Münchhausen es un inmenso erial sin más interés que su situación estratégica en los confines de la galaxia. Al igual que algunas poblaciones fronterizas de la antigüedad, su única ciudad, que da nombre al planeta, es lugar de paso de aventureros, fugitivos e impostores de toda índole, y los peores de ellos (o los mejores, según se mire) se dan cita en la Taberna Flotante. Y en las noches de trilunio, cuando los tres satélites del planeta brillan a la vez en el cielo, la taberna, haciendo honor a su nombre, se eleva varios metros sobre el suelo y queda suspendida en el aire.
Según el tabernero, la levitación se debe a la atracción combinada de las tres lunas, explicación que, tras la ingesta de otras tantas jarras de la espumosa cerveza azul que ha dado fama al garito, deja de ser increíble. Solo los más escépticos de los bebedores y los menos crédulos de entre los pocos que asisten sobrios al sorprendente fenómeno intuyen su verdadera causa: los potentísimos electroimanes ocultos que se activan cuando las lunas alcanzan su cenit.
Pero lo importante es que mientras la taberna flota en el aire nocturno, y solo entonces, aparece la geisha.
La explicación del tabernero —no menos inverosímil que la que suele ofrecer de la levitación— es que la poderosa inteligencia artificial que surgió accidentalmente en las entrañas electrónicas del local —que antes de convertirse en taberna fue un avanzado centro de investigación clandestino— evoca en esos momentos de flotación el legendario «mundo flotante» del antiguo Japón y, a modo de efímero homenaje, da vida a una geisha robótica que se desconecta en el momento en que la taberna vuelve a posarse en el suelo.
La robotriz parece una muñeca de porcelana de tamaño natural, y por tanto es una digna émula de las geishas de la lejana Tierra y el remoto pasado, ya que las más expertas semejaban muñecas animadas, feéricas criaturas a medio camino entre la realidad y la ficción (de ahí el adjetivo «flotante» asignado a su mundo).
Silenciosa como una sombra y luminosa como el trilunio que la convoca, la ginoide se desliza entre los presentes hasta que, según un criterio que no se ha podido descifrar, o tal vez al acaso, elige a una persona, que puede ser un hombre, una mujer, ambas cosas o cualquier otra. El, la, le o lo elegido puede si lo desea rechazar sus caricias, pero nadie lo hace. Los dedos de la proteica dama artificial se prolongan en largos y flexibles tentáculos, que a su vez se subdividen en filamentos ondulantes, como de anémona, que recorren y exploran el cuerpo agasajado. Luego, la geisha retira de su abultado moño los kanzashi que lo sujetan y deja caer su abundante cabellera sobre la cabeza de su momentánea pareja para, gracias a una avanzadísima tecnología indistinguible de la magia, absorber lo que bulle en su interior. Y, por último, se sube a la barra y cuenta-canta-danza una historia inspirada en las ilusiones y las angustias de las que acaba de embeberse.
Una alegría ver que la Taberna levita de nuevo. Desde la sobriedad —o quizá no—, resulta placentero saborear las historias que se bifurcan y entremezclan con cada sorbo de espumosa cerveza azul. Ojalá el suministro sea abundante y nos permita disfrutar de cuantiosos y valiosos relatos.
Gracias, pfijo. Está previsto que salga una entrega cada dos semanas, y ya he escrito una docena, así que, de momento, el suministro está garantizado.