Crónicas desorbitadas

Al calor del amor en una sala de conciertos

Un recorrido sentimental a través de 25 momentos de música en directo desde la silenciosa nueva normalidad

El 14 de abril, finalizaba mi artículo Crónica de un mes de confinamiento en 20 canciones con reflexiones en este plan: “Parece que esta cultura confinada se ha convertido, parafraseando aquel hashtag del Primavera Sound, en la nueva normalidad. ¿Preferiremos consumir la música desde nuestra pantalla en una especie de síndrome de Estocolmo o del Ángel Exterminador? ¿Volveremos a asistir a conciertos con su público, sus pogos, sus magreos, sus katxis de cerveza rulando entre la gente?”. En realidad, aquella anticipación del futuro no pretendía ser tan profética, sino una reflexión a bocajarro sobre una distopía que, obviamente, esperaba que no llegase a suceder nunca.

Estamos a mediados de diciembre, y lo que predecía la Nueva Normalidad —algo que escribí sin saber que el mismo lenguaje gubernamental iba a acuñar esa misma expresión días después— es ya una vieja normalidad. Aquellas preguntas parecen darse por asumidas. Al menos, de momento. Pero, cuando ese momento pase…. ¿no será demasiado tarde? En lo que concierne al mundo de la música, son numerosos los sectores que se están movilizando para alertar sobre ello: desde colectivos creados específicamente como #alertaroja hasta diversas asociaciones de músicos o las salas de conciertos. Varias de ellas idearon una acción, #elúltimoconcierto, para apuntar que se encuentran en peligro de extinción si nadie hace nada por remediarlo. En este manifiesto lo explican muy bien. De él, me gustaría destacar la constatación de que la pandemia solo ha acelerado un fenómeno que ya se estaba dando en los centros de las grandes ciudades, paralelo al Caballo de Atila gentrificador. “La situación de crisis general y la precariedad económica en la que ya se encuentran muchas salas está haciendo aflorar ofertas de fondos de inversión buitre dispuestos a comprar licencias a bajo precio con una clara intención de especular y generar otro tipo de actividades, mucho más rentables que la música en vivo y la programación artística, hecho que puede contribuir a dejar el territorio sin algunos espacios culturales esenciales para el nacimiento y la evolución de la carrera de los artistas locales”, reza el manifiesto.

«La pandemia solo ha acelerado un fenómeno que ya se estaba dando en los centros de las grandes ciudades, paralelo al Caballo de Atila gentrificador»

Gran parte de los momentos más intensos, interesantes y enriquecedores de mi vida han ocurrido en salas de conciertos. Creo que a muchos de vosotros, queridos lectores, os sucede lo mismo. Sin ánimo de darle un tono elegiaco, sino de celebrar lo vivido y hacer fuerza porque nada de esto desaparezca, he decidido practicar un poco de memoria sentimental con los relatos, estrictamente egocéntricos, de 25 momentos asociados a locales de todo el país (si predomina Madrid no es por centralismo, sino por tratarse de la ciudad donde he vivido los 20 años más musiqueros de mi vida).

 

Razzmatazz (Barcelona). Saint Etienne. 14 de diciembre de 2002.

Era el Wintercase, un gigantesco festival itinerante por salas de varias localidades españolas. Aunque por Madrid también pasaba, yo decidí verlos en dos ciudades diferentes, ya que The Delgados (que acaban de sacar el Hate y yo estaba muy flipado con ese disco) solo tocaban en Barcelona. El caso es que Álvaro, César y el Pitru, mis amigos de la capital, se fueron a verlo todo a la Ciudad Condal. El finde quedé con ellos (me llevaban ya bastante recorrido de ventaja) y nos encantó la Razzmatazz, con su enormidad, todas sus salas y espacios… ¡Parecía una ciudad de la música! Saint Etienne ofreció un concierto brillantísimo por su austeridad electropop, pero lo que yo más recuerdo fue la Razzmatazz. Era mi primera vez allí, aunque a punto había estado de ir alrededor de 1996, cuando fui con mi amigo Xavi a un encuentro de fanzines y allí tocaba Suede. Entonces era aún la legendaria Zeleste. Llegamos a la puerta pero no había entradas. No era el mítico concierto de Dog Man Star con los Manic Street Preachers teloneándolos con The Holy Bible, ya era la presentación de Coming Up, pero me jodió igualmente. El caso es que, al finalizar el concierto de Saint Etienne, la primera canción que sonó fue Do You Remember The First Time? de Pulp. Los cuatro amigos estábamos en pleno subidón de euforia y sobre nosotros cayó una nube de purpurina que acrecentó nuestra celebración de la amistad y del amor a la música. Álvaro, que es el menos fan de Pulp de todos, se acaba de tatuar el título de la canción en el brazo, y pretende que los cuatro lo hagamos.

