Tempus fugit

Libros y bebidas para soportar el calor

Tempus fugit: XXX septimana

25 de julio de 1554 — Matrimonio de Felipe II y María Tudor

«María Tudor y su esposo Felipe II» (c. 1558), de Hans Eworth. Bedford Collection, Woburn Abbey.

Las artes se mezclan, menos mal. Si hay referencias cinematográficas de cuadros y pintores famosos y si escuchamos música clásica en algunas escenas en las que aparentemente no caben, cómo no vamos a hacer extensiva las influencias artísticas a las cosas del comer… si se han convertido en arte.

Los nuevos gastrónomos usan la palabra «textura» como se ha utilizado frecuentemente en la escultura. La paleta de colores que contemplamos en los platos pi-pi-piripí, o sea, esos que no pasan de las muelas una vez ingeridos, nos recuerdan las que utilizan los artistas, y existen también algunas bebidas que tomaron en su día el nombre de personajes o hechos históricos. Digo tomaron porque han caído en desuso en el mundo de la noche, invadido ahora por el redbullcola, ruaviejafantanaranja y otras exquisiteces que también han desplazado al gintonic o al roncola. Todavía quedamos algunos dinosaurios por las barras.

En los años 50 del siglo pasado resultaba muy cool tomar un cóctel, es decir, un combinado de diferentes sabores que habían inventado los auténticos profesionales de bar. Merece la pena destacar el «Bellini» que siguen sirviendo en el Harry’s Bar de Venecia (por una pasta) y que se compone de cava o prosecco con pulpa de durazno fresco. Tomó su nombre del tono rosáceo de los cuadros del pintor veneciano Giovanni Bellini (siglo XV), uno de los precursores de los coloristas que crearían escuela como Tiziano, Tintoretto, Canaletto o el propio Greco, que anduvo por allí una temporada, aprendiendo de ellos.

Otro de los cócteles de fama internacional es el «Bloody Mary», inventado por un camarero del Harry’s Bar de París, que mezcla vodka con jugo de tomate, sal y pimienta, salsa Worcester, tabasco y zumo de lima, servido en hielo pilé. Un lujo de bebida refrescante y quitarresacas que pone el cuerpo en Marte para aguantar mañanas de playa al sol, por ejemplo, de Cala Galdana en Menorca. Estoy soñando, que no se asuste nadie. Ese camarero, merecedor de unos aplausos a toro pasado, bautizó tan estupendo brebaje en honor de María Tudor, María la sanguinaria, que se casó, tal día como hoy, pero de 1554 con el Príncipe de Asturias de la época, futuro Felipe II.

María era nieta de los Reyes Católicos y prima del emperador Carlos V. Felipe era, por lo tanto, sobrino de María, que le llevaba 10 años. El matrimonio fue un apaño, como era habitual: había que vencer a Francia, eterna enemiga de los españoles, y la forma de hacerlo, además de la guerra, era unir tronos a su alrededor. El príncipe Felipe era viudo y su padre lo convenció para que se casara con su tía y, con el fin de que estuviera a la altura de su prometida, lo nombró rey de Nápoles.

La situación, muy conocida, se resume de la siguiente manera: Catalina de Aragón —hija de los RRCC— se casó con el Príncipe de Gales, Arturo, cuando ambos eran adolescentes. Arturo se murió y Catalina se casó en segundas nupcias con el hermano pequeño de Arturo, Enrique VIII. Tuvieron a María, eran católicos. Enrique se enamoró de Ana Bolena, pidió al papa el divorcio de Catalina amparándose en que no había pedido dispensa para casarse con la viuda de su hermano. Los RRCC amenazaron al papa con retirarle el apoyo económico si cedía y Enrique VIII abandonó el catolicismo, inauguró el anglicanismo (que sí reconocía el divorcio), repudió a Catalina y se casó con Ana Bolena, con quien tuvo otra hija llamada Isabel.

Dos hermanastras enfrentadas, en realidad dos religiones o, mejor dicho, dos poderes económicos; en fin, mucho enfrentamiento de todo. María retuvo a su hermanastra prisionera en la Torre de Londres y mandó al patíbulo a todo el que estuvo en contra de su reinado y, por supuesto, a todo el que se opuso a la vuelta al catolicismo y la obediencia al papa de Roma. Por eso se la conoce como «sanguinaria». Su matrimonio duró cuatro años, los que tardó la reina en morir. Se aventura en los libros del ramo que fue a causa de un cáncer de útero o de hidropesía o de tristeza, que es lo mismo que morir «de repente», expresión que se utilizaba hasta hace unos años como si en sí misma fuera un diagnóstico. «¿De qué ha muerto? De repente». Queda claro el motivo.

