Tempus fugit

Primeros espadas

Tempus fugit: L septimana

12 de diciembre de 1990 — Concha Piquer

Doña Concha Piquer (1906-1990)

Hay expresiones cuyo uso va decayendo, como mandan los cánones del lenguaje y de la evolución de la vida: ¿qué es un primer espada? ¿Quién recuerda hoy al tonto de Abundio que vendió el coche para comprar gasolina? Y, si tenemos en cuenta que casi el 50% de la población ha nacido después de la Constitución de 1978, descontamos a los extranjeros y el alto porcentaje de olvidadizos que hay entre los restantes, ¿cuántos quedan que sepan a qué hace referencia la expresión dar más tumbos que el baúl de la Piquer?

Primero: Doña Concha Piquer fue una cantante española, nacida en Valencia en 1906 y fallecida en Madrid en 1990, considerada la más destacada e importante de las cantantes de copla. Segundo: viajaba siempre con media casa a cuestas pues, a los útiles de cantar (vestuario, accesorios, zapatos, etc.), había que añadir su costumbre de transportar enseres de casa ya que, según sus biógrafos, no le gustaban los hoteles ni sus precios y prefería alquilar una vivienda en la que recrear su hogar allí donde fuere.

Cuentan que era muy exigente, pero que antes lo era con ella misma. Había nacido en una familia humilde y perdió a su padre muy joven, después de que este se cayera de un andamio de la obra en la que trabajaba. La madre era modista y se quedó con tres niñas y muy escasos recursos. Concha era la mayor y la más lista, cantaba bien y se presentaba a los concursos que se organizaban en la ciudad. En uno de ellos fue captada por Manuel Penella, compositor y representante de cantantes que la convenció para ir a Nueva York, donde se iba a representar su obra El gato montés, famosísima zarzuela de la que los más mayores todavía pueden entonar algunas estrofas.

En Estados Unidos aprendió el método riguroso de trabajo y la disciplina espartana que mantuvo durante toda su carrera. Estudiaba mucho, ensayaba, comía muy poco, dormía muchas horas y llevaba una vida casi monacal para poder dar lo mejor de sí misma en los escenarios. Grabó discos e intervino en películas del tipo de las que, con cualquier excusa, el protagonista se arrancaba a cantar, como ocurría también con las de Antonio Molina o Marisol.

Fue la reina de la copla, el género español que conjuga una historia generalmente dramática con música de ascendencia andaluza. Suyas son las grandes interpretaciones de Ojos verdes o Tatuaje, dos canciones que deberían ser obligatorias en la enseñanza secundaria, ahora que la LOMLOE propone estudiar por situaciones; ¿acaso no lo es salir de fiesta con los amigos y/o compañeros y acabar entonando algún himno patrio?

Se juntó con un torero casado (anatema en la época) y tuvo a su hija Conchita, montó una empresa en la que llevaba a los mejores artistas del momento (la posguerra) y tuvo a bien desmerecer a la que se ha considerado después su sucesora, Rocío Jurado, por aquello de que podía hacerle sombra. En Valencia se la venera por ser un producto tan genuino de la terreta como las naranjas y las fallas, y es todavía la más en el estilo que la identifica.

Ya nadie, excepción hecha de Georgina y Cristiano, viaja con baúles, aunque los de la Piquer eran de madera y ellos lo hacen con el modelo actualizado del que Louis Vuitton creó en 1853 para que la emperatriz Eugenia de Montijo pudiera guardar sus trajes y abalorios de viaje en un pequeño y original armarito.

Por otro lado, se cumplen 25 años del estreno de Titanic, buena ocasión para verla por enésima vez y fijarse en los equipajes de los personajes que ocupaban los camarotes de primera, que eran de un modelo parecido. Nada que ver con las mochilas de telas inventadas (no naturales) con las que se viaja en la actualidad, preferidas por su gran capacidad y porque no pesan.

16 de diciembre de 1770 — Ludwig van Beethoven

Retrato de Beethoven con la partitura de la Missa Solemnis (1820), de Joseph Karl Stieler / Beethoven-Haus Bonn

Hasta que se implantó el Registro Civil —año 1870 en España— como organismo para la inscripción de los nacimientos, las bodas y divorcios y los fallecimientos, no había manera de saber en qué día habían nacido las personas, aunque tampoco eran muy fiables dado que muchos recién nacidos no eran inscritos por temor a las levas o llamamientos a filas, en el caso de los varones. La tradición dice que se bautizaba a los bebés dentro de las veinticuatro horas posteriores a su nacimiento así es que, en la mayoría de los casos, debemos acudir a los registros parroquiales que llevaban las cuentas de sus actividades.

Esta circunstancia se da en el caso de Ludwig van Beethoven, del que no se conoce la fecha exacta de nacimiento, aunque fue bautizado en Bonn el 17 de diciembre de 1770. Su familia era de origen humilde y aficionada a la música; su padre quiso hacer de él un pequeño Mozart y lo llevó a estudiar con el organista de la corte Christian Gottlob Neefe, que fue su primer maestro.