Playa Club (A Coruña). Los Planetas. 5 de enero de 1995.
Sí, recuerdo la primera vez. Mi primer concierto en una sala fue en el Playa Club de A Coruña: BB Sin Sed en algún momento de 1991. En los inicios de los 90 me movía con mucha gente que hacía fanzines. En el Playa teníamos la costumbre de, el viernes que había un concierto, ir a media tarde a comprar la entrada, colarse en la prueba de sonido del grupo que fuera a tocar pertrechados de grabadora y bloc y, en el momento oportuno, entrarles a los músicos para que nos diesen una entrevista, sin previo aviso. Casi siempre aceptaban y, de hecho, cuando empecé a trabajar profesionalmente pensaba que las cosas eran así naturalmente, no había que pactarlas con sus agencias de promo ni nada de eso. El caso es que, de esa guisa, hice mis primeras entrevistas para el fanzine Feedback junto a mi colega Javi Becerra (que ahora escribe en La Voz de Galicia): Surfin’ Bichos y 091, ambas en el 92. En el 95 andaba yo ya planeando editar mi propio fanzine, que se iba a llamar El Vómito de las Ninfas (pido perdón por el nombre). Así que, cuando vinieron Los Planetas a presentar su debut, Súper 8, me aventuré en solitario a hacer la misma operación de siempre… y volví con la que iba a ser la primera de muchas entrevistas a J y Florent (en aquel entonces, también a May y Paco). El concierto fue imborrable: apenas un centenar de personas y la banda refulgiendo en plena juventud. J con camiseta de RCA, Pegado a ti en la única vez que creo que la escuché en directo, versiones de Where’s Bill Grundy Now (TV Personalities), Denise (Blondie) y I Wanna Be Your Boyfriend (Ramones)… Sigo recordando aquella primera vez para tantas cosas.

La Riviera (Madrid). The Cure. 27 y 28 de marzo de 2000.


La Riviera era la sala de los conciertos tochos en Madrid. Un poco desangelada y fría, famosa por su infame sonido, y con una enorme palmera que tapaba buena parte de la visibilidad. Pero era el peaje que tenías que pagar si querías ver a Beck, a Primal Scream o a Nick Cave. The Cure se supone que era un grupo más grande que los que iban a La Riviera: siempre vinieron a pabellones o plazas de toros, pero en aquella gira -a pesar de que habilitaron una segunda noche porque las entradas de la primera las agotaron pronto- estaban en horas bajas. Tanto, que hasta dos años antes habían tocado gratis en Coruña y yo había preferido ir al FIB a ver a Björk y PJ Harvey por un pastizal. Creo que Robert Smith había llegado a anunciar la disolución del grupo antes de publicar Bloodflowers, que ahora es un álbum medio olvidado pero entonces los fans lo celebramos como un retorno a su esplendor siniestro tras varios años dando tumbos. Ellos lo celebraron de modo similar, pues ofrecieron los conciertos más oscuros que les he visto nunca. La primera noche, que cubrí para Diario 16, flipé por colores porque incluso eludieron los hits, y los cambiaron por las primeras interpretaciones en años de Siamese Twins, All Cats Are Grey, The Drowning Man y así. La segunda noche, hubo dos concesiones: Inbetween Days y Just Like Heaven, que sonaron a gloria entre tanta intensidad tenebrosa. Recuperé la fe en los Cure, volvió a ser mi grupo favorito del mundo y titulé la crónica del diario como Cielo negro con 5 estrellas y comentarios superlativos.

Moby Dick (Madrid). The Go-Betweens. 24 de julio de 2000.
Siempre valían la pena los viajes en metro a Moby Dick. Estaba lejos de todo menos de la redacción de Diario 16, donde trabajé entre el 99 y el 2001, convirtiéndose en el lugar perfecto para ir a tomarse unas copas tras los cierres duros. Antes de su reforma, era un local inigualable, con mucha madera, una ballena presidiendo el escenario y muchos motivos marítimos y de pesca. Parte de la decoración fue destrozada por The Horrors en su primer concierto en la capital, aún recordado, como tantos otros históricos que viví: la primera vez de los Libertines, la primera de The National (ante yo creo que menos de un centenar de personas, como la primera de Death Cab For Cutie), The Church en un inolvidable semieléctrico -acabé buscando una entrevista para terminar en el camerino con Kilbey y Wilson-Piper-, los superlativos directos de Lisabö y Anari, la despedida de Aina, el mejor con diferencia que vi de M83, Black Rebel Motorcycle Club en su momento de mayor gloria y tantos otros. Sin embargo, me quedo de largo con el de The Go-Betweens. Los australianos volvían a la vida tras más de una década de silencio, entrevisté a Robert Forster y Grant McLennan en un pequeño hotel en la zona de Ópera y, por la noche, ofrecieron un acústico ellos dos realmente memorable. Por allí me encontré a Gonzalo, el orensano que hacía el fanzine Soy Tan Feliz Que Me Cortaría Las Venas, y así me sentí yo. Con el tiempo, volví a ver a los Go-Betweens unas cuantas veces más. La siguiente me indignó, porque iban de teloneros de Teenage Fanclub en el Aqualung (yo pensaba que debería haber sido al revés), pero me fui muy cómodamente a primera fila a ver un show aún mejor, ¡con Janet Weiss, de Sleater-Kinney, al bajo! Poco antes de irme de Madrid, cerré el círculo montando una entrevista-concierto acústico para mis sesiones Talking Pop en el pub Picnic con Robert Forster. Aún me resuenan esas líneas de Born To A Family que hice mías: “What could I do/ But follow this calling” y el recuerdo de Grant en las preguntas del público: Rosa, Sergio, Adrián y Clara, Blanca, César, Belén… Todos ellos han estado conmigo y con Forster y McLennan en alguno de esos momentos o en otros.

