Tempus fugit

Santoral médico, militar y masónico

Tempus fugit: XXXIX septimana

26 de septiembre. — Santos Cosme y Damián

«Milagros de los santos médicos Cosme y Damián» (1510), de Fernando del Rincón. Museo del Prado.

Arguiñano sigue imbatible, ahora con un programa largo y otro más cortito de recetas exprés, en un formato que se utiliza también para dar el tiempo: se divide la información en dos partes, entre las que se insertan torrantes minutos de anuncios publicitarios. Han caído otros cocineros como los hermanos Torres, que tenían un programa de televisión eliminado por sus bajísimas audiencias; esta pareja de gemelos univitelinos recordaba a los hermanos Zipi y Zape, nacidos en 1948, cuyas aventuras nos resultaban tan divertidas en el albur de los tiempos, cuando todavía leíamos tebeos en papel.

Existen en la Historia pocos casos de gemelos famosos, siendo sin duda san Cosme y san Damián los más conocidos. Ejercían gratuitamente la medicina en Cilicia, que es como se llamaba en época romana a la costa sur de lo que hoy es Turquía, y vivieron en el siglo III d.C. empeñados en difundir el cristianismo a través de sus sanaciones.

Curaban tanto a animales —la pata de un camello herido— como a hombres, y fueron sometidos a martirios a los que sobrevivieron, cómo no, milagrosamente: fueron encadenados y arrojados al mar, pero un ángel rompió sus ataduras y los llevó a la orilla; el gobernador romano se encolerizó y ordenó que los atasen a un poste y los quemasen vivos pero las llamas, también milagrosamente (y sin intervención del viento), se volvieron contra sus verdugos y los achicharraron. Intentaron lapidarlos, pero las piedras fueron dulces con ellos; los ataron a un poste y les tiraron flechas (como a san Sebastián), pero las flechas se daban la vuelta a mitad de camino y se clavaban en los arqueros.

Frito ya de tanta fortaleza, Lisias (el cónsul) ordenó que los decapitaran, y eso ya no lo resistieron. Tras su muerte, ocurrida según los textos sagrados en el año 287, siguieron sus milagros, el más famoso de los cuales narra el trasplante de una pierna procedente de un esclavo negro a un sacristán que padecía gangrena gaseosa y que acabó, por tanto, con una pierna de cada color.

La espada con la que los decapitaron es la reliquia más importante que se conserva en Essen, la ciudad alemana en la cuenca del río Ruhr que fue una de las zonas mineras más relevantes de Europa; también fue cuna de la familia Krupp, dueños de poderosas industrias de armamento, enriquecidos por obra y gracia de las dos grandes guerras.

El 26 de septiembre se celebra la fiesta de San Cosme y San Damián, patronos de los farmacéuticos, los cirujanos y los barberos que, tradicionalmente, sacaban muelas, dientes y piedras de la cabeza, funciones que ya no ejercen desde que la medicina se ha vuelto aséptica y remilgada.

El oficio de barbero parecía condenado al olvido por falta de trabajo, hasta que aparecieron los hípsters y los futbolistas que se atrevieron a saltar al terreno de juego con peinados diferentes cada vez; y, como marcan tendencia, han reaparecido en las ciudades las barberías con sus cilindros sin fin de colores blanco, azul y rojo, tan hipnóticos.

No está la medicina para celebraciones, pero no deberíamos olvidar con tanta premura cómo los sanitarios han cuidado de nosotros hace muy poco tiempo. Es lo malo de la superposición de los dolorosos acontecimientos que estamos viviendo.

29 de septiembre. — San Miguel Arcángel

«San Miguel Arcángel» (1495-1500), del Maestro de Zafra. Museo del Prado.

Viendo estos días imágenes de rusos huyendo del reclutamiento obligatorio ordenado por el peligrosísimo sátrapa que los gobierna, se tiene la sensación de regreso a las épocas más oscuras de la Historia. Resulta muy inquietante que el avance en el tiempo no sea una línea recta hacia nuevos modelos de convivencia que hayan excluido del todo lo que las generaciones anteriores hubieron de padecer.

Hace ya veinte años que en España no hay levas, desde que el día 1 de enero de 2002 entró en vigor la norma que eliminaba el servicio militar obligatorio. Con ella se reconocía el clamor general de las nuevas generaciones de jóvenes al que respondió el gobierno del Partido Popular, entonces en el poder, con esta ley. Quién lo iba a decir.

El hecho, de gran trascendencia por otra parte, nos liberó a las mujeres de soportar batallitas de parejas y amigos, y fue eliminando algunas expresiones del lenguaje popular como «ese es de mi quinta», «estoy de rebaje», etc. También ha servido para diluir el concepto de jerarquización que ha caracterizado a los ejércitos del mundo y de la Historia: el poder se escalonaba en ellos, de arriba abajo, en una pirámide de mando en la que los de abajo debían obedecer siempre y los de arriban creían ser dueños de todo tipo de autoridad.

