Horas críticas

Libros de la semana #94

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Revelar a Vivian Maier, de Ann Marks (Paidós)

El magnífico documental de 2013 Buscando a Vivian Maier descubrió al mundo la figura enorme y fascinante de esta fotógrafa estadounidense, cuya repercusión e influencia no ha dejado de crecer desde entonces. Codirigido por John Maloof, su auténtico rescatador —hace más de quince años— para la historia del arte, aquel film se complementa de forma extraordinaria con este libro de la investigadora Ann Marks, otra que se obsesionaría con Maier, dedicando a estudiar y analizar un archivo de 140.000 imágenes y una vida sobre la que aún quedaban muchas piezas por encajar. Vivian Maier (1926-2009) logró expresar a través de la fotografía lo que no era capaz de mostrar de otra forma en su aparentemente anodina rutina como niñera en Nueva York y luego en Chicago. A través de un recorrido por alrededor de cuatrocientas imágenes, muchas de ellas inéditas hasta ahora, y aquí vinculadas con su devenir vital, estas páginas trazan un retrato que abarca desde sus orígenes y el historial familiar de enfermedades mentales hasta sus últimos años y el hallazgo de Maloof, «un final improbable —un nuevo principio, en realidad— para una vida ya de por sí excepcional». Entre medias, Marks narra cómo empezó a florecer su pasión oculta, su lúcido acercamiento a la street photography, su fecunda etapa creativa en los años 50 («la mejor edad de la vida son los veintiocho», diría) y luego como niñera de la familia Gensburg, sus viajes alrededor del mundo, sus irónicas y cálidas fotos de los 60, donde destaca la conexión madre-hijo y los robados a figuras como Eva Marie Saint, Audrey Hepburn o Eleanor Roosevelt, así como los días oscuros que sacarían a relucir sus traumas infantiles. En ese sentido, se agradece la huida consciente del relato hagiográfico, como también del mito —por otro lado tan manido— de que Maier habría sido una persona marginada e infeliz; pese a su infancia, explica Marks, fue una mujer alegre y comprometida: «Su brillantez creativa e intelectual, su inclinación progresista y la independencia de su pensamiento la llevaron a una existencia rica —extraordinaria, incluso— que estuvo indisolublemente ligada a su fotografía». El retrato más fiel lo logra Revelar a Vivian Maier gracias a una exhaustiva investigación de primera mano, incluyendo más de treinta entrevistas a personas cercanas y expertos que ayudan a dibujar el poliedro de su personalidad, junto con el estudio de documentos e imágenes a lo largo de seis años. Vastísimas fuentes de información que se ven reflejadas al final del precioso volumen editado por Paidós y en los cuatro apéndices dedicados, respectivamente, a las polémicas, el legado, los antecedentes y la minuciosa investigación genealógica en torno a la singular artista. Más que una biografía, este libro es una reconstrucción del talento y la psicología que se hallaban detrás de una de las obras clave para entender el arte fotográfico del siglo XX. Citada al inicio, decía Susan Sontag que fotografiar «supone ponerse uno mismo en una determinada relación con el mundo», y esa tarea secreta y a la vez reveladora es la que ha conducido a la posteridad a Vivian Maier, gracias a la pasión de admiradoras y valedoras tan fervientes como Ann Marks.


Maldita suerte, de Lawrence Osborne (Gatopardo)

«Ninguno de nosotros recordaba de quién era ese dinero en realidad, o de quién había sido en un principio. Era solo dinero, como los fluidos que se transmiten entre animales. Era eterno, pero nosotros no». Este libro, que bien podría haberse titulado Maldito dinero, evoca la materialidad absurda, los olores, formas y texturas del vil metal, en el contexto del mundo de los monstruosos casinos de Macao, considerada una suerte de Las Vegas asiática. En la novela que nos ocupa, publicada originalmente en 2014 como The Ballad of a Small Player, encarna el nuevo capitalismo chino, la versión exaltada de su voracidad: «Olí el dinero que salía de aquellos bolsillos malolientes. Billetes tan viejos como Mao con su asqueroso hedor a tinta, parafina y sudor. El dinero que ahora gobierna el planeta, el dinero que ahora todos nos vemos obligados a comer como pienso para caballos. Dinero ganado con esfuerzo que huele a sangre, de esa clase que últimamente apenas vemos en Occidente». La contundencia del estilo de Lawrence Osborne (Londres, 1958) lo aleja en esta obra de esos sofisticados thrillers con los que el catálogo de Gatopardo ya nos había seducido; títulos como Los perdonados o Perversas criaturas, donde se percibía nítida la herencia de Patricia Highsmith o Graham Greene. Pero su maestría como cronista de viajes y sus temas de siempre siguen aquí: ese existencialismo del primer mundo a la Scott Fitzgerald (en este caso, «chicos occidentales […] hijos de los bancos, de las aseguradoras y de las agencias de noticias») y esa amarga manera de situar a sus personajes indefensos ante el hado («La adicción es un destino»). El protagonista de esta historia es un falso lord que se tiene a sí mismo por un depredador nocturno del azar y que, como todo jugador, halla en el hecho de perder su verdadera droga: «El casino era como un hospital que atendía a heroinómanos». En ese mundo de turistas accidentales tan propio del autor inglés, almas en pena deambulando por paisajes de otro mundo («Un mundo hecho para nosotros, los fantasmas alucinados, las sombras hambrientas, extranjeras y exhaustas»), teje una historia china de fantasmas y vuelve a obrar su milagro narrativo con un giro argumental espectacular. Aunque en este caso sí que es lo de menos: Maldita suerte es, por encima de cualquier otra cosa, el acta de una representación funesta del neoliberalismo, la que tiene lugar cada noche en los casinos —pero también en la Bolsa, diríamos—, en los rascacielos de las multinacionales («cristales del capitalismo que nos llenan de consuelo y temor») y en cualquiera de los paraísos de plástico que se nos ofrecen, pues «la ruina es siempre un espectáculo». Estas páginas son también el relato de una obsesión que conduce a la soledad como único refugio, y es que solo cuando se juega por amor —o algo parecido—, se está arriesgando de verdad perderlo todo. Pues en todo está el dinero y su nefasta esperanza redentora: «El dinero nos había unido y al mismo tiempo había abierto una brecha. […] Estaba siempre entre nosotros, como aire que lleva siglos sin moverse. Nos envenenaba y nos devolvía a la vida; nos mantenía a distancia pero nos unía por las caderas». La terrible realidad, parece contarnos Osborne en esta nueva obra maestra, es que ya sea ganando o perdiendo (lo que en el fondo da igual), se nos consume y arrebata la vida, aunque sea a grandes tragos. Mala suerte, habrá quien diga.


El derecho al sexo, de Amia Srinivasan (Anagrama)

Consentimiento, pornografía, misoginia, violencia. Los debates en torno al sexo, en este primer cuarto de siglo, se han avivado a partir de ciertos hitos que suelen localizarse en Estados Unidos pero que responden a inquietudes globales. Sobre todo con la irrupción de un feminismo que ha puesto sobre la mesa la trascendencia sociopolítica de un sistema de inequidad tan bien armado y poco cuestionado como el patriarcado. Desde ese prisma, la experta en teoría política y social, teoría feminista y epistemología Amia Srinivasan (Baréin, 1984), también ensayista de fuste habituada a enfrentar temas peliagudos, analiza en estas páginas El derecho al sexo como un fenómeno transversal de innegables connotaciones políticas y éticas, que conecta ámbitos relacionados con la (in)justicia y el poder con la discriminación y el abuso sufridos a diario por mujeres en todo el mundo. La autora empieza dejando clara su visión del feminismo como un movimiento con el que «transformar el mundo hasta dejarlo irreconocible», que parte de una cierta conciencia de clase sexual. Cita a la fundacional Simone de Beauvoir para argumentar que la libertad sexual no se debe dar por hecha, más bien al contrario. Partiendo de ella y de otras pensadoras como Aleksandra Kollontái o bell hooks, pero también de modelos recientes como el de la joven activista sudanesa Alaa Salah, los ensayos reunidos en este volumen pretenden reformular y actualizar la crítica política del sexo, incorporando realidades insoslayables en el mundo contemporáneo como internet, el capitalismo o la interseccionalidad de factores identitarios como la raza. La tajante y aguda exposición que hace Srinivasan de las cuestiones abordadas no le hace perder de vista las contradicciones en que fácilmente se podría incurrir, sabedora de las aristas y las ambigüedades que encierran. Desde las —sobredimensionadas— denuncias falsas a los derechos de las trabajadoras sexuales, pasando por el nocivo punitivismo y las políticas del deseo, o las patologías de la sexualidad de hoy, el recorrido que emprende no esconde su osadía ni sus cartas; la autora escribe desde la más palpable sinceridad aunque con matices, el único modo a su parecer de que el movimiento por los derechos de la mujer tenga sentido: «El feminismo no se puede consentir la fantasía de que los intereses siempre convergen. […] Una política en verdad inclusiva es una política incómoda, nada segura». No es de extrañar que su libro haya sido celebrado por autoras como Judith Butler o Jia Tolentino, pues Srinivasan, con su escritura afilada y franca, no pretende ofrecer consuelo ni convencer a nadie. Más bien se propone hacer lo que siempre han hecho las feministas, «mujeres que trabajan de manera colectiva para expresar lo que no se dice, lo que era hasta ese momento indecible».


Cenas en sociedad, de Pablo Tiralíneas (Isla de Nabumbu)

Podrá parecerle raro al lector que se incluya entre nuestros destacados semanales un libro de recetas, pero este no es un manual gastronómico al uso: alternándose con las descripciones de cómo preparar los platos, hay otras tantas páginas en formato cómic y numerosas ilustraciones que aderezan los manjares propuestos con buenas dosis de humor e ingenio. Su autor, Pablo Portillo (Sevilla, 1972), conocido artísticamente como Pablo Tiralíneas por su vocación de arquitecto, ha recogido en este volumen sus vivencias como integrante de la Sociedad Gastronómica El Majao, una treintena de amigos que se reúnen una vez por semana para degustar las delicatessen de chefs fichados a tal efecto. Destaca en su prólogo el dibujante Ricardo Martínez, autor de la mítica serie Goomer, que Pablo Tiralíneas «mezcla con maestría sus recetas con historieta», de forma que al leer este Cenas en sociedad «subliminalmente se te hace la boca agua con esos platos con tan buena pinta». Es uno de los escasos reproches que pueden hacerse a una publicación consagrada al loable objetivo de proporcionarnos diversión y buenos nutrientes para la vista y, en última instancia, el estómago. El autor se alimenta , a su vez, del refranero popular y los juegos de palabras en torno a la jerga cocinera, para hacer crónica de esas veladas junto a sus colegas de viandas en forma de viñetas, que suele rematar con un ocurrente punchline. Llaman la atención las numerosas citas más o menos explícitas a grandes obras del séptimo arte, desde ese clásico del yantar suicida que es La grande bouffe de Ferreri hasta El muro de Parker, las Delicias turcas de Verhoeven, El padrino de Coppola o Noche de estreno de Cassavetes. Pero también hay espacio para las referencias a la televisión (El equipo A, Lluvia de estrellas) y el propio universo del cómic (Astérix, 13 Rue del Percebe), así como a personajes de la cultura popular que aparecen retratados en estas microhistorias, léanse Dabiz Muñoz, la Rosalía o Groucho Marx. Las ilustraciones con que se completan las sabrosas recetas no son menos inspiradas y se ríen de las dificultades de ciertos procesos culinarios modernos, así como de los términos empleados para ellos, que a menudo dan pie a imágenes casi surrealistas. El libro detalla los pasos a seguir para elaborar más de cuarenta platos, incluyendo entrantes, principales y postres, que van de lo tradicional a lo más innovador y cuya imagen, gracias a la creatividad de Pablo Tiralíneas, abrirá el apetito hasta al menos apetente y sacará una sonrisa al más sieso. Buen provecho.

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