Apolo (Barcelona). Polak + Dar Ful Ful + Gasca. Año 2000.
Aquí hay cuatro puntos cardinales: la Sala Apolo, el Minifestival Pop, Marco y Xabi, Adorable. La Apolo la quise siempre conocer por lo bien que me hablaban de su historia, su arquitectura, su encanto, y la verdad es que me parecía un lujazo ver los conciertos allí. El Minifestival Pop (que, ojo, aún existe) es la labor de amor de Xavi y Carles, que también hacían los fanzines Miracles For Sale y Marca Acme, y justo aquel año decidieron llevar a Dar Ful Ful. A ellos, Marco y Xabi, los conocí por separado en Coruña un par de años antes y, por arte de birlibirloque, los presenté entre ellos y acabaron formando un grupo que fue la primera piedra importante del indie gallego (no, si os dicen que fueron Los Piratas, es mentira. Los Piratas nunca fue indie, fue una bazofia). Creo que aquel fue el primer concierto que vi de ellos (no resultaron ser muchos, pero otro fue en un FIB y otro en un Primavera Sound). Polak era la banda de los hermanos Fijalkowski tras militar en Adorable, la única gran banda del shoegaze británico de los 90 que nunca regresó. En realidad, lo que hacía Polak era bastante inferior (ni rastro de aquellos himnos de guitarras saturadas y estribillos más grandes que la vida como Sunshine Smile o Glorious). Pero, en aquella época en que todavía me estaba iniciando en el periodismo profesional y aún no había conocido a casi ninguno de mis ídolos, pasear con ellos y con todos los citados por el Raval, hablando sobre la vida y las cosas, fue una experiencia iniciática bien bonita.

Caracol (Madrid). The Delgados. Año 2000.
The Delgados acababan de sacar The Great Eastern y estaban ya demarrando de entre mi pelotón de grupos favoritos (esto es un homenaje a Perico Delgado y a su álbum anterior), dispuestos a escalar grandes cumbres. La Caracol, con su altísimo techo y su también grandísimo escenario, siempre me pareció una sala como más amplia de lo que realmente era, tal vez por demasiado acostumbrado a lo angosto y abigarrado de los locales a los que solía ir. A ese acudí con Rafa Skam, también fan, y llegamos con facilidad a la primera fila porque no había demasiada gente. Creo recordar que los de Glasgow llevaban una mini sección de cuerdas con ellos, aunque con lo que más me quedé era con la botella de vino tinto que tenían en el escenario los dos vocalistas, y que les daba un plus de glamur diletante. Sonaron lujosos y, al tiempo, desaliñados como la zozobra de los temas sobre los que cantaban. Fue un concierto superlativo. Unos años después regresaron con el Hate a la misma sala, esa vez ya abarrotada, pero el recuerdo no es tan bueno. Fue la noche en que conocí a una persona que acabó siendo bastante tóxica en mi vida y cuyo nombre prefiero olvidar. All you need is hate? No. Otra anécdota para imprimir: alrededor de 2005, The Delgados tocaron en el Playa Club. Fue su último concierto en Europa antes de disolverse (por entonces, nadie lo sabía). En los pasillos, se me presentó David Bizarro, “soy el apoderado de Triángulo de Amor Bizarro” y me dio la maqueta del grupo con portada en papel de lija. El final y el principio de dos de los grupos de mi vida se cruzaban ante mí en un lugar del Playa coruñés que recuerdo perfectamente.

Mardi Gras (A Coruña). Astrud. 22 de marzo de 2002.
Al Mardi Gras, una pintoresca sala con decoración de saloon de Western, he ido muchas más veces a terminar la noche que a conciertos, aunque en todos los que estuve hubo algo especial. El primero fue uno de Nosoträsh, muy guay, presentando Mi vida en un fin de semana, y el segundo debió de ser este. Alberto y yo siempre fuimos muy fans de Astrud, y verlos en nuestra ciudad, en el epicentro de nuestras aventuras musicales nocturnas, resultó ser muy especial. La sala estaba abarrotada y nos tuvimos que colocar al final de todo. Manolo y Genís estuvieron muy sembrados, como siempre, en plena apoteosis del Gran Fuerza, y estoy completamente seguro de que en el Patachim, después, sonó La boda y alguna más. El “Pata” merecería otro artículo por sí mismo, pero… ¿No echáis de menos a Astrud, por cierto?

