Horas críticas

Libros de la semana #71

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El exorcismo de mi mejor amiga, de Grady Hendrix (Minotauro)

Con un maravilloso diseño de cubierta y contracubierta, que remite a la estética ochentera del videoclub, las cintas de VHS y el famoso lema Be Kind Please Rewind, se presenta este título editado por Minotauro cuyas referencias visuales no están faltas de sentido. Fan de las historias menos recordadas de Stephen King y de las novelas de bolsillo de terror, como demostró en su ensayo Paperbacks from Hell: The Twisted History of ’70s and ’80s Horror Fiction (2017), con el que ganó el Premio Bram Stoker de no ficción, Grady Hendrix invoca aquí la angustia adolescente y las dinámicas tóxicas de la ficción de aquellos años, que en el audiovisual representan algunos thrillers sobrenaturales tan icónicos como Carrie o El exorcista, claro. De hecho, El exorcismo de mi mejor amiga tiene ya prevista y en fase de preproducción una adaptación al cine para el año que viene, con Elsie Fisher y Amiah Miller como protagonistas. Ellas encarnarán a dos amigas inseparables que, tras una noche loca de LSD en el bosque, empiezan a distanciarse, quizá, por cosa del diablo: una de ellas, Gretchen, comienza a experimentar fenómenos poco explicables hasta que la otra, Abby, decide recurrir a un sacerdote culturista (sic) para salvar a su colega de lo que cree que es una posesión demoniaca en toda regla. En realidad, no queda claro si lo que ha ocurrido es eso o si más bien la joven atraviesa las ansiedades, maldades y vanidades propias de la adolescencia en el instituto, así como las frustraciones de no ser para nada entendida en el mundo adulto; sin duda hay algo de posesión en las emociones adolescentes. Publicada originalmente en 2016, la mayor parte de la novela está ambientada en 1988, y supone una carta de amor a la cultura pop de la época, con continuas referencias a canciones de Simple Minds, The Go-Go’s, Dionne Warwick, Iron Maiden, R.E.M., The Fixx, Madonna… Pero lo realmente interesante es que, más allá de esta nostalgia por lo retro que puede hacernos pensar en una enésima Stranger Things, la historia trata temas socialmente punzantes de aquellos años, desde el consumo de drogas a los rituales satánicos o conflictos que aún hoy reconocemos como el slut-shaming, la homofobia o las diferencias de clase (aquí en plena era Reagan). El periodista, guionista y escritor estadounidense, toda una revelación en la literatura de género de los últimos años, demuestra su extraordinaria inventiva con una narración desacomplejada, tan divertida como gamberra y oscura, en la que además logra deslizar un discurso de sororidad y feminismo contras las fuerzas ocultas de la sociedad. Al fin y al cabo, lo que se demuestra en El exorcismo de mi mejor amiga es que no hay poder de Cristo, por grande que sea, que doblegue la resistencia de la verdadera amistad: «Amiga es una palabra a la que se le han gastado las aristas por usarla demasiado. […] Pero recuerda otros tiempos en los que la palabra amiga hacía correr la sangre».


Saâda la marroquí, de Elissa Rhaïs (Renacimiento)

En su prólogo a esta novela, la periodista cultural y editora María Ángeles Robles la define como una obra «insólita» concretada en «el relato de la caída y redención de un alma libre en un contexto opresor y cerrado que la autora conocía de primera mano». La escritora de origen argelino Elissa Rhaïs (1876-1940) concibió en Saâda la marroquí una de las grandes obras de la literatura magrebí, la primera que publicaría bajo ese pseudónimo en 1919, justo cuando llegó a París y sus exóticas narraciones empezaron a ganar gran popularidad. Pero, más allá de esa fascinación por tierras lejanas y por algunos rasgos que la emparentan con el folletín, hay en esta historia de una familia que huye del campo, en Marruecos, a la ciudad, en Argelia, para prosperar o al menos sobrevivir en medio de la Primera Guerra Mundial, un interesantísimo fresco de su país natal a principios de siglo. Además y como señala Joseph Boumendil, escritor nacido en Orán y autor de la biografía Elissa ou le mystère d’une écriture, esta «novela de la miseria y del abandono» cuya heroína es, a fin de cuentas, una emigrante, supone un precedente de los personajes femeninos típicos de la literatura de Rhaïs. Enfrentada a «un mundo sin benevolencia hacia los puros, sin piedad hacia los débiles», la deslumbrante e indómita Saâda se rebelará ante su confinamiento y, con tal de convertirse en cantatriz, se acabará corrompiendo: «Se había asomado a la ventana de los jardines prohibidos… Todo su ser se deslizó por ella —cuerpo y alma—». Un personaje femenino complejo que es a un tiempo madre y esposa, fuerte y fascinante, arrogante y sensual, y que por tanto no se basa en un retrato monolítico sino lleno de matices. Es una de las grandes riquezas de esta obra tan bien estructurada en lo narrativo, y complementada además por una serie de canciones, poemas y frases de la sabiduría popular que le dan un extra de consistencia. Dichos como: «¡El sufrimiento, durante la juventud, es como una rosa sobre la rama!». O bien coplas como: «¿Qué dice el agua al hervir? / — Cuando era arroyo y corría, / por la tierra me explayaba. / El árbol que yo he nutrido / es el que ahora me abrasa…», y que muestran indicios de la herencia árabe en la mayoría de nuestros cantares, como anota pertinentemente el traductor Luis Astrana Marín. Se agradece la operación de rescate llevada a cabo por Renacimiento, editorial siempre atenta al talento (especialmente femenino) que merece mayor difusión, y al que en este caso se une el valor de una literatura tan poco conocida en nuestro país, pese a su cercanía geográfica. Con una prosa potente y lírica que se deja empapar de los sugerentes ambientes que evoca, la autora disecciona en estas páginas los mecanismos morales y culturales de aquella sociedad con extraordinaria lucidez y hasta una cierta dosis de precisión etnológica. Pese al gran éxito que obtuvo con esta primera novela, Elissa Rhaïs sería más tarde olvidada e incluso, ya muerta, se trató de difamarla, presentándola como impostora en unas indignas acusaciones carentes de cualquier base. La reivindicación de su altura como escritora, por tanto, hace justicia a su memoria y nos devuelve a una autora que hizo historia como relatora pionera de la Argelia colonial.


Discurso verdadero contra los cristianos, de Celso (Alianza)

«Hay una raza nueva de hombres nacidos ayer […], universalmente cubiertos de infamia, pero autoglorificándose con la común execración: son los cristianos». Así comienza esta obra misteriosa y fundamental, que tuvo su origen en la segunda mitad del siglo II d. C., en la que Celso defiende los valores de la cultura romana por medio de la enmienda —o la reprimenda— a la totalidad del cristianismo primitivo, que vincula a las clases bajas e iletradas. En la tradición de otros autores, como Luciano de Samósata, Filóstrato, Plutarco de Queronea o Porfirio, que arremetieron contra los principios cristianos que amenazaban la cultura helenista y el pensamiento clásico pagano, Celso pone en el punto de mira de sus críticas asuntos como la narrativa de la creación («su cosmogonía es de una puerilidad tal que sobrepasa todos los límites»), el carácter determinista de unas creencias que ponían en cuestión la libertad de pensamiento y acción («el mundo es mucho más hermoso de lo que Moisés cree»), el «grosero antropomorfismo del Dios de Israel», las divisiones entre las varias «sectas» cristianas o la imposibilidad de la resurrección corpórea, entre otras. De Luciano adoptó para su discurso su burla de la religión a través del sarcasmo y la crítica inclemente, aunque también se aferra a ideas de Heráclito, Pitágoras, Empédocles y sobre todo Platón, pues opina que la teoría de la inmortalidad del alma cristiana le había sido robada y arruinada: «Ellos hablan del reino de Dios, pero ofrecen de él una idea mezquina y despreciable». Escéptico y epicureísta, Celso era ante todo un defensor del orden establecido, y es que si atendemos al contexto, los cristianos eran mirados como una banda peligrosa y subversiva contra el Imperio Romano, algo de lo que dejaron constancia historiadores como Tácito, aunque los llegase a confundir con los judíos. Por cierto que Celso se muestra especialmente duro al cuestionar la idea de pueblo elegido: «Judíos y cristianos me parecen una bandada de murciélagos, o de hormigas saliendo de su hormiguero, o de ranas junto a un charco, o de gusanos asentados en un rincón de una ciénaga, repitiéndose entre sí: es a nosotros a quien Dios revela todas las cosas, sin tener preocupación ninguna por el resto del mundo […]». A lo que se dedica en estas páginas, más que nada, es a señalar las contradicciones que veía en aquella forma de fe: «Admitís a los ángeles, ¿por qué no admitís a los dáimones, demonios, o dioses subalternos?», plantea con no poca malicia, instándoles a participar en fiestas públicas que celebraban al dios Sol o cantaban bellos himnos en honor a la diosa Atenea. Con traducción, introducción y valiosas notas a cargo del docente y ensayista Serafín Bodelón García, reedita Alianza una obra cuya conservación, paradójicamente, ha sido posible en gran medida gracias a que varias décadas después de su publicación el padre de la iglesia, Orígenes de Alejandría, le dedicaría su apologética Contra Celso, donde argumentaba que la fe cristiana tenía una base racional y, al mismo tiempo, que su sabiduría era mucho mayor de lo que los filósofos griegos podían comprender. Ideas chocantes que pretendían contrarrestar la virulencia de los ataques de Celso a aquel cristianismo que reduce a «una multitud heterogénea de gentes simples, groseras y perdidas por sus costumbres, que constituyen la clientela habitual de los charlatanes y de los impostores». Aún hoy sorprende la crudeza de su invectiva.


Senso, de Alfred (Salamandra Graphic)

Autor de la minimalista novela gráfica Come prima (2014, también editada por Salamandra Graphic), relato de carretera con el que ganó el Fauve d’or en el Festival de Angoulême y comenzaría su periplo filoitaliano, Alfred vuelve a un argumento íntimo que en última instancia tiene que ver con la familia para hablar de los universales de la experiencia humana. Un prólogo —que tendrá continuación como epílogo— mudo y monocromo, de cuerpos fragmentados e indivisibles en el acto de amarse sin reservas, sirve de portal de entrada a esta historia de dos amantes accidentales impulsados por la torpeza de toparse; personas «a la deriva» que se encuentran en un espacio en el que no se deben nada, pero en el que puede por fin apetecerles desnudarse y entregarse al otro. Él es Germano, alguien aferrado a su zona de confort aunque infeliz; pero poco a poco y gracias a la falta de prejuicios de ella, Elena, se irá revelando como alguien capaz de la ternura y el apasionamiento, más cercano a los que le rodean de lo que ha demostrado en sus últimos años. Ambos comparten un día —una noche— en que el tiempo se detiene y que también les sirve para reflexionar sobre el mismo paso del tiempo, sobre la posibilidad de vivirlo juntos. Comedia romántica pero también trágica, delicada y melancólica, pero muy divertida en sus pasajes más ligeros, Senso se lee como una obra de madurez plena que puede recordar a la honda sencillez de la espléndida trilogía Before de Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy. Como en ella, hay en estas páginas un tono lírico muy poco convencional y una serie de diálogos calmos: «Son increíbles estos jardines; no sé ni dónde estamos. / No hay jardineros, nadie los cuida. Son completamente… autónomos. / Parece que se muevan a medida que caminamos. A la que vez que nosotros. / No, no es que se muevan… estos jardines bailan». Lionel Papagalli Alfred, nacido en Francia pero con orígenes italianos, sitúa en esta ocasión la narración al sur del país de la bota y en un clima de agobiante calor que lo acerca aún más a nuestro tórrido presente; pero si hay algo con lo que se identificará fácilmente el lector es con esos comienzos inciertos del amor sereno y que, tal vez por eso, pueda resultar duradero, aunque como sin duda pedía la historia, el destino de sus personajes queda aquí abierto a la imaginación. La lograda atmósfera de ritmos pausados y de observaciones sutiles del entorno natural muestra la complejidad de hacer un cómic con estos mimbres y triunfar en el empeño, lo que Alfred logra asumiendo riesgos a la hora de retratar la fragilidad de las emociones y apostándolo todo a la belleza intrínseca de sus singulares dibujos. Una obra muy depurada formalmente, de trazo limpio y elegante, que sabe extraer todo el vitalismo de la insospechada conexión entre su pareja protagonista.

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