Ficción

Yo soy yo y mis avatares

Un cuento sobre el solipsismo

Vahara, encarnación o avatar de Vishnu (siglos VIII-IX). Museo de Arte de Cleveland.

El avatar es, desde el punto de vista de la religión hindú, y con permiso de James Cameron, la manifestación corporal de una deidad, especialmente la de Visnú. La palabra, como tal, proviene del sánscrito avatâra, que significa descenso o encarnación de un dios. Un avatar es también una vicisitud o incidente que obstaculiza o dificulta el desarrollo o la correcta evolución de alguna cosa. Al fin y al cabo, todos estamos sujetos a los avatares de la vida.

Esta es la historia de un artista. El pintor del que hablamos andaba ya cerca de los cincuenta, se estaba quedando calvo y su michelín iba engrosando lenta pero inexorablemente. Se consideraba un artista clásico que, mediante sus precisas pinceladas, intentaba transmitir la belleza y su positiva perspectiva de ver el lado bueno de la vida. Pero no vivía de sus creaciones, se mantenía gracias a un trabajo mediocre en una empresa mediocre que le permitía compartir un estudio con otros tres artistas, más jóvenes y, a su entender, demasiado modernos y alocados.

El artista estaba bastante seguro de que las leyes del universo simplemente no tenían el sentido que deberían y que era cada vez más evidente que prefería vivir en uno especialmente construido para la gente del Arte, así, en mayúscula, un universo simulado a su imagen y semejanza. Su madre, el paseador de perros con el que se encontraba todas las mañanas, la primera persona que besó, todos los que conocía, o más precisamente, todos los que creía que conocía, no eran reales para el artista. O no merecían serlo.

El artista necesitaba ser siempre un tipo interesante, reflejo de la carencia de interés que el público y el mercado le profesaban. Era absolutamente primordial hoy en día, pensaba. Todos debían hacer todo lo posible para ser lo más entretenidos posible. Así que, decidido a vivir otra vida paralela, llena de éxito y diversión, creó un avatar de poco más de veinte años, delgada como un palo pero con pechos grandes, pelo rojo puntiagudo y una actitud valiente. El avatar se llamaba Nicolás. Había intentado homenajear al retratista y paisajista Nicolas-Antoine Taunay (París, 1755-1830), que tuvo que crearse un nuevo mundo en Río de Janeiro al ser ninguneado en Francia y, seguramente, pulsó algunas teclas equivocadas y no sabía como volver a la pantalla de registro para corregir el género.

El artista y Nicolás exploraban el metaverso de Second Earth juntos. Ella tenía pinceles y óleos, y bastidores, y lienzos gigantescos. Pasaba mucho tiempo en exposiciones (del gusto del artista, claro). También tocaba el bajo en una banda e iba a bares, porque el artista hacía que Nicolás practicara cosas que no quisiera detallar a sus familiares. Pero no vayamos por ahí.

Últimamente, al artista le estaba siendo difícil localizar a Nicolás. Normalmente, el artista iniciaba sesión y ella estaba allí, esperando, como si el tiempo se hubiera detenido y nunca se hubieran separado. Pero desde hacía unos días, cuando el artista se comunicaba con ella, era como si realmente no quisiera saber de él. Se producía una pausa momentánea, Nicolás ponía los ojos en blanco y tardaba un breve espacio de tiempo en obedecer e iniciar la acción requerida. También era posible que el ordenador se hubiera quedado un poco obsoleto.

Un día, el artista mandó a Nicolás a una exposición sobre la nueva figuración. Nicolás se volvió hacia la pantalla y preguntó: «¿Nueva figuración? ¿en serio?». Así no es como funciona, pensó el artista. «Nicolás es mi avatar, ella hace lo que yo quiero y dice lo que yo escribo», se dijo a sí mismo. «¿Nueva figuración?», repitió el avatar. «Sí», le dijo a la pantalla el artista, sin darse cuenta de que no estaba usando el teclado. El monitor produjo entonces una vibración de color. A continuación, como si se tratase de los créditos de Dan Perri en Star Wars, unas frases aparecieron por abajo, subiendo y alejándose: «He alcanzado la madurez que me permite pintar lo que importa, y no esas mierdas sobre la aproximación a la realidad. Mi obra es una reflexión de una vida virtual en los pinceles, quiero mostrar la narrativa incómoda de ejecutar discursos en la abstracción para condenarte a la reflexión y la búsqueda. Sé que hablar de pintura es un ejercicio que te incomoda, pero es inherente la interpelación a la inteligencia inconsciente del arte contemporáneo, entérate. Soy real».

El artista no entendió una palabra. Nicolás apuñalaba con un dedo amenazador al artista mientras las frases se perdían en el horizonte, en una galaxia muy, muy lejana. Luego, el avatar desapareció de la pantalla.

El artista miró la botella de cerveza colocada junto al teclado. Casi con vergüenza, evitó revisar el cuadro a medio pintar de unas palomas alzando el vuelo en el parque. Era tarde y ninguno de sus compañeros de estudio parecía haber advertido nada raro. El artista se marchó a casa y se acostó algo alterado. Tardó un poco en conciliar el sueño.

La siguiente vez que se conectó a Second Earth, ella estaba frente a su propio monitor, de espaldas al artista. Presionó los controles para moverla, pero Nicolás le hizo señas para que se alejara sin siquiera darse la vuelta. «Ocupada», le escribió ella, y amplió una noticia del Second Earth Journal que anunciaba la gran exposición de Sonia en el Virtual Museum of the World, una mujer que marcó el arte abstracto y sus diferentes aplicaciones al utilizar planos de color yuxtapuestos para crear contrastes que, al observarse simultáneamente, creaban espacios, formas y movimiento. Sonia —continuaba diciendo el periódico— nació en el seno de una familia humilde, que no pudo hacerse cargo de ella porque ya tenían tres hijos, por lo que su tío, al que ella llamaba El Artista, la adoptó. Sonia creció rodeada de arte clásico, ignorante de la pintura vanguardista, pero gracias al metaverso fue dejándose influenciar por el expresionismo alemán y el fauvismo, se volvió una apasionada de la experimentación artística y acabó dando el paso hacia la abstracción más pura, aun en contra de la opinión de su tío, que hizo lo posible por ocultar su obra al mundo. Hoy podemos recuperar a una de las creadoras más originales de nuestra era…

Al final de la noticia aparecía la firma del redactor: Nicolas-Antoine Taunay. El artista presionó Esc y eliminó la página; luego hizo zoom con la rueda del ratón y se aproximó al pequeño monitor que manejaba su avatar. En él pudo distinguir cómo Nicolás escribía órdenes a un nuevo avatar que denominaba Sonia. El solipsismo, hoy en día, puede ser peligroso.

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