Ficción

El último Van Gogh

«Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas» (1886-87). © Kröller-Müller Museum.

 

Amberes, 28 de enero de 1886

Querido Theo,

He estado terriblemente ocupado esta semana.
He pintado una obra grande con dos torsos desnudos.
Dos luchadores en una pose diseñada por el profesor Verlat.
Y realmente lo he disfrutado.
Te quiere,

Vincent.

Museo Kröller-Müller (Países Bajos), en algún momento de 2003

— Pasemos al siguiente cuadro.

Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas. El gobierno lo adquirió en 1974 tras no encontrar comprador en una subasta celebrada en Londres. Quisieron salvar un van Gogh para la nación, pero me parece que se la metieron doblada. Si esto es un van Gogh, yo no soy historiador del arte.

— Pero en la radiografía se vio… — trató de objetar Karen, una de las expertas en arte del siglo XIX que ocupaba la mesa de la sala de reuniones.

— Qué radiografía ni qué narices. Vincent no pintaba así. ¿Dónde has visto algún cuadro suyo con tantas flores? Esto es demasiado ostentoso.

— Y, sin embargo, la firma está ahí.

— ¿La firma? Podría ser hasta de mi hijo pequeño. No hay ningún van Gogh con la firma en la esquina superior derecha. ¿Va a ser este el único?

— A mí también me huele a chamusquina —añadió otro de los entendidos—. Se supone que es del verano de 1886, pero este lienzo es bastante más grande que el de otras obras de esa época.

— Posiblemente tengáis razón, pero yo no estoy tan segura. Hay algunas flores que son idénticas a otras que pintó ese verano. ¡Mirad esa amapola!

— No te empeñes. También se parece a las de Georges Jeannin o Lesser Ury. Yo diría que es de alguno de esos dos. Quizás alguien pensó que poniendo la firma de Vincent el cuadro se revalorizaría.

— Basta ya de discusión —cortó el director—. Con tanta incertidumbre no podemos seguir diciendo que es un Van Gogh. Así que pasará a ser una obra anónima. ¿Estamos todos de acuerdo? ¿Karen?

— Me temo que no queda otro remedio, señor Van Straaten. Pero que conste que sigo teniendo mis dudas.

— En cualquier caso, lo expondremos de vez en cuando. La calidad de esta obra no depende del nombre que pongamos en la cartela.

Sincrotrón Alemán de Electrones, un viernes de 2010

El laboratorio donde se encuentra el beamline L de sincrotrón DESY estaba especialmente lleno esa mañana. A la espera de que llegase el paquete, científicos de las universidades de Delft y Amberes mataban el tiempo charlando con especialistas que habían viajado de diferentes museos holandeses.

— Entonces, ¿lo que queréis analizar no es un van Gogh? —preguntó Matías.

— Esa es la versión oficial —respondió Karen—. Pero yo creo que todavía no se ha investigado lo suficiente. En 1998 se le hizo una radiografía y se vio que bajo las flores se escondía otra obra.

— Pero hasta donde tengo entendido, eso es algo habitual. Es lógico que un artista reutilice sus lienzos. Sobre todo si anda justo de dinero y espacio.

— Tienes razón. Lo sorprendente es lo que se intuye en esa radiografía: dos figuras luchando.

— ¿Y qué tiene eso de especial?

— Que en una de las tantas cartas que Vincent le escribió a su hermano, habla de una pintura con dos torsos desnudos. Dos hombres que se pelean. Y no se conoce ninguna obra que encaje con esa descripción. Podría ser la que se oculta bajo la pintura que queremos analizar.

— Pues entonces no entiendo por qué se duda de que es un van Gogh…

— Lo cierto es que la radiografía no se ve del todo bien. Además, dos hombres luchando era una composición relativamente normal en las academias de finales del siglo XIX. Lo pudo haber pintado cualquier artista. Hay incluso quien piensa que podría ser una treta para colar una falsificación. Pero para eso hemos venido aquí. Para ver si nos ayudáis a esclarecer el misterio.

Poco después de decir esas palabras, la puerta se abrió y dos hombres arrastraron un carro en el que se encontraba Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas.

— Vamos, gente. Tenemos que explotar al máximo el tiempo que nos dejan usar el instrumento —exhortó Matías— Hay que sacarle humo. Colocad el cuadro en la plataforma y pongamos a punto el equipo.

Tras pasar toda la mañana y parte de la tarde realizando pruebas, el aparato estuvo listo para el análisis.

— Pues nada. El lunes tendremos los resultados.

— ¡¿Hay que esperar hasta el lunes?! —exclamó Karen con impaciencia.

— Sí, el instrumento tiene que hacer un barrido de la superficie punto por punto.

— ¿Y por qué tarda tanto? ¿Qué es exactamente lo que hace?

— Nos va a decir qué elementos químicos hay en cada punto que analice, y cuál es su abundancia. Para eso vamos a recurrir a la fluorescencia de rayos X. Es algo que podemos hacer en nuestro laboratorio de Bélgica, pero gracias al sincrotrón podremos lograr unos resultados mejores.