La historia de este matrimonio tan desigual que apenas convivió y en el que la novia se enamoró, como si fuera working class y no reina, de un atractivo príncipe que no le hizo ni caso, merece unas horas de lectura entretenida de algún libro que no sea muy pesado. Merece también que se lea acompañado con un Bloody Mary o tres, preparados en casa, porque si lo pedimos en un lugar público corremos el riesgo de que un macizo camarero, de bíceps bien tatuados, nos confunda con un Eoraptor, arcosaurio considerado el origen de los dinosaurios. Y no, nosotros somos cromañones, faltaría más.

26 de julio de 1952 — Muerte de Eva Perón

Eva Perón en una foto publicitaria, circa 1943. Imagen: Torsade de Pointes.

Vivimos vidas que son soplos en la historia y leemos libros de historia en un soplo. Nos asombramos de cosas que ocurren en nuestro entorno pero que seguramente ya les ocurrieron a otros; tenemos muchas noticias de hechos que pasaron y pocas de los sentimientos que algunos de ellos provocaron más allá de lo que los poetas se atrevieron a escribir.

Sabemos de la tristeza de Boabdil y de la frasecita de su mamá cuando iban por el Mulhacén en 1492, camino del exilio, o del enfado de Amadeo de Saboya cuando se fue en 1873 porque los españoles eran ingobernables; existen otros ejemplos similares pero no conozco ninguna narración de lo que sentirían los bizantinos y su cristianismo ortodoxo cuando en 1453 su gran iglesia, Hagia Sofía, fue convertida en mezquita, sus santos cubiertos de yeso, sus torres sustituidas por minaretes y su eje este-oeste virado para que el minbar quedara orientado a La Meca. Esto que vivimos ya ha pasado otras veces.

Son las cosas de la historia: Hagia Sofía volvió a convertirse en recinto de culto musulmán —había sido desacralizada en 1935— de la mano de Erdogan, quien aprovechando las circunstancias del encierro por la pandemia y que había menos turistas, volvió a tapar los mosaicos y a llenar los suelos de alfombras de color turquesa para la oración de los fieles. Hoy recuerdo especialmente este edificio y a la emperatriz Teodora, la esposa de Justiniano, que mandó reconstruirlo en el año 537; también es el aniversario de la muerte de Evita Perón, cuya vida tuvo un paralelismo extraordinario con la de la emperatriz bizantina.

Teodora nació en el año 500 en una familia humilde; su padre era entrenador de osos en el hipódromo de Constantinopla y su madre era «actriz», una forma muy sutil de decir que era prostituta. La propia Teodora y sus dos hermanas ejercieron como tales, según cuentan las crónicas «b». Teodora era muy guapa, de carácter decidido y muy emprendedora, así es que fue a buscarse la vida por el norte de África y volvió a Bizancio —actual Estambul— con dos hijos, chico y chica, de paternidad desconocida.

Conoció al emperador, que se enamoró perdidamente de ella, y se casaron; a partir de la boda, Teodora tomó el mando sin tapujos. No caía bien a los generales que habían rodeado a Justiniano porque los puso firmes, favoreció el reparto de comida entre los pobres, embelleció la ciudad y promovió la restauración de Santa Sofía, el templo construido por Constantino en el siglo IV, que había sido muy afectado por terremotos, incendios y plagas, lo normal de los edificios antiguos. Hizo lo que pudo por mejorar la condición de las viudas y también por rodearse de lujos y riquezas. Tuvo detractores y defensores, y murió a los 48 años víctima de un cáncer de mama, aunque algunos escritos señalan una epidemia de peste bubónica como causa real. Justiniano le sobrevivió unos años y cuentan las crónicas que ya no levantó cabeza. Es una de las pocas mujeres santas de la religión ortodoxa.

La historia de Eva Duarte tiene mucho en común, salvando las distancias históricas: nacida también en una familia humilde, posiblemente hija de madre soltera, era guapa, alegre, decidida y algo descarada; trabajó como actriz hasta que conoció al viudo Perón y se casó con él. Se convirtió rápidamente en una figura clave para el régimen y tuvo, como Teodora, grandes defensores y muchos detractores. A ella se deben las reformas que permitieron el voto femenino, la apertura de centros de enseñanza y de hospitales públicos, así como la atención a los más desfavorecidos; fue presidenta del Partido Peronista Femenino y Jefe Espiritual de la Nación. Le gustaban las joyas y las pieles, y se aficionó al lujo que le era perdonado porque repartía dinero entre las gentes con bastante prodigalidad. Murió a los 33 años, el 26 de julio de 1952, de un cáncer de útero, y su cuerpo fue embalsamado y adorado como si de una santa se tratara.

Su cadáver se vio sometido a un periplo bastante patético: fue secuestrado, metido en una furgoneta que aparcaban en diferentes lugares de Buenos Aires para que no fuera localizado, lo tuvieron de pie en un despacho, lo enviaron a Milán, lo replicaron en cera, se lo devolvieron a Perón, lo mandaron de vuelta a Argentina y así anduvo hasta 1976, año en el que fue definitivamente enterrado.

Su vida ha dado mucho juego literario y musical, aunque ya casi nadie se acuerda de ella a no ser por la famosa canción que cantaba en español Paloma San Basilio. También le pasa a Teodora, cuyo nombre no he oído ni leído en ninguna de las crónicas aspaventadas sobre los nuevos usos de Santa Sofía. Y eso que no paramos de ver series turcas.

29 de julio — Adquisición de lecturas veraniegas (imprescindibles)

María Martinón-Torres, autora de «Homo Imperfectus». Foto: CENIEH.

Ya están aquí las vacaciones y la hora de leer libros. Ahí van algunas sugerencias si estamos interesados en algo más que novelas. Por ejemplo, lo que ha investigado una doctora llamada Luján Comas y sus teorías sobre la muerte y la consciencia.

Esta médica trabajó como anestesista y reanimadora en el hospital Vall d’Hebrón de Barcelona durante 32 años y, después de sus experiencias profesionales y personales, se animó a escribir un libro sobre el momento del fallecimiento, lo que describen los que son reanimados y vuelven a la vida y las coincidencias que existen en los relatos de estos últimos.

En la mitología griega, Nix, la noche, dio a luz dos gemelos llamados Hypnos (sueño, sopor) y Tánatos (muerte sin violencia), personificaciones de lo que el poeta romano Virgilio pondría en forma de frase lapidaria: «El sueño es hermano de la muerte». Así es; cuando despertamos por la mañana o de una de las dulces siestas a las que nos empieza a invitar el calor, quizá recordamos, quizá no, pero volvemos a un estado de consciencia después de haber atravesado… no sé, no sé lo que atravesamos. ¿Por qué necesitamos apagarnos unas horas? El cerebro necesita recomponerse, pero ¿por qué no lo hace como el hígado, siempre en permanente filtración?

La doctora Comas sostiene la teoría de que existe una conciencia universal que utiliza nuestros cerebros para manifestarse en el mundo tangible y, por ello, cuando la carne muere, la consciencia se mantiene en un estado al que no tenemos alcance desde nuestra perspectiva de humanos celulares. No he leído el libro todavía, escribo sobre lo que le he oído a ella. Es posible que lo compre porque es ese tipo de lecturas propias del verano, de las siestas, de las tardes largas que vacacionan el espíritu y las obligaciones. ¿Quién dijo miedo? Soy tragona y me gusta meter la nariz en todo.

La noche anterior a una intervención quirúrgica de hace unos años estuve en el ADDA de Alicante escuchando a la Orquesta de Jóvenes, dirigida por Francisco Maestre. Una de las obras que interpretaron fue el «Intermezzo» de la ópera Goyescas de Enrique Granados, una pieza muy conocida de este compositor, nacido el 27 de julio de 1867, en Lérida. Hubo otras músicas en el programa, pero esta se quedó en mi mente por alguna razón, con ella entró la anestesia en mi sangre a la mañana siguiente y allí permanecía cuando volví al mundo después de unas horas. Es preciosa, o a mí me lo parece, y regresar al mundo de los vivos con Granados fue un regalo que todavía aprecio. ¿Qué ocurre en el intermedio del sueño inducido? ¿Se detiene la vida que conocemos y la recuperamos al volver? ¿Tienen algún viso de credibilidad los que hablan de las ECM (experiencias cercanas a la muerte)?

Mientras tanto, vuelvo a escuchar a Granados en homenaje a su cumpleaños y voy a poner en cola de libros para leer en agosto el que escribió la doctora Comas mientras saboreo Homo Imperfectus (Ed. Destino, 2022), de María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación de La Evolución Humana (CENIEH) de Burgos y una de las personas más inteligentes que he conocido. Es médica y antropóloga de formación, y sabe muchísimo de la función que tiene la enfermedad en el proceso evolutivo de los seres humanos. Y es nuestra historia, este verano promete.

2 Comentarios

  1. Carmen Pérez Sánchez

    Divertida e interesante,como siempre.

  2. Buenísimo, títulos anotados.

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