Ficción

Con la piel enredada en azul

Desde que mamá no volvió, comemos mirando la tele. La buscó la policía, la buscaron los vecinos y hasta vinieron unos señores de la capital. La abuela llora y se saca del puño una servilleta con la que se suena los mocos y se seca las lágrimas hablándole a la tele: volvé, Marisa, volvé. Aunque sea que me den el cuerpo para llevarle flores al cementerio, dice. Yo le agarro la mano calladita y cuando termino la leche me lavo la taza, pero ni siquiera eso la pone feliz.

Anoche se abrió la puerta y entró mamá muy campante y se sentó en el sillón de siempre. Habían pasado dos meses desde su desaparición. La abuela corrió a abrazarla: ay, Marisa, dónde estabas que pensé que estabas muerta, por Dios qué susto me diste. ¿Por qué estás tan helada?, ¿no tenés frío? Vení que te preparo una ducha calentita.

Yo las espié mientras se iban por el pasillo y papá me vio y me dijo vení, Guadalupe, vení. Vení a saludarla a tu madre, pero me hice la tonta y volví al living porque mamá estaba rara y mirarla me daba electricidad en la espalda.

A la mañana en el desayuno le pregunté a la abuela por mamá y me dijo que estaba durmiendo, que no la teníamos que molestar, que estaba muy cansada. Me fui a la escuela, después a baile y estaba el auto de la policía afuera de casa cuando volví casi a las seis de la tarde.

Dos policías hablaban con papá en la cocina y me dijeron hola, nena, y papá me dijo sentate, Guadalupe, ya te sirvo la leche, y alcancé a escuchar que decían qué raro que volvió así sin un rasguño y con las mejores pintas. Sí, hasta perfumada, dijo papá, y uno de los policías anotaba todo lo que él decía.

Cuando se fueron le pregunté por mamá y me dijo que seguía durmiendo. Me explicó que a veces las personas cuando se pierden vuelven distintas y que hay que esperar a que se tranquilicen las aguas para que vuelvan a ser las de antes. Yo le pregunté si cuando mamá volviera a ser la de antes, él iba a tener el mal carácter. Me miró con esos ojos que fulminan cuando digo algo que no le gusta, entonces decidí no preguntar más.

A la noche la abuela cocinó carne al horno con cebolla y ciruela, la comida preferida de mamá, y cuando ella se levantó ni vino a la cocina. Se quedó parada en el living mirando a la nada y cuando papá le dijo Marisa, está la comida, contestó no tengo hambre y yo pensé ¡sácate!, él le va a responder con el mal carácter. Yo dije me parece, papi, que mamá volvió distinta, y papá no solo me hizo la mirada fulminante sino que se puso el dedo sobre la boca y con un silbido me mandó a callar.

A la noche mamá salió y entró varias veces y cuando fui a avisarle a papá lo vi dormidísimo, seguro se había tomado una de las pastillas. Tomá de estas que duermen caballos, Eduardo, le había dicho hace unos meses la abuela.

Mamá tenía la piel como azul. Papá me dijo que era porque quizás la habían encerrado y no le había dado el sol y que ahora estaba en toc traumático, y cuando le pregunté qué era el toc traumático me dijo shock, Guadalupe, shock, como el shampoo, y no pregunté más porque me di cuenta de que el horno no estaba para bollos.

Habían pasado dos semanas desde que mamá había vuelto y no había tomado ni comido nada, y a la abuela ya se le habían agotado las ideas de sus platos favoritos. La policía había dejado de venir y papá ya no le decía tenemos que ir al médico, Marisa. La habían duchado el día de su llegada y tenía un perfume raro que yo no le había olido nunca. Estaba estirada para arriba, porque segurísima que antes de la desaparición yo le llegaba casi al cuello y ahora no andaba ni por su hombro. Tenía el pelo negro y los ojos también y, aunque la abuela se las cortaba todos los días, las uñas no paraban de crecerle.

A mí lo que más me impresionaba eran la piel como de pescado azul y la voz que parecía que le salía de un lugar sin que abriera la boca. Una de las noches en las que me desperté con el ruido de entrar y salir de casa lo oí clarito, pero clarito, que decía Guadita, tenés que dormir, amor, dormite y no digas nada, y cuando prendí la luz el cuarto estaba vacío y ni rastro de mamá en la casa.

Papá durante el día se pasaba leyendo cosas en la compu y llamando a la policía, pero le decían no llame más, señor, la señora ya volvió así que el caso está cerrado. Estaba siempre solo, discutía con todos cuando le decían Eduardo, esta señora que volvió no es tu mujer, abrí los ojos, querido, y papá los mandaba a todos a freír churros. En realidad decía lo de la concha de la lora que no me deja repetir.

La última noche que la vi a mamá en casa estoy segura que habló sin mover la boca: habló en mi cabeza desde el rincón del living donde se paraba y me dijo Guadita, andá a dormir, todo es un sueño, yo no volví nunca. Me miró tan fuerte que me clavó los ojos y me hizo doler en la nuca. Papá ya no se levantó más y tomó cada vez más de las pastillas para caballos. La abuela lo empezó a sacar de la cama para meterlo en la ducha y cambiarle las sábanas una vez por semana. Yo nunca dije lo que me había dicho mamá en mi cabeza, ellos debían saber cosas que no me contaban.

Cuando yo desaparezca, la abuela seguro que va a preparar puchero con mucho caracú: mi comida favorita. Ella no va a desparecer, ella está demasiado vieja, así de vieja no les sirve, me dijo mamá en la cabeza una de las noches que habló sin mover la boca.

Telepatía. Se llama telepatía, Guadita.

 


Con la colaboración del Máster en Creación Literaria de la BSM-UPF, dirigido por Jorge Carrión y José María Micó, quince años formando a escritores de España y América Latina. Más información aquí.

Florencia Gondra es una argentina criada en las aulas de la educación pública. Es diseñadora gráfica por la Universidad de Buenos Aires y máster en Creación Literaria por la Universidad Pompeu Fabra. Trabaja en su primer libro mientras friega suelos ajenos para subsistir en la Costa Brava. Descubrió que escribir relatos de infancia en su cabeza es la mejor forma de no llorar ante el olor a lejía.

3 Comentarios

  1. Cecilia Analía

    Impecable relato que lleva a meterse en la historia y parece tan real!!!
    Gracias

  2. Me metí tanto en el relato que sentí y olí todo lo que allí sucedía. Felicitaciones a la escritora!

  3. Encantador relato escrito con exquisito arte. Transportado a la escena del relato me encontré. Mucho talento. Gracias por escribirlo Florencia!!

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