Siroco (Madrid). Standstill. Algún momento de 2002.
Conocí a Mieko en un concierto en Aqualung, de Luna con La Habitación Roja, en junio de 2001. Ambos estábamos solos, así que ella se sacudió la timidez y me vino a hablar. Me dijo, en muy buen español, que venía de Tokio e iba a estar un tiempo viviendo en Madrid, y aprendiendo nuestro idioma. Me preguntó si me gustaba La Casa Azul (!!!) y me dijo que quería conocer a alguien que le descubriese música española. Si no le dije “yo soy tu hombre”, le dije algo parecido. Durante un par de años, quedamos para ir a bastantes conciertos, justo antes de que ella se acabase convirtiendo en la compañera de piso de mi amigo Alberto, quien acababa también de venirse de Coruña a vivir un tiempo en la capital. Siroco, tras su reforma, se acabó convirtiendo en una cosa todavía mejor, pero al principio de mis años de Madrid lo vi como un minúsculo local en el que bajaba sus escaleras y descubría a grupos. En un principio lo recuerdo como un sitio al que iba a muchos conciertos de lo que entonces se llamaba emocore: desde A Room With A View hasta Madee. En 2002, Standstill acababa de ser elegido, con The Ionic Spell, mejor álbum nacional del año en Mondosonoro. Sin escucharlos ni nada, fui a verlos por curiosidad e invité a Mieko. Era el momento en que todavía cantaban en inglés. A ambos nos horrorizó. Unos años después, me hice muy fan de Standstill y les recuerdo conciertos memorables. También acabé yendo a Tokio y viendo allí un concierto de La Casa Azul con Mieko.

El Garaje de la Tía María (Murcia). Juniper Moon + Vacaciones. Mayo de 2003.
Con Álvaro y César fuimos varias veces a visitar al Pitru en cuanto se movió a Murcia. En uno de esos findes, aprovechamos para acercarnos a El Garaje de la Tía María, local muy acogedor de impagable estética psicodélica pop. Creo que el concierto estaba organizado por mi compañero Ángel Sopena, y tocaban unos amigos del indie local que, por entonces, estaban muy en boga, Vacaciones. Juniper Moon fue, probablemente, mi favorito de la hornada de grupos de punk pop ingenuista que por entonces estaba aflorando a través del sello Elefant Records. Eran vibrantes, ultramelódicos y deliciosamente amateur. No se les hizo mucho caso en su momento, pero a mí me encantaban. Hace unos años, a través de una entrevista fan de Kiko Amat en Rockdelux, me enteré de que se había convertido en un grupo de culto ultrareivindicado. En realidad, los recuerdos de aquella noche -nos hicimos amigos de Iván, que luego formó Linda Guilala– se atropella con los de otra en que, en compañía de nuestra amiga Pepa, estuvimos en la misma sala compartiendo cervezas con los de Camera Obscura y terminamos bailando muy contentos el Such Great Heights de Postal Service, sintiéndonos literalmente como en la canción.
Pachá (Madrid). R.E.M. 21 de octubre de 2003.

Bien saben los fans de R.E.M. que tardaron muchos años en tocar en España. No lo hicieron hasta 1995, en la gira del Monster. Fue uno de mis primeros conciertos al llegar a Madrid, en el estadio de La Peineta en el verano del 99 (¡con Hole!). También fue una de mis primeras entrevistas importantes, cuando volvieron, solo de promo, en 2001. Nos rotaban a un pequeño grupo de periodistas entre cada uno de los tres miembros del grupo (curiosa idea de Warner). Estábamos allí: primero venía Peter Buck, le preguntábamos, luego venía Mike Mills, le preguntábamos, luego venía Michael Stipe, le preguntábamos. Mi corazón de fan palpitó como pocas veces ha vuelto a hacer. En el 2003 regresaron (¡otra vez!) y los volví a entrevistar, entonces presentando un recopilatorio de grandes éxitos. Pero lo mejor de todo es que ofrecieron un concierto en sala, solo para invitados, creo que organizado por los 40 Principales. Ahora que lo pienso, todo esto seguro que le daría por culo al fan adolescente de los R.E.M mega alternativos de los 80. Pero, amigos, verlos en la compañía de Pepa, tan de cerca, tocando un temazo tras otro, fue la máxima felicidad.

