Horas críticas

Pareja, espectro

Durante la lectura de la primera novela de Jacobo Bergareche (Londres, 1976) me he acordado de un amigo que aseguraba, entre cínico y coqueto, no ser ya capaz de escribir «verdaderas cartas de amor» porque, tras publicar un ensayo sobre la novela epistolar, se conocía al dedillo todos los trucos, las trampas del seductor por carta. También me acordé de una joven profesora de literatura española que salió enfurruñada de unas oposiciones porque le había caído como tema de examen «La poesía de Pedro Salinas», del que ignoraba hasta su existencia.

Bergareche conoce la obra poética del autor de La voz a ti debida y consigue integrar esta y otras referencias en una novela epistolar de 177 páginas, salpicada de fotografías de cartas y de dibujos, de modo que actúen como abono de lo que se cuenta, sin abrumar al lector con las citas cultas. El protagonista de Los días perfectos es un periodista de Madrid de unos cuarenta años dispuesto a contentar al periódico que le paga su asistencia a un congreso sobre «periodismo digital» en Austin, Texas, a cambio de «un reportaje o algo que justifique el dispendio». Lo encuentra en el Harry Ransom Center, un fabuloso archivo que alberga millones de documentos de gran valor que pertenecieron a las figuras más relevantes de la cultura, el periodismo, la fotografía, la ciencia. Aunque va con la idea de explotar el caso Watergate, finalmente se decanta por la correspondencia entre William Faulkner y Meta Carpenter. Las cartas del futuro premio Nobel y la —al principio de la relación— joven secretaria del director Howard Hawks inspiran y alimentan la reflexión sobre su situación, pues la novela se estructura en forma de dos largas cartas escritas para Camila, la amante mexicana que le ha pedido poner fin a la relación, breve, dichosa y exaltada, que arrancó en el sarao de Austin, y para Paula, la esposa en Madrid, con la que comparte tres hijos, una casa, un estatus, mucho tedio.

Aunque Bergareche arranca con un estilo que recuerda a Javier Marías, enseguida encuentra su propia voz, su humor, sus referencias que sirven de pilares a un relato que de otro modo nos llevaría a pensar en una previsible historia de adulterio narrada con autoindulgencia, o como el mismo Luis ironiza: «Aquí viene el gran patético, cuéntenos algo de su patética aventura, denos envidia a los pobres casados que se arrastran como caracoles por una interminable meseta emocional, háblenos de las cimas, los abismos, que ha alcanzado a lomos de un colchón».

El célebre lema con que Faulkner cierra Las palmeras salvajes (“Entre la pena y la nada, elijo la pena”), «tras una escabrosa historia de amor con una mujer casada que acaba todo lo mal que puede acabar una historia de amor», sirve de ritornello para hablar del punto en que zozobran los matrimonios, de la anestesia sentimental que padece Luis y que no resucita ni un viaje a Palermo. Ya escribió Salinas: “Pareja, espectro…”.

Los días perfectos no recurre al romance del poeta español y su joven estudiante norteamericana ni al idilio entre Faulkner y Meta Carpenter para vestir una trama de adulterio, sino para desarrollar con ellos esa idea medular del día perfecto que comparten las parejas al inicio de la relación. Entre Luis y Camila o Luis y Paula no se da el tipo de diferencias que amenazarían con crear una «escabrosa historia de amor»: Bergareche acierta al poner frente a frente a dos iguales. Pero es él quien a partir del romance en Austin, de su fijación con la historieta que un Faulkner enamorado le deja a la amada Meta Carpenter, donde proyecta hacia la cita de un ilusionado mañana, mañana, mañana las actividades compartidas, que no requieren de grandes gastos, se maravilla, explora las ideas en torno a lo que Salinas llamaba «suicidarse hacia arriba».

Sin ser una novela redonda, Los días perfectos es un texto medido, que se mueve muy bien entre el hedonismo y el estoicismo sin incurrir nunca en alardes de elegancia rebuscada ni en la estridencia de la autoirrisión. Creo que la emoción que ha despertado en los lectores está en su forma de actualizar las palabras de Roland Barthes en su célebre ensayo Fragmentos de un discurso amoroso, al explicar cómo está construido el texto y el personaje central: «Lo que nos propone es un retrato, si se le quiere llamar así, pero no es un retrato psicológico, es estructural: da a leer un lugar de palabra: la palabra de alguien que habla en sí mismo, con amor, de cara al otro (el objeto amado), que no habla».


Los días perfectos
Jacobo Bergareche
Libros del Asteroide
(Barcelona, 2021)
184 páginas
18,95 €

2 Comentarios

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