «After Yang». / © Cinereach, POW! Productions

Como aquellas, el minimalismo del diseño de producción futurista solo es comparable a su inteligencia y sofisticación. Desde la forma de vestir ideada por el indio Arjun Bhasin, que evoca unos materiales orgánicos, sostenibles y renovables, a la forma de visualizar la memoria del androide, intuitiva y convincente, y que da pie a una de las secuencias de elipsis narrativa más emocionantes del cine reciente (al menos desde aquellos famosos cinco minutos de Up, 2009), pasando por el hogar familiar, inspirado en las arquitecturas California Modern de mediados del siglo XX desarrolladas por Joseph Eichler. La disciplina que constituía el tema de fondo —y forma— de la anterior película de kogonada, la citada Columbus, ambientada en la ciudad homónima que contiene algunos ejemplos de edificios emblemáticos de la arquitectura moderna y en la que por cierto descubrimos a la encantadora actriz Haley Lu Richardson, quien vuelve a tener un papel clave en la segunda mitad de After Yang.

Al fin y al cabo, podría decirse que la arquitectura de la imagen es la marca de identidad de kogonada, quien se dio a conocer con una serie de vídeo-ensayos magistrales donde analizaba la obra de autores como Robert Bresson, Wes Anderson, Stanley Kubrick, Hirokazu Koreeda, Richard Linklater o los citados Malick y Ozu. Extraordinarios conceptualizadores visuales a cuya altura podría situarse el cineasta de origen surcoreano si mantiene el nivel de sus dos primeros largometrajes. Todo tiene que ver, de alguna forma, con saber de dónde venimos (de quiénes), hacer memoria para seguir preguntándonos hacia dónde vamos y abrazar nuestro mortal destino sin miedo, acompañados de las voces de quienes ya existieron.

Y cuando las grandes almas mueren,
después de un tiempo la paz florece,
lentamente y siempre
con irregularidad. Los espacios se llenan
con una especie de
confortante vibración eléctrica.
Nuestros sentidos, restaurados, nunca
los mismos otra vez, nos susurran.
Existieron. Ellos existieron.
Podemos ser. Ser y ser
mejores. Porque ellos existieron.

Las citas han sido extraídas del poema «Ailey, Baldwin, Floyd, Killens, and Mayfield (When Great Trees Fall)», del libro I shall not be moved (1990), de Maya Angelou, mencionado en After Yang.

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