Horas críticas

Libros de la semana #12

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Todo lo que vale, de Tim Gautreaux (La Huerta Grande)

Componen este libro una serie de relatos que aparecieron en la revista The Atlantic y que más tarde —en 1999— serían reunidos en este volumen, que ahora edita en español La Huerta Grande y al que da título el primero de ellos, traducido aquí como Todo lo que vale (y que en origen viene a decir algo así como «Soldando con niños»). Una historia inicial que ya atrapa por su estilo directo y rápido, su sorna, su oralidad enriquecida con coloquialismos que nos meten de lleno en entornos de precariedad y familias numerosas, pero también de calmada rutina e inocencia, aunque solo hasta cierto punto. Tim Gautreaux, escritor originario de Louisiana y residente en Tennessee, todo un especialista en las distancias cortas, demuestra aquí su extraordinaria capacidad como narrador, aplicada a escenas en las que asistimos al día a día de los habitantes de zonas rurales en el sur de Estados Unidos, con toda su sencillez y su color, con cercanía pero también con tierra de por medio y agudeza psicológica. El escritor norteamericano esconde tras esos paisajes humanos de la vulgaridad —en el mejor de los sentidos— temas graves como la flaqueza moral y la redención a través de personajes que, como los de una Flannery O’Connor (aunque menos sombríos), se hallan en las antípodas de lo convencional. Gautreaux, que hace de la descripción un arte con su sublimación del detalle y una particularísima lírica de la observación que conduce a una autenticidad inaudita, nos da también buen ejemplo de cómo comenzar un relato, como en Bueno para el alma: «El padre Ledet bebió un cálido trago de su brandi y se sentó en una silla de hierro del patio de ladrillo, rodeado por setos de aligustre entreverado con madreselva, en la parte de atrás de la casa rectoral. Venía de la cena de las señoras de la Altar Society, donde las mujeres más encantadoras de la parroquia lo habían agasajado con asado de cerdo, ensalada de patata y guisantes dulces, llenándole el plato como si fuera un viejo gato castrado que mantiene la bodega libre de ratas». Y ahora a ver quién es el guapo que suelta el libro.

 

Piedras en el bolsillo, de Kaouther Adimi (Libros del Asteroide)

Tras la sorprendente Nuestras riquezas, Libros del Asteroide publica en España la novela que antecedió a aquella y por la que su autora, Kaouther Adimi, estuvo entre las candidatas al Prix de la Littérature Arabe y empezó a situarse entre las voces a seguir en las letras francesas. De su lectura entrevemos que Piedras en el bolsillo tiene una consistente carga autobiográfica, pues está escrita desde el punto de vista de una joven argelina que lleva unos años residiendo en París. Una historia de cierta ligereza y poso existencial, cuya mayor virtud es desnudar las incoherencias de su protagonista, de las cuales ella misma es muy consciente pero que no consuelan (o no del todo, o no siempre) su sensación de verse sola. Entre otros motivos, por la presión social, agravada por los constantes recordatorios de su madre, desde la distancia, de que una mujer solo está completa si se casa: «Algunos días me noto el anular izquierdo más gordo que el resto de dedos. Lo imagino colándose en mi garganta y cortándome la respiración». La ironía y la acidez impregnan las páginas de Adimi hasta cuando menciona una sesión de pedicura; lo que se supone que las mujeres deben hacer, la dictadura de lo cuqui: «Tengo la sensación de estar dentro de un inmenso cupcake o en la vagina de un hada». Y aunque no puede evitar evocar su flechazo de infancia y verse invadida por la melancolía, sabe que más pronto que tarde llegará el frío que hará desvanecerse ese mono de romance: «Todo el mundo habla del amor con mayúsculas […] Pero el amor da absolutamente igual. Por la noche, no pienso en el amor. Pienso en la amistad, en las risas, en los secretos murmurados al oído, en los ojos llenos de picardía». De lo que más habla este libro, no obstante, es de la relación dual de esta joven con su Argel natal, «ese inmenso desastre», y de los interrogantes que comparten quienes se plantean salir de allí en busca de la liberación: «¿Hay que quedarse? ¿Hay que irse? ¿Hay que vivir? ¿Hay que dejar de creer?». También está su percepción del país de acogida, su mirada —de nuevo punzante— sobre los problemas en el paraíso del progreso: «En Francia hay que dar la impresión de que se trabaja mucho y de que constantemente llegas tarde a todo […] Por la crisis, la competitividad sana, los extranjeros que quieren quedarse con el trabajo de los demás, en fin, todo eso». Auch.

