Horas críticas

Recuerdos de un hippie convencido

Serie Gong publica el primer volumen de las memorias de Javier García-Pelayo, descubridor de algunas de las bandas españolas de rock más relevantes de los años 70. Un relato orgulloso de su incorrección y que, a su particular modo, hace crónica de aquellos días de música, grifa y momentos extáticos.

Serie Gong es el nuevo proyecto editorial independiente de ese explorador, acometedor de hazañas, que responde al nombre de Gonzalo García-Pelayo. Un nombre que irremediablemente remite al legendario sello musical que fundó en 1974 para la discográfica Movieplay, en el que floreció lo más granado del rock andaluz en aquella gloriosa época. Mucho tiene que ver con esa experiencia uno de los primeros libros que ha editado, las memorias que de esos días ha escrito su hermano menor Javier García-Pelayo bajo el título Sobre la marcha (Vol. 1). Un título que, como explicaba Gonzalo en entrevista para Jot Down, “lo dice todo”. En efecto, una de las cosas que llaman la atención nada más hojear el libro es la proliferación de erratas en el texto, que se deben a una deliberada ausencia de corrección.

Si nos ponemos metafóricos, esa incorrección es la que domina el manuscrito entero, pero sobre todo, esa decisión editorial inusual y arriesgada puede leerse como señal inequívoca de respeto a la autenticidad del mismo. Que es decir la de Javier García-Pelayo, quien reveló y representó a las bandas de música más subterráneas y enraizadas de los años 70 en nuestro país, además de ser cómplice —como actor y productor— del Gonzalo cineasta y partícipe, más tarde, de ese asalto a los casinos que llevó a cabo su familia. Como en su vida, en este libro de honestidad salvaje, que se quita las vergüenzas de un plumazo, nada es convencional.

Desde su propio aspecto, con esa loquísima portada, a la profusión de ilustraciones, recortes de prensa y fotografías, algunas de ellas del ámbito familiar más íntimo, pasando por la inclusión de enlaces de YouTube (en los que obviamente uno no puede hacer clic, aunque quiera) y de documentos impagables como la carta con la que solicitó el papado a la Iglesia de Roma (sic). Un libro que comienza con una dedicatoria “a la Humanidad” y una cita nada casual del poema La pipa de Kif, de Valle-Inclán, ha de ser por fuerza un libro diferente y con conciencia de serlo. Hay conciencia aquí, sin duda, y esa otra lucha contra la dictadura que acaso no fue exactamente política, pero que en realidad lo fue y mucho.

Javier García-Pelayo junto a Gonzalo, en el rodaje de «Alegrías de Cádiz» (2013).

“A base de memoria llegué a ser voluntarioso”, escribe en su arranque Javier, que pronto descubre la rebeldía del decir NO con una incontenible rabia. Su búsqueda de la libertad y del placer (en paralelo) en aquellas décadas de movimientos contraculturales no iba de la mano de un discurso social explícito, pero en este libro se defiende sobre todo con ideas —osadas, valientes, transformadoras— y una encendida imaginación. De ahí que Sobre la marcha ayude a entender mejor la España de entonces, el mundo de entonces, pero sobre todo su mundo. Porque como en todo libro de memorias aquí se narra todo desde dentro, y en este caso eso también equivale a decir desde los márgenes.

No se dejen engañar por esas primeras páginas disfrazadas de tratado filosófico o cosmológico. El verdadero meollo se halla en lo vivencial, en las historietas y los enredos reveladores de un tiempo irrepetible. “Ya tengo para formar un equipo de fútbol”, dijo su padre cuando nació, en 1951; con banquillo, habría que añadir, ya que Javier fue el último de 16 hermanos. Y aunque a punto estuvieron de morir él y su madre en el lance, el que se marchó poco antes de que él cumpliera su primer año de vida fue su padre. De su Madrid natal pasó luego a un pueblo de Badajoz (Fuente del Maestre) y ya con ocho años a Sevilla, adonde arribó “educadito pero asalvajao”.

Entre sus correrías, narra su primer viaje (tripi) y cómo en su colocón se obsesiona por distinguir mentira y verdad; síntoma de sus legítimas inquietudes

De su infancia apenas hay recuerdos de aquello que más tarde le cambiaría la vida para siempre: la música. No fue hasta el icónico 1968 cuando empezó a relacionarse con ella a través de su hermano Gonzalo, quien por entonces “se había rebotado contra el sistema” y abrió su primer disco-club. Allí ya actuó alguna vez Silvio junto a los Gong, y con ellos descubrió la marihuana; menudo invento, otro de los fundamentos de su devenir posterior. Hace bien el autor en recordarnos que por entonces ni siquiera existía el derecho de reunión, mientras que en aquel local se agolpaban jóvenes contestatarios y burgueses en torno a lo que el rock despertaba en ellos.