El Sol (Madrid). Ilegales. 2003 ó 2004.
Era llegar a la puerta y ver a los mismos porteros, noche tras noche, toda la vida. Bajar aquellas escaleras en ligero círculo con la adrenalina típica de no saber qué pasará, qué misterio habrá, si podría ser una gran noche. Pasar las cortinas, sortear al público y llegar a la otra barra, la del fondo a la izquierda. Colocar la chupa en algún lugar visible y adentrarte hacia donde pudieses ver el escenario. La primera vez pudo haber sido con Patrullero Mancuso o Automatics, no recuerdo bien. Mala Rodríguez, Astrud, Hidrogenesse, The Strokes, Divine Comedy, Planetas, Lagartija Nick, Loquillo, Christina Rosenvinge, Half Japanese, Triángulo, Cooper, Brighton 64, Nacho Vegas, Buzzcocks, Ana Curra, Kokoscha. Aviador Dro. Disco Las Palmeras! Se me agolpan los recuerdos, canciones y personas concretas en cada lugar de la sala, los tropiezos, las idas y venidas a por cervezas. Tengo que quedarme con un concierto y me quedo con la primera de las muchas veces que vi a Ilegales. Su ex bajista, Willy Vijande, en la mesa de sonido. Tres noches consecutivas tocando en mi sala favorita de Madrid (hala, ya lo he dicho), la que más veces visité, un soberano mamporro de rock en tu cara. Jorge, en su papel: “¡Un pañuelo, me cago en Dios, que alguien me dé un pañuelo! ¡No pasa nada, estos mocos son buenos, son de coca!”. Casi tres horas de concierto o así. Tiempos nuevos, tiempos salvajes. “Joder, es que tocamos de puta madre, ¿eh?”. Y, al final, Destruye, pogo salvajísimo. Yo, mirando desde el fondo, con fascinación pero sin meterme ahí ni de coña.

O Náutico de San Vicente do Mar (O Grove, Pontevedra). Nadadora + Apenino. 26 de agosto de 2006.
Durante años me hablaron maravillas de la movida de O Grove, una especie de ínsula indie en Galicia cuando en Galicia apenas existía el indie. Tanto Nadadora como Apenino fueron pioneros de aquel estilo por allí y, claro, sintonizamos inmediatamente, tanto por afinidad musical como -más importante- amistad personal. Gracias a Sara y Gon de Nadadora conocí el Náutico, un lugar paradisíaco de madera y mar donde, dicen, el trato a los músicos es más gratificante de lo habitual. Puede que no necesite contar más porque hasta se ha hecho un documental sobre ese local. El caso es que, una tarde de verano allí me acerqué con mi amigo Calros, galego de Cangas entonces afincado en Madrid. Del concierto apenas me acuerdo, pero todo lo que lo rodeó fue muy especial, como una reunión de una gran familia de amigos festejando un momento especial sin ser, tal vez, conscientes de ello.

Galileo Galilei (Madrid). Joanna Newsom. 5 de mayo de 2007.
La Galileo Galilei es una sala con un aura mítica. Lo definieron bien las componentes de Pauline en la Playa cuando dijeron: “Nos sentimos privilegiadas de pisar el mismo escenario que Faemino y Cansado”. Mi primer “bolo” allí fue precisamente de Faemino y Cansado, pero para los conciertos propiamente musicales me ponía muy nervioso que hubiese mesas y sillas por todas partes. Por eso fue una gran idea cuando Nacho Gallego y otros socios pusieron en marcha el Neu! Club. Trajeron a la sala, durante los años en que aquella Arcadia duró, un puñado de conciertos de altísimo nivel, con el público de pie y un sonido, trato y visibilidad exquisitos. Recuerdo ver por allí a Go-Kart Mozart, Low, Xiu Xiu, Bowerbirds y, por primera vez, a Joanna Newsom. La californiana acababa de ser disco del año en Rockdelux con Ys. y era ya una de las figuras más relevantes de la música contemporánea internacional, trascendiendo los límites de aquella escena neo folk (la New Weird America la llamaban algunos) en la que se había forjado. Fue una verdadera delicia verla tan de cerca (¡primera fila!) con su arpa y su sensacional voz, irradiando carisma… Aunque, en sentido estricto, no era la primera vez que la veíamos. Unos años antes, había tocado el teclado en el escenario de Moby Dick, como parte de la banda de Smog, de su entonces pareja Bill Callahan.

Nasti (Madrid). Darren Hayman & Jack Hayter + The Wave Pictures play the songs of Hefner. 13 de diciembre de 2008.
A mediados de los 90, en una excursión con los compañeros de Sociología, visité por primera vez la sala Maravillas. Me decepcionó ver que el gran santuario del indie español era un local tan pequeño, con un escenario casi a ras del suelo por delante del cual pasaba la gente si quería ir al baño. ¿En serio ahí habían tocado Stereolab? Cuando me fui a vivir a Madrid, en el 99, pillé una mala época: reinaba aquello del tontipop y la mayor parte de conciertos que vi allí fue deleznable. Luego se convirtió en el Nasti y, la verdad, me concedió bastantes noches memorables. Pero este concierto fue como a las 5 de la tarde. Era el Primavera Club, el primero de los dos que cercenó el gobierno local del PP. El segundo fue pagando el pato por lo del Madrid Arena y aquel, el primero, porque habían matado al hijo de Alfonso Ussía en la discoteca pija del Balcón de Rosales. El caso es que, para contrarrestar el revuelo mediático, aquel fin de semana decidieron restringir los aforos de las salas de conciertos a un nivel como no se recordaba en la era pre-pandemia. Aunque tuvieses el abono del festival, fue imposible conseguir entrada para el concierto en que Darren Hayman y Jack Hayter iban a interpretar el repertorio de los mayúsculos Hefner, acompañados de sus herederos más aventajados, The Wave Pictures. César y yo éramos muy fans. Aquel sábado era el Tracatañazo, una comida prenavideña que un amplio grupo de amigos solíamos hacer cada año, y cuyo nombre ya indica un poco por dónde acababan yendo los tiros. No sé cómo demonios lo consiguió César. Bueno, sí, llamando a Roberto y pidiéndole el favor. Poco después, allí estábamos los dos, ciegos como ratas, en la esquina de atrás del escenario, a ras del mismo, cantando a gritos y bailando todas aquellas grandes canciones, rebosantes de júbilo.