 

Un señor muy respetable, de Naguib Mahfuz (Gallo Nero)

«Cuando se abrió la puerta apareció ante sus ojos un inmenso despacho: todo un mundo de significados y motivaciones», comienza esta novela que puede leerse desde la ironía, pero también desde la tragedia de asistir a las patéticas brazadas de un funcionario por llegar a lo más alto de la administración pública egipcia y que, con tal fin, dedica toda su capacidad de deseo y sus esperanzas a un gris departamento de archivos, ubicado en un sótano del ministerio. Naguib Mahfuz (1911-2006) escribió en 1975 este kafkiano relato sobre el ansia de poder y los cadáveres dejados a un lado del camino en esa trayectoria de escalada, empezando por el del propio protagonista, al que ese empeño va consumiendo. El Premio Nobel egipcio, uno de los más importantes escritores en lengua árabe de la Historia (alabado como tal por otro grande como es Tahar Ben Jelloun) y uno de los más relevantes de la literatura universal del siglo XX, compuso aquí un retrato mordaz de quienes se pretenden hombres hechos a sí mismos dejando atrás y bien invisibles sus orígenes, olvidándose de quiénes eran, consagrando sus horas al cumplimiento de un solo objetivo que los deja solos, a la intemperie. Su prosa musical y reflexiva da forma a una de sus obras maestras en torno a la complejidad de la sociedad egipcia y las disquisiciones sobre la condición humana, correspondiente a una última etapa de madurez en su carrera. El autor de la llamada «trilogía de El Cairo» y de El callejón de los milagros, de cuya muerte se cumplirán 15 años el próximo mes de agosto, presenta un personaje central lleno de dobleces y claroscuros, que apuesta todas sus fichas a un número sin darse cuenta de lo que arriesga. Un arribista y, al mismo tiempo, un pobre hombre; seguro que les suena la descripción y tienen a alguno en mente. «¿Cuál es el objeto del verdadero heroísmo? Sin duda, seguir trabajando, a pesar de todo», se dice para sus adentros Uzmán Bayyumi, ya avanzado el relato. Un (anti)héroe workaholic que sabe lo feo que está desearle un accidente a sus superiores para optar a un ascenso; lo malo es que no puede evitarlo.

 

El jardín de vidrio, de Tatiana Ţîbuleac (Impedimenta)

No es de extrañar que uno se tope con El jardín de vidrio en muchas de las últimas recomendaciones, en las listas de lecturas pendientes y entre los reconocimientos literarios, el mayor de los cuales fue el Premio de Literatura de la Unión Europea en el año de su publicación original, 2019. En Mercurio no podemos sino sumarnos al entusiasmo generalizado. Después de asombrar a propios y extraños con El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, su debut también editado por Impedimenta, la autora moldava Tatiana Ţîbuleac lo ha vuelto a hacer. Una vez más logra embelesarnos con su estilo de frases cortas, su prosa esbelta y sentida, para componer un relato opresivo y lacerante sobre Lastochka, cría huérfana a la que explotan para que recoja botellas por las calles: «Apiladas en botelleros de metal hasta el techo, con el roce de la luz las botellas cobraban vida. Sus colores simples se mezclaban, nacían otros inesperados […] Mi jardín de vidrio». Una protagonista que busca desesperadamente la belleza en los ambientes más sórdidos y violentos de un hostil submundo poblado de hombres ebrios, mientras toma conciencia de su condición servil: «Limpiar, cocinar, acostarse: eso tenía que saber una mujer». Con su lucidez fuera de lo común y una fuerza arrolladora en la escritura, Ţîbuleac expone también las lesiones políticas de su país en tiempos del derrumbe de la Unión Soviética, una suerte de Frankenstein con retales de cultura rumana y rusa. En ese camino emprende una exploración de los jardines de la memoria, sus zonas umbrías y los peligros de no saber encontrar la salida que la emparenta con la húngara Agota Kristoff, otra autora del Este que aborda la identidad a través del lenguaje como sinónimo de supervivencia. Ţîbuleac no esconde su intención de llevarnos a tan vertiginosa posición: «Quiero que cuando el lector lo lea esté conmigo al borde del precipicio». Y vaya si lo estamos.

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