Los humanos de la Antigüedad imaginaron que en el cielo las cosas se estructurarían como en la tierra, y desde las primeras civilizaciones se estableció que existiría en el orbe divino un ejército defensor tanto de los dioses como de los hombres, tan jerarquizado como sus correspondientes terrenales.

En la Biblia se describen los coros celestiales como un estamento militar formado por ángeles, que se encargarían de defender a los hombres y de transmitir las órdenes del Altísimo y que de menor a mayor autoridad se conocen como: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, ángeles y arcángeles. Son tantos que resulta imposible reconocerlos por sus nombres, excepción hecha de los últimos, los jefes, los mandamases, que son tres y que se llaman Rafael, Gabriel y Miguel, mandos supremos de toda la milicia celestial, y cuya existencia se celebra el 29 de septiembre.

Cada arcángel tiene una misión de orden superior, siendo la de san Miguel la de combatir a los ángeles rebeldes y al dragón del Apocalipsis; por ello, siempre se le representa en el arte con una lanza en la mano y vestido de soldado, a punto de dar matarile al bicho. No debe ser confundido con san Jorge, que hace lo mismo a caballo, mientras que san Miguel lo hace a pie.

También se le adjudicó tarea de psicopompo, palabreja que definía en la mitología a los que se encargaban de transportar a los muertos y pesar las almas el día del Juicio Final, como Anubis en el antiguo Egipto y Hermes en la antigua Grecia.

Es el patrón de los caballeros y de todos los oficios relacionados con armas y balanzas. En estos tiempos se le asocia más con una marca de cervezas cuyas latas deberían llevar la reseña de quién es este personaje tan importante del mundo celestial: serviría para enseñar a los iletrados y como objeto de debate cuando ya se han consumido unas cuantas.

30 de septiembre. — La flauta mágica versus Los Picapiedra

Una imagen de la serie de televisión «Los Picapiedra».  © American Broadcasting Company

El 30 de septiembre de 1791 se estrenó en Viena La flauta mágica de Mozart, en un momento muy delicado para el compositor, porque andaba muy mal de salud y se encontraba en una situación económica bastante precaria.

La obra es un singspiel, algo parecido a la zarzuela española; es decir, tiene unas partes cantadas y otras habladas, por lo que era considerado en su tiempo un género menor y de carácter popular. El libretista no fue en esta ocasión Lorenzo Da Ponte, que escribió para el músico tramas más elevadas para obras de mayor relevancia.

El argumento está basado en los cuentos de hadas, aunque muchos quieren ver otra intención escondida, de influencia masónica: es fantástico y trata del triunfo del bien sobre el mal, pero se reconocen consignas de lo que podría considerarse el camino hacia la iluminación propio de la logia masónica, que solo los iniciados eran capaces de percibir. Tuvo mucho éxito, que Mozart no llegó a saborear porque murió un par de meses después.

Años después, el 30 de septiembre de 1960, se estrenó en la cadena de televisión norteamericana ABC una serie de dibujos animados llamada Los Picapiedra, producida por el estudio Hanna-Barbera, que parecía una serie para niños pero que podía tener otros significados. Estaba ambientada en una supuesta Edad de Piedra en la que se vivía como en el siglo XX, aunque con todos los elementos de la era antigua.

Sus protagonistas eran dos amigos, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, que estaban casados con Vilma y Betty respectivamente y vivían en un pueblo llamado Piedradura. Conducían un troncomóvil y trabajaban para el señor Rocajuna. Iban al cine, tenían una mascota llamada Dino, convivían con dinosaurios y mamuts, hacían barbacoas en las que se comían chuletas del tamaño de una bicicleta y tenían problemas como los de ahora, que resolvían con elementos hechos de piedra y pieles, ayudados por animales cuaternarios que ya están extinguidos.

Como ocurre con Los Simpson, parecía destinada a los peques; la veíamos los niños, pero tenía mensajes para adultos que eran de gran calado: había que ser también un iniciado para entender, por ejemplo, que Bam-Bam fuera un niño adoptado porque Pablo y Betty, después de muchas pruebas médicas, descubrieran que no eran fértiles.

Si hoy viéramos la serie entenderíamos sus escenas de otra manera bien distinta, como ocurre si escuchamos La Flauta Mágica después de conocer la fraternidad masónica o pertenecer a ella.

Lo que percibimos con los sentidos y elaboramos con la mente tiene lecturas diferentes según la edad, los conocimientos o el estado anímico. Por eso hay que ver algunas obras de arte de vez en cuando o volver a leer algunos libros cuando nos haya cambiado la circunstancia en la que los leímos por primera vez. Tienen otro jugo.

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