Café Antzokia (Bilbao). Evan Dando y Chris Brokaw. 21 de noviembre de 2009.
No sé cómo surgió la idea, pero el caso es que a alguien se le ocurrió montar una excursión desde Madrid para ir a ver a The Pains Of Being Pure At Heart y a Atlas Sound en una sala un poco desangelada en un polígono industrial de Bilbao. Muchos no conocíamos aún entonces la capital vizcaína y nos pareció un buen plan de finde. Lo de ir al concierto de Evan Dando y Chris Brokaw era más por ver un bolo en el Antzokia (lugar del que me habían hablado maravillas) que por el concierto en sí. La sala, claro, nos flipó por su encanto, comodidad, acústica y visibilidad. Dando y Brokaw tocaron temas solos en acústico y otros a dúo, y fue de esas noches que pueden terminar deslavazadas pero donde la magia fluye. Al líder de The Lemonheads le he visto conciertos buenos, malos y regulares, pero diría que este fue el mejor. Cada vez que cantaba Confetti, Into My Arms o My Drug Buddy, fuera en el formato que fuera, las fibras emocionales se me removían mucho. Aquella noche, me las removieron muchísimo.

Porta Caeli/ LAVA (Valladolid). Daniel Johnston. 21 de abril de 2012.


Me llevé una enorme sorpresa cuando entré en casa de Verónica y, en un corcho en su habitación, tenía una foto con Aldo y conmigo. Me congratuló ver que me había hecho parte de su vida sin haberme dado cuenta. Vero me había abordado unos años antes para ir como jurado a un concurso de nuevas bandas de un periódico local, algo que nunca había hecho y me hacía gracia. Así que, durante unos cuantos viernes, Aldo y yo cogíamos el AVE a Valladolid y veíamos a grupos en la sala Porta Caeli. Aldo siempre les preguntaba lo mismo, en plan colega: “¿Cómo os sentísteis encima del escenario?”. Gracias a aquello no solo se tejió una gran amistad, sino que me enamoré de Valladolid y sus gentes, me deshice de prejuicios y comprobé de primera mano cómo era la labor de unos dinamizadores culturales como el Colectivo Laika. Regresé varias veces, una de ellas para asistir al Véral, festival organizado por ellos, con la también superlativa compañía de Toni, que se define como el único andaluz soso pero es mentira. Todos los recuerdos que guardo de los conciertos que vi allí son excelentes, pero me quedó con el de Daniel Johnston, con toda su fragilidad y conflicto, y cuyo cancionero fue sostenido y engrandecido por una banda valenciana con componentes de Betunizer y el ubicuo Xavi Muñoz. Fue inolvidable.

Sala Óxido (Guadalajara). Triángulo de Amor Bizarro + TourmaleT. 10 de noviembre de 2012.
Siempre llevo en el corazón a mi amiga Isa y a los chicos de TourmaleT, un grupo alcarreño temporalmente disuelto al que vi nacer, crecer y con quienes compartí grandes momentos. Este fue uno de los mejores. Tocaban en un festival de un día llamado Qubo Fucking Fest, en la sala Óxido, una sala industrial reconvertida, con varios ambientes y donde fluía la electricidad. Y en el corazón también, claro, a Triángulo, un grupo al que siempre me he sentido muy unido. Los citados nos fuimos inmediatamente al frente y nos pasamos todo el concierto montando pogos. Pero casi fue mejor después en el camerino. Nos pasamos allí el bolo entero de Corizonas, y la estampa que se me quedó más marcada fue el ver a la otra Isa, la de TAB, rodeada de un grupo de chicas jóvenes, y soltándoles una retahíla de consignas empoderadoras que ríete tú de Kathleen Hannah.

El Juglar (Madrid). El Último Vecino + El Pardo + Violeta Vil. 20 y 21 de septiembre de 2013.
El Juglar siempre fue un satisfactorio reducto underground en el barrio de Lavapiés, local minúsculo al que acudir para descubrir nuevas bandas a precios asequibles. Allí vi, por ejemplo, a las Charades de Isa Aries muy al principio de su carrera, y casi vi a Hello Cuca, Detergente y Bananas si Alberto y yo no nos hubiésemos entretenido antes fumando canutos en mi casa (¡qué idiotas!). En aquella doble noche organizada por Madrid Radical, un colectivo de chicas muy activo y con muy buen olfato, me flipé al ver que había una novísima escena indie de la que estaban saliendo grupos que, por aquel entonces, me volaron la cabeza. A El Pardo siempre los comparé como el cruce perfecto entre La Polla Records y The Fall, aunque su deriva en los últimos años me acabó haciendo perder el interés. Violeta Vil molaban mil, con un rollo entre post punk y tropical (Lápidas y cocoteros se llama uno de sus discos) cargado de intensidad e imaginación, como los Radio Futura de Semilla Negra feminizados y llevados a una nueva dimensión y con mucha imagen. Y El Último Vecino lo que actualizaba era a El Último de la Fila (de hecho, tomaban sin sonrojo partes de sus letras y versionaban a Los Burros) pero reimaginándolos en un lugar de los 80 en que pudiesen sonar como los Smiths o así, con el punto extra de carisma que ponía su magnético cantante. Era 2013 y, ¡joder!, volvía a sentirme joven otra vez. Otro cambio de ciclo. Nuevas ilusiones.

Fotomatón (Madrid). Biznaga. 23 de noviembre de 2013.
Me decía Rosa que si Juventud Juché me gustaban tanto me tenía que gustar Biznaga. Escuché su primer EP y así fue. Adalides de la nada me parecía un clásico instantáneo, quizás el mejor tema de punk en castellano en muchos años. Ella había organizado su concierto en el Fotomatón (compartido con el ahora olvidado Miguelito Nubesnegras). Estábamos empezando a salir juntos, así que todo encajaba para que fuera la gran noche que fue. Formé parte, durante muchos años, del mobiliario humano del “Foto”, prácticamente mi segunda casa: un garito muy pequeño, con el pasillo para ir al baño al lado izquierdo del escenario. Allí pinchamos decenas de veces, celebramos cumpleaños y otras cosas y también tuve conversaciones de late night más o menos memorables con músicos y otras gentes del musiqueo, muchas veces previa visita al karaoke de los Mostenses. Esa noche, el Foto estaba abarrotado, y el concierto de Biznaga, comenzando a despuntar antes de publicar su primer álbum, los mostró en verdadero estado de gracia: inteligentes, rabiosos y muy intensos.

Planta Baja (Granada). Él Mató A Un Policía Motorizado. 16 de mayo de 2014.
La primera vez que fui al Planta Baja fue en 1995. Los de la Facultad montamos una excursión en autobús desde Coruña a Granada para ir al congreso nacional de Sociología. Era una excusa, claro, ya que el congreso apenas lo pisamos. Del Planta recuerdo bailar como un poseso el Violet de Hole y que me mangaron una chupa vaquera a la que tenía gran apego. Tardé casi 20 años en volver, invitado por mis amigos de Discos Bora-Bora, que nos organizaron, a César, Álvaro y a mí, una pinchada tras el concierto. Para mí fue un subidón tremendo pinchar en Granada, y tras fliparme poniendo temas de Planetas, Lagartija Nick, Morente, 091 y demás, Álvaro me hizo la coña de que la próxima vez en Madrid iba a tener que pinchar solo a grupos madrileños. Antes tocó el Policía Motorizado, el más granadino de los grupos argentinos, J se subió con ellos al escenario y, tras encaminarnos por el pasillo- caja del diablo que lo unía con la sala Polaroid, algunos amanecimos en la terraza de una casa viendo a J y el guitarra de los motorizados cantando canciones de ambos grupos.

Clamores (Madrid). The Manhattan Love Suicides. 7 de marzo de 2015.

La primera vez que hablé con Rosa fue en el Redrum, un local del que, durante varios años, fui también parte del mobiliario humano. Ella era entonces una de las organizadoras del Madrid Popfest y discutimos sobre su política de acreditaciones y mis prioridades profesionales de entonces. Nos caímos mal. Fatal, incluso, diría. Cuando Rosa y parte del equipo decidieron dar el relevo en el Popfest a una nueva generación de entusiastas voluntarios, ya estábamos viviendo juntos. El ambiente, a altas hora, al final de aquella edición del festival, era etílico y furibundo. Por ahí andaba yo con César mientras Rosa se encontraba entre bastidores, preparándose para pinchar después. Alguien me dijo que estaba por allí Ignacio de Valencia de La Dama Se Esconde (Javi, de Ama, que también tocaban, es su cuñado) y nos fuimos a darle la brasa en plan fans. The Manhattan Love Suicides, una banda de Leeds que merece más renombre del que tienen, cerraban con un concierto que fue rápido, sucio y ruidoso. Solo recuerdo estar en medio de un pogo interminable, asomando entre cabezas como quien la saca del mar porque no le quedan más fuerzas para nadar y está a punto de ahogarse. Terminamos un montón de gente de after en la casa de Rosa y mía. Seguro que algún día Lois, nuestro hijo, nos dice que ya está bien de que le contemos esta historia una vez más.

Joy Eslava (Madrid). Purity Ring + Empress Of. 14 de noviembre de 2015.
Antes de que alguien decidiese dinamizarla como sala de conciertos, Joy Eslava era la típica discoteca pija del centro de Madrid. Una vez, junto a mi compañero Pablo Carballo de Diario 16, nos acercamos a la puerta preguntando por Bono. Sí, el de U2, no el político. La banda había venido a Madrid para los premios Amigo y el director nos pidió que les hiciésemos seguimiento en plan prensa amarilla. Justo cuando el portero nos dijo “aquí no está, iros de aquí, pelmazos”, vimos salir por la puerta a Bono y The Edge con la rubia de Ella Baila Sola y un séquito de guardaespaldas. Qué bajonazo para un fan de U2 como yo fui. Four jerks in a police escort. That’s funny!. El caso es que, años después, me encantaba ir a conciertos en la Joy. Durante mucho tiempo viví como a 5 minutos de allí, así que siempre era planazo. La sala era bastante incómoda si llegabas un poco tarde (no se veía ni torta), y me hacía gracia que, al final del concierto, siempre y sin excepción, hacían sonar The End de The Doors, lo cual me parecía hilarante y siempre pensé que era idea de Ambite, el de Los Pistones, que era el programador. Yo tenía mi rincón en la Joy: era la plataforma junto a la barra en el lado derecho del escenario. Allí justo donde, en el concierto de regreso de Surfin’ Bichos, salimos César y yo cantando Fuerte!!! a voz en grito según fuimos captados en el documental Buzos haciendo surf. Allí, en la Joy, vi también con Álvaro y con Adri mi último concierto antes de dejar Madrid: un final inigualable con Perfume Genius. Al de Purity Ring acudí solo. Era la noche posterior al atentado de la Bataclan en París. Fui con el corazón en un puño, desolado, triste, en aquella noche tan fría. Llegué pronto, me coloqué en mi esquina, mi atalaya particular, y percibí un sentimiento similar en la gente. Aquella noche no hablé con nadie. Simplemente dejé que la música me acariciara, me llegara. Y, una vez más, llegó para salvarme.

Ocho y Medio (Madrid). Bad Gyal + Ms Nina. 11 de mayo de 2017.

Hubo dos Ochoymedios. El primero, junto a la Gran Vía, fue de los locales “pioneros” en ser vendido para que lo sustituyera una tienda de una gran cadena de la moda. Antes de eso, por su escenario -y icónico su foso circular- había pasado Lady Gaga antes de ser famosa y multitud de grupos, casi siempre indies, durante muchos años y largas noches (eso los viernes, porque los sábados el local se transformaba en el Dark Hole, por mucho tiempo el local gótico por antonomasia en Madrid). Luego tomaron otra sala en la calle Barceló y ahí diversificaron público y se adaptaron a los nuevos tiempos. De la mano de Carolina, en una de sus incursiones desde Berlín, llegué así a mi primer concierto de “trap” -ya sé que es otra cosa, pero por hablar en grandes términos- y la primera sorpresa fue encontrarme a mucha más gente conocida entre el público de lo que esperaba. Eso sí, el ambiente era completamente diferente y me hizo dar cuenta de que los indies no sabíamos disfrutar. En el escenario había mandanga, sobre todo cuando Ms Nina empezó a subir a un montón de gente, guapa, fea, con culos flacos y gordos, a perrear sobre las tablas. Pero el espectáculo era de 360 grados, miraba a todas partes y no había lugar donde no hubiera alguien bailando, dándose el lote o haciendo algo hedonista. ¡De repente, hasta Carolina estaba subida a un sofá y haciendo la danza del vientre en sujetador! Tras darme cuenta de que había envejecido unos 30 años de repente, me extrapolé con la cabeza a Mánchester circa 1989, The Stone Roses cantando The past is yours but the future’s mine y los indies de la época pensando en vender sus guitarras para comprarse un 808 y un par de pirulas y prepararse para bailar hasta dentro de tres amaneceres.

Sala X (Sevilla). Bronquio Grupo X. 30 de noviembre de 2019.
Más o menos como habría dicho Chimo Bayo, no iba a salir y me lié. “Veo a Los Punsetes y Le Parody en el teatro Alameda y me vuelvo a casa”. Tito, que ha venido desde Coruña, me dice que me tome una, hombre, que somos dos del Castri en Sevilla y que hace años que no nos vemos. Luego me encuentro a Diego, que le estaba haciendo el sonido a Los Punsetes y Cariño. Diego me convence de irme al pasillo de la muerte: el que componen las salas X, Even y La Calle. Me tomo a Diego como excusa pero yo ya tengo el diablo dentro. Vamos a ver a Bronquio pero no podemos entrar porque está el aforo completo. Es el Monkey Week, y en el pasillo exterior que comunica las tