Al final de aquel largometraje presentado en la Berlinale, el público estalló. La mitad en aplausos, y la otra mitad en abucheos. No muy distinta fue la reacción de la crítica. Gregory Valens, reputado crítico cinematográfico y colaborador en Positif, la considerada por Martin Scorsese mejor revista de cine del mundo, señaló que los personajes actuaban de forma inconsistente. Uno empeñado en matar, los otros en sobrevivir, y ello pese al anuncio inicial de que en ochenta y dos horas el impacto de un gran meteorito contra la Tierra haría imposible la vida. Las escenas de violencia verbal y física contra los niños eran repugnantes, añadía, augurándole que solo iba a tener éxito en su país de origen. Jay Weissberg, en Variety, escribiría que con ella «los varones en edad universitaria pueden divertirse, pero las posibilidades de supervivencia fuera de España son escasas».
Aquel año en que se presentó 3 días (2008), la mayoría del público tenía en mente el recuerdo de blockbusters donde ciudades enteras o edificios emblemáticos eran arrasados. Un tsunami abatiéndose sobre París y Nueva York en Deep Impact (1998), o el edificio Chrysler y las Torres Gemelas atravesadas por meteoritos en Armageddon (1998). Durante cuatro décadas el subgénero apocalíptico, con el meteorito como un desencadenante más del fin del mundo, había acostumbrado al espectador a secuencias visuales de destrucción, desde que la Estatua de la Libertad apareciera semienterrada en la playa al final de El planeta de los simios (1968). El atentado en Nueva York el 11-S contra las Torres Gemelas lo cambió todo. Y apenas una década después este subgénero se había transformado.
2008 fue, precisamente, una fecha clave. Soy leyenda (2007) había explorado las posibilidades dramáticas del superviviente después del fin del mundo, y La carretera (2009), llevaría ese drama a un punto álgido. Francisco Javier Gutiérrez había creado 3 días en el momento justo: conectando con esa nueva sensibilidad y anticipándose a las características que iban a adoptar las películas del fin del mundo. Cuando Lars von Trier estrenara Melancholia (2011), ya nadie se extrañaría de que el cine de autor usara las claves de la ciencia ficción para expresarse. Pero en aquella Berlinale aún era demasiado pronto para que entendieran la propuesta del director cordobés. Y por si esa anticipación no fuera suficiente, había añadido otra transgresión. El sol andaluz como protagonista absoluto de su largometraje de terror.
Gran parte de la tensión que sirve para crear miedo reside en las características del monstruo que va a salir de lo oscuro, en lo que nos hará. Y sigue siendo habitual que para el terror y el suspense se utilice el atardecer, la noche y la oscuridad como su escenario. Pero no siempre se ha seguido esta norma. En los años setenta surgió una corriente alternativa donde el sol era el recurso por excelencia para producir angustia, precisamente porque los protagonistas eran víctimas de algo que antes solo aparecía en las tinieblas. Y se dio en todo el mundo. El diablo sobre ruedas de Steven Spielberg transcurre a pleno sol, lo mismo que De repente, la oscuridad de Robert Fuis, Angustia de Silencio de Lucio Fulci e incluso ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibáñez Serrador o La cabina de Antonio Mercero. Hubo una razón para que la luz diurna se abriera paso en el cine de terror justo en aquel momento. Algo que hasta el propio F. J. Gutiérrez reconocía como influencia cuando le entrevistaban. El cine del Oeste y sus duelos entre pistoleros bajo un sol de justicia.
Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio o El bueno el feo y el malo, por citar algunas de la época, habían sido rodadas en el desierto de Tabernas, en Almería. Similar por luz y paisajes a las localizaciones de los clásicos que se rodaron en California —Duelo al sol—, Oregón —La conquista del Oeste— o Arizona —La diligencia—. Todos esos momentos de tensión cuando la mano se acerca a desenfundar, en unos paisajes semidesérticos de horizonte infinito, transcurrían bajo un sol andaluz. Acabaron trasladados al cine de terror. Y el horror soleado alcanzó su cénit en Las colinas tienen ojos (1977) de Wes Craven.
Era una de sus primeras películas, y hoy es uno de los títulos de culto clásicos del cine de terror. Junto a esa lista aparece ahora también 3 días, y Craven tiene mucho que ver en ello. Cuando la vio en Los Ángeles, solicitó la presencia en la ciudad de ese director cordobés que acababa de deslumbrar al público y críticos estadounidenses, solo un año después de la Berlinale. Contradiciendo las predicciones de que su éxito se reduciría a su país de origen. 3 días acabó figurando entre las tres mejores películas extranjeras en el Festival de Los Ángeles. Y lo hizo gracias a las características que la crítica señaló como demasiado localistas para tener un triunfo internacional. Miedo, meteoritos y mucho carácter del sur andaluz. Con solo un cortometraje y un episodio en una serie de televisión como currículum, F. J. Rodríguez había convencido a Antonio Banderas y Antonio Pérez Pérez de Maestranza Films para hacer una película que quería romper con todos los esquemas de su género. Un largometraje cuya ambientación sería nuestro terruño.