Con diecisiete años se trasladó a Viena para estudiar con Mozart, pero la enfermedad de su madre le obligó a volver a Bonn, donde permaneció hasta 1792; tras el fallecimiento de su progenitora, se instaló de nuevo en la capital austríaca para estudiar con Haydn y Salieri, y dar comienzo a su carrera como compositor dentro de los cánones del clasicismo que se estilaba entonces.

La última década del siglo XVIII fue un período muy convulso en lo político, con grandes transformaciones que se reflejaron también en las manifestaciones artísticas, incluida la musical. Es un tópico contar que las vidas de Goya y Beethoven corrieron paralelas en muchos aspectos, como lo fue el mismo padecimiento de sordera. La afección comenzó a manifestarse en Beethoven cuando contaba veintiséis años de edad y lo convirtió, como al maño, en un ser introspectivo y hasta huraño, inmerso en la soledad y el distanciamiento que, por otro lado, serían un acicate para su producción. También se dice de ambos que representan la transición del clasicismo al romanticismo, en el que fueron avanzadilla de los nuevos modelos, a veces incomprendidos, con los que se abrió el siglo XIX.

La obra de Beethoven se suele clasificar grosso modo en tres etapas: de formación, de madurez y de ruptura con la tradición a la que ya se ha hecho referencia. Su nombre se asocia siempre al calificativo de genio y se cuenta que ya fue reconocido en ese sentido por sus contemporáneos, aunque en esto de la música pasa como con los sabores, cada uno tiene sus preferencias: a él le gustaba mucho Bach y a servidora le pasa lo mismo. Beethoven representa lo áulico, lo magnífico y, en ocasiones, lo grandilocuente, máxime si el director de orquesta se llama Karajan. Ni siquiera Miguel Ríos, con su versión granaína del «Himno a la Alegría», le ha dado la ligereza que tienen, por poner un ejemplo, los Conciertos de Brandeburgo de Johan Sebastian.

Para gustos, los colores.

18 de diciembre de 1879 — Paul Klee

«Senecio» (1922), de Paul Klee / Kunstmuseum Basilea

Paul Klee fue un artista alemán de origen suizo que nació en Berna en 1879 y vivió, como muchos artistas de su generación, en la Europa de la I Guerra Mundial y los primeros movimientos de vanguardia. Sus padres eran músicos y quisieron que Paul lo fuera también; estudió solfeo, violín y piano, hasta que decidió que lo suyo eran las artes plásticas y, especialmente, la pintura.

Estudió en Munich, donde experimentó con el expresionismo alemán (color, rabioso color) y el simbolismo. Admiraba a Kandinsky, que le invitó a incorporarse al grupo El Jinete Azul —suena más bonito en alemán: Der Blaue Reiter— y que le contagió su manera de entender el arte como una conexión con la espiritualidad cuya función no consistía en reproducir lo visible sino hacer la vida visible.

Anduvo unos años perdido, sin encontrar su voz artística hasta que en 1914 viajó a Túnez, donde los dibujos en tinta china y los grabados quedaron arrumbados por la fuerza del color y de la luz del norte de África. Ahí escribió su santo y seña: «El color y yo somos uno. Soy pintor».

Su obra está llena de influencias de todos los artistas que le rodearon. Según contaba, empezaba a pintar un cuadro marcando un punto y luego llevando a la línea a dar un paseo; junto a Delaunay y Kandinsky siguió el camino de la abstracción, pero el verdadero, es decir, Klee era un buen dibujante cuya obra fue en busca de la esencia hasta llegar a la pérdida del objeto y al predominio de las manchas de color sobre el dibujo. A veces se le ha calificado de infantil o informal, pero es ese tipo de creadores a los que hay que leer para entender cómo ha llegado a encontrar una forma de expresión artística que se conoce como sinestésica, aquella en la que se mezclan las sensaciones —escuchar colores, ver sonidos— que algunos artistas son capaces de trasladar a una obra.

A los simples mortales nos está vedada esa ambrosía que los dioses han repartido caprichosamente entre algunos privilegiados y de ahí viene que, al contemplar esas pinturas, muchos piensen que son mamarrachadas o, en el mejor de los casos, que eso lo puede hacer cualquiera. Klee era muy consciente de lo imitable de sus cuadros y por ello llevó un registro exhaustivo de cada uno de ellos, lo que permite identificarlos y, en cierto modo, evitar las falsificaciones tan habituales en la pintura contemporánea.

Su educación musical fue extraordinaria, lo que le permitió gozar de oído absoluto, ¿o fue al revés? ¿Se pueden pintar los sonidos? ¿Pueden vibrar en armonía melódica los colores? ¿Puede manifestarse la divinidad en una pintura? ¿Puede el Concierto para violín en La menor BWV 1041 de Bach llenar un lienzo? Esos dioses arbitrarios han acumulado en unos cuantos seres todos los dones que envidiables sean. No es justo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*