— Ya veo. ¿Y cómo funciona esa fluorescencia?

— Es algo difícil de explicar, pero voy a intentarlo. Te puedes imaginar cómo es un átomo, ¿cierto?

— Sí, claro. Un núcleo con electrones dando vueltas alrededor. Una especie de sistema solar.

— Bueno, ese modelo puede valernos para simplificar las cosas, pero como químico tengo que decir que está un tanto desfasado. Cosas de la mecánica cuántica y tal. Pero no te voy a marear con eso. Quédate con la idea de esos electrones orbitando. A grandes rasgos, cuanto más lejos están del núcleo, más energía tienen. Pero resulta que los electrones no pueden tomar cualquier posición en el espacio. Solo pueden estar en ciertas posiciones concretas. A mí me gusta imaginármelo como si fuera una escalera. Un electrón podría estar en el primer peldaño, en el segundo, en el tercero… Pero no podrá descansar en ningún punto entre el segundo y el tercer peldaño, por ejemplo.

— De acuerdo. Entonces cuanto más alto sea el escalón que ocupe, más energía tendrá el electrón.

— Exactamente. Pero lo más fascinante es que esta escalera energética es diferente para cada elemento químico. Como si en cada uno los escalones tuviesen diferente altura. Así, los electrones del hierro tienen una energía diferente a los del plomo o el calcio. Y ahí está la clave. El sincrotrón permite emitir una radiación muy intensa con la que se expulsa un electrón cercano al núcleo. Es decir, un electrón de baja energía. De los escalones de abajo. Esto provoca un desequilibrio y, para compensarlo, un electrón de un nivel superior ocupará el hueco que ha quedado.

— ¿Como si una persona bajase del tercer escalón al primero?

— Eso es. Y como la energía no se crea ni se destruye, la diferencia de energía entre escalones se libera. Y se libera en forma de radiación. Una radiación que es diferente para cada elemento porque cada escalera es diferente. Así que solo tenemos que medir esa energía para saber qué elementos químicos hay en cada punto del cuadro. La magia de la ciencia.

— ¿Pero cómo vamos a ver lo que hay debajo de la naturaleza muerta? Este cuadro es una especie de lasaña y a mí me interesa ver lo que hay en las capas inferiores. ¿No estorban las flores? ¿No medirá el aparato su composición química en vez de la de la pintura subyacente?

— Ahí tienes toda la razón. Por eso hemos preparado el montaje para que el análisis se haga por el reverso. Los detectores están en la parte trasera del lienzo para que tengan más fácil acceso a los luchadores. Y así es como podremos llegar a ver cosas que a simple vista son invisibles.

— A ver si tenemos suerte…

Cuando el lunes a la mañana Karen llegó a primera hora al laboratorio, Matías ya estaba allí.

— ¡Buenos días! Quería venir pronto para poder presentaros los resultados preliminares. Mira. El instrumento ha detectado una gran cantidad de zinc. Me he tomado la libertad de hacer un montaje con la radiografía que me mandaste y el mapeo de ese elemento. Obviamente no hemos podido analizar las partes cubiertas por el bastidor, pero salen unas imágenes excelentes de las cuatro partes centrales del lienzo.

Fuente: M. Alfeld et al. Appl Phys A (2013), 111:165–175.

Karen no daba crédito a lo que veían sus ojos. Al presentar el mapeo de zinc, lo que Matías le mostraba era la distribución del pigmento blanco empleado para pintar los luchadores: el blanco de zinc. Y como el blanco se emplea también para controlar la tonalidad de los otros colores, este pigmento era omnipresente en la composición inferior y permitía estudiarla en su totalidad. Ni en el mejor de los escenarios había soñado con obtener una imagen de tal calidad.

— ¡Esa pincelada! Esa pincelada tan libre, tan gruesa, tan decidida. ¡Ha de ser de Vincent! —exclamó mientras rebuscaba entre los cientos de papeles que llevaba en un archivador—. ¡Mira! Mira esta mano. Es igual que la de Los comedores de patatas de 1885 —dijo señalando la fotografía de dicha obra.

A lo largo del día, Matías, Karen y el resto de investigadores analizaron los datos que ofrecía el sincrotrón y los resultados obtenidos mediante otras técnicas analíticas. Así identificaron los pigmentos empleados en los luchadores. Por ejemplo, la presencia de hierro les indicó que se habían usado ocres y la de mercurio, que se había usado bermellón. También encontraron blanco de plomo, sulfato de bario, amarillo de cromo o azul ultramar. Todos estos pigmentos encajaban con la paleta que van Gogh usó durante su estancia en Amberes. Estudiando las pinceladas, incluso pudieron precisar que el tamaño del pincel coincidía con el usado por el artista neerlandés en aquella época.

Así, Karen se marchó a casa con una sonrisa y la seguridad de haber encontrado un Van Gogh perdido.

Museo Kröller-Müller (Países Bajos), una mañana cualquiera de 2022

— Niños, niñas. Sentaos en el suelo y mirad a vuestro alrededor —solicitó la guía. ¿Qué cuadro os llama más la atención?

Los dedos de los chavales apuntaron en todas direcciones, pero la mayoría tuvo la misma diana: Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas.

Fuente: Marjon Gemmeke. Kröller-Müller Museum, Otterlo, The Netherlands.

— ¿Por qué ese?

— ¡Es el más grande! ¡Tiene muchas flores!

— A mí también es el que más me llama la atención. Así que os voy a contar un secreto: aquí debajo hay otra pintura. Una pintura de dos hombres luchando que no podemos ver porque están tapados por todas esas flores. Hoy sabemos que las pintó van Gogh, pero hasta hace poco ese cartelito decía: «Anónimo».

— ¡Pero si en esa esquina de ahí arriba pone Vincent! —señaló una observadora niña.

— Bien visto. Aunque hay veces en los que la gente falsifica firmas para que los cuadros valgan más. Además, no se conoce ningún otro cuadro que tenga la firma en esa posición. Normal que hubiese dudas. Pero si observas bien la obra, ¿dónde hubieses firmado tú?

— En esa esquina, claro. Es donde más hueco hay —respondió la niña dando una explicación perfectamente plausible de la posición en la que se encontraba la firma del genial pelirrojo.

— ¡Bingo! Además, hace unos años, unos químicos estudiaron la composición de la pintura de la firma y vieron que es la misma que esa flor más naranja que podéis ver ahí. Al parecer Vincent dio una exposición en París en 1887 y, antes de enseñar la obra, le añadió esa amapola y la firma.

Detalle de «Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas» (1886-87), de Vincent van Gogh. © Kröller-Müller Museum.

— ¿Y por qué el cuadro es más grande que los demás? —preguntó curioso uno de los pequeños estudiantes.

— Eso también tiene una explicación sencilla. Cuando a ti en clase te piden que hagas un dibujo, no eliges el tamaño del folio, ¿verdad? Pues lo mismo le pasó a Vincent. El cuadro de los luchadores que está debajo fue una tarea que les pidió un profesor cuando estaba aprendiendo a pintar. Y resulta que en la academia donde estudiaba usaban lienzos de este tamaño, bastante más grandes que los que podéis ver en el resto de la sala.

— ¿Y qué pasó? ¿No le gustó cómo le quedó y pintó encima?

— Eso no lo sabemos. Quizás no tenía más lienzos. O más dinero para comprarlos. Pero sí que sabemos que pasaron pocos meses entre que pintó los luchadores y las flores. Eso lo sabemos gracias al craquelado. Estas grietitas que podéis ver en la pintura si os acercáis. Pero no toquéis, ¿eh? En este caso las grietas aparecieron porque la pintura de abajo no se había secado del todo cuando se pintó la naturaleza muerta. Al seguir secándose, provocó tensiones en la pintura de encima y esta fue rompiéndose por ciertos puntos. También os digo que repintar un lienzo no siempre es fácil. ¿Sabéis por qué aquí hay muchas más flores que en los otros cuadros que hemos visto?

La audiencia mantuvo el silencio esperando la respuesta.

— Porque Vincent tenía que tapar lo que había pintado debajo. Y como había usado una pincelada muy gruesa y con mucha pintura, se vio obligado a añadir todas esas flores —sonrió la guía, satisfecha por haber captado la atención del público durante todo ese tiempo—. Espero que con esto hayáis entendido por qué es tan especial este cuadro. No es de los más bonitos de Vincent y desde luego que no es de los más famosos, pero la historia que esconde es incomparable.

***

Y aquí se acaba esta historia que cuenta cómo, combinando el estudio científico y el histórico-artístico, se pudo esclarecer que Vincent van Gogh era el verdadero autor de Naturaleza muerta floral con amapolas y rosas. Gracias a ello sabemos que Vincent pintó dos luchadores para un trabajo de la Academia de Amberes en enero de 1886 sobre un lienzo mayor de lo habitual para lo que en él era costumbre. Que ese mismo verano, sin tiempo a que el óleo se secara del todo, decidió cubrir las gruesas pinceladas con una naturaleza muerta, especialmente ostentosa por obligación. Y que, en 1887, antes de exponer la obra en un café parisino, dio los últimos retoques y puso la firma con un pigmento que no había usado hasta ese año. Así, el examen científico nos ha permitido confirmar la autoría de una obra cuestionada, pero también nos ha permitido recuperar parcialmente una obra que se creía perdida. Una obra que se escondía en el terreno de lo invisible. De lo invisible para el ojo humano, pero no para la ciencia.

Relato de ficción basado en las siguientes investigaciones:

  • Matthias Alfeld et al. Scanning XRF investigation of a Flower Still Life and its underlying composition from the collection of the Kröller-Müller Museum. Appl Phys A (2013) 111:165–175.
  • Erik van der Loeff et al. Rehabilitation of a flower still life in the Kröller-Müller Museum and a lost Antwerp painting by Van Gogh. Special Edition Kröller-Müller Museum, 1—24.

 


Este texto ha sido finalista del concurso Ciencia Jot Down en la modalidad de narrativa de ficción científica.

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