“Me hice grifota y pasé de beatnik aficionado a hippie convencido”, cuenta García-Pelayo. Ahí sí que empezó a empaparse de toda la música de la época, y qué época. También del amor, que define como “la gran probabilidad de que todo exista”. Comenzó a juntarse con otros músicos como Jesús de la Rosa, Gualberto y los Smash, de los que pronto se haría mánager. “Todos sabíamos que en las canciones había un nuevo mundo, unas nuevas propuestas de vida, que eran posibles y mejores que la mierda existente […] Éramos voluntariamente irresponsables. No queríamos ser responsables de un mundo de mierda, guerras y mentiras […] Queríamos un mundo nuevo y lo íbamos a vivir a nuestro aire, sin pedir permiso, sin discutir. Haciéndolo”.

Javier llevado a hombros por sus hermanos Ramón, Jorge y Gonzalo, en 1974.

Una cosa se puede decir del estilo literario de Javier García-Pelayo sin miedo a equivocarnos: es entreramente suyo. Carece de pretensiones, pero aspira a alcanzar lo más parecido a la verdad, algo muy loable en cualquier escritor. Y a quien se pregunte por sus influencias, él mismo lo deja claro en uno de los pasajes de este título: “He descubierto que el autor más profundo y que más me gusta es uno que se llama Anónimo y que lleva desde el principio de la Historia aportando cultura en diferentes idiomas y épocas”. Asunto zanjado, pues.

Entre sus correrías, narra su primer viaje (tripi) y cómo en su colocón se obsesiona por distinguir entre la mentira y la verdad. Un síntoma de sus legítimas inquietudes. De ahí también derivará su primera vez en el calabozo: “Hagan cuenta de cuántos conocidos suyos o famosos cayeron presos por consumo desde el 70 al 75. Pensé que era culpa de Franco, pero era culpa de Rockefeller y su instrumento: Nixon y su guerra contra las drogas”. Era la época de bajarse al moro, pero también de la nueva ley de Peligrosidad Social.

Gonzalo (1) y Javier (3), junto a Carlos Puebla y Los Tradicionales, 1976.

Otro mítico viaje —este de carácter físico— es el que hizo en furgoneta a Madrid con Smash, siendo aún un grupo semidesconocido, donde actuarían cada tarde durante una semana. En ese contexto surge el célebre Manifiesto de lo borde firmado junto al psicodélico grupo sevillano: “Nuestra ruptura quería ser total en fondo, en formas y hasta en referencias”. El problema llegaría más tarde, con el desencuentro entre la industria musical y los grupos nacidos de aquella efervescencia. Es tajante García-Pelayo a ese respecto: “La industria discográfica es la única que se ha autoarruinado. Ha eliminado verdaderos artistas populares comprometidos y difíciles de manejar por los triunfitos enamorados del mundo entero”.

En capítulos sucesivos asistimos a sus vaivenes en busca de una profesión nunca encontrada, quizá nunca querida. Portero de whiskería, vendedor de enciclopedias… etapas que no ocultan su condición de intrigante sin vocación o vacilón, como él mismo se define. Constantemente habla de llegar al SER, en un flujo de conciencia que va de lo místico a lo chamánico. Su única meta es la del ahora, el sexo y la música: “Me gustaba estar en momentos extáticos”. Javier simplemente quería vivir cerca de aquellos creadores, los que le daban sentido al deambular por la vida. Y empezó a hacer muchas cosas en ese entorno, como productor, programador y representante de grupos.

Imagen del festival de 15 horas de pop y rock en Burgos, y portada del día siguiente, 1975.

Así fue como llegó a Triana, Burning, Medina Azahara, Alameda y tantos otros, con los que obtuvo varios números uno, discos de oro y actuaciones que se contaban por llenos. También propició giras de rupturistas folkloristas hispanoamericanos como Carlos Puebla y Los Tradicionales, Quilapayún o Inti Illimani. Incluso llegó a coorganizar, en 1975, el llamado Woodstock español, un festival de 15 horas en Burgos que provocaría el siguiente titular en la prensa: “Nos ha invadido la cochambre”. Es difícil aspirar a más que a lograr ese titular. Y sin embargo, a Javier le quedaba aún mucho por hacer.

Este primer volumen de sus memorias se detiene a finales de los 80, en el momento en que estrena paternidad junto a su pareja, mientras su hermano Gonzalo empieza a interesarse por el tema de los casinos. Pero Javier prefiere dejarlo ahí, por el momento: “Como tengo 69 años y vamos por cuando tenía 37…”, recuerda en las últimas líneas. Y nos deja con ganas de leer la continuación del relato de las descacharrantes aventuras y desventuras de este vividor (en sentido literal, de viviente) pleno.

 


Sobre la marcha (Vol. 1)
Javier García-Pelayo
Ediciones Atlantis — Serie Gong
386 páginas
19 euros

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