El pueblo imaginario donde transcurre, Laguna, es un remedo de la Andalucía más seca y polvorienta, lo mismo que el modo de comportarse de sus protagonistas, un reflejo de esa cohesión familiar, tan nuestra como las dificultades. Hay reminiscencias lorquianas en la abuela y madre interpretada por Mariana Cordero, el protagonista encarnado en Víctor Clavijo sufre la precariedad laboral, y todos ellos el sol implacable del verano, el sudor y los ojos guiñados. Rodada íntegramente en la provincia de Sevilla, sus localizaciones explotan el feísmo arquitectónico y las ruinas de infraestructuras de localidades que se despueblan. Todos esos recursos, tan de aquí, lograron conectar absolutamente con la sensibilidad del país que más había sufrido los atentados del 11-S en Nueva York.
Pocas críticas resumieron tan bien su triunfo en EE.UU. como la de Kurt Halfyard, crítico en Rotten Tomatoes, y uno de los que da puntuación a su tomatómetro. «Teniendo en cuenta el tema, es notable cómo la película se desarrolla con tanta tranquilidad y cambia de género con tanta elegancia, pasando de un mórbido drama familiar a un existencialismo occidental y a un cuadro de acción a medida que avanzan los actos. El hecho subyacente de que todas las luchas, físicas y emocionales, no van a importar en unos pocos días aporta algunos sabores nuevos, dotando a la película de una gracia salvaje digna de la atención de cualquier aficionado a las películas de género que van más allá de su género. También hay que mencionar que España parece ser el mejor tesoro del planeta para los niños actores asombrosos».
Y aunque es cierto que Los Ángeles fue la consagración definitiva, a lo largo de aquel año los premios se le fueron acumulando a F. J. Gutiérrez, de festival en festival. Con un primer hito en el de Málaga, donde llegó como completa desconocida y sería galardonada como Mejor Película. Premio que repitió en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Trieste, seguido del Méliès de Plata en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Ámsterdam y Mejor Sonido en los Goya, entre otros. Y finalmente los de Mejor Actor, Mejor Director, Mejor Fotografía y Mejor Montaje en el Scream Fest de Los Ángeles.
Además de la recomendación personal de Wes Craven, 3 días fue incluida en la lista que elabora anualmente la industria de Hollywood mediante una encuesta a cincuenta ejecutivos de los principales estudios. Dado que el objetivo de este listado es destacar a los nuevos talentos en la producción cinematográfica internacional y difundir sus nombres, el director cordobés se ganó una reputación en la meca del cine que ya no le abandonaría. Y así fue como finalmente acabó siendo el encargado de dirigir la tercera entrega de otro clásico del terror, The Ring, convirtiéndose en uno de los pocos españoles que ha trabajado para Paramount, con Rings (2017).
Singularmente, y pese a haber despertado el interés de la crítica y los festivales, 3 días nunca llegó al gran público, ni siquiera al español, aunque su éxito sostenido durante más de una década la haya convertido en un clásico de culto del género de terror en todo el mundo. Con su regreso a la difusión internacional en la plataforma Netflix han vuelto las reseñas, que ya no aluden ni a su localismo ni al suspense bajo el sol, dos características completamente aceptadas hoy. Tanto como que el apocalipsis pueda ser un drama o una comedia al modo de No mires arriba (2021), ahora que el fin del mundo suena como amenaza tangible y real. Quizá por eso 3 días vuelve a ser relevante, por su capacidad para estremecernos poniéndonos ante el espejo de nosotros mismos. ¿Qué haríamos si quedaran ochenta y dos horas para el final y fuera hiciera un sol espléndido? ¿Beber y escuchar música como su protagonista, hasta que algo más urgente nos reclamara ahí fuera? ¿O comprar más papel higiénico?
Puede que veamos estrenar la respuesta dentro de no muchos meses, porque F. J. Gutiérrez volvió este verano a Sevilla para rodar La espera, con el elenco original de 3 días. En sus palabras, «una película de género sobre el complejo de culpa, que ahonda en un tema fantástico y transcurre en un pueblecito». Confiemos en que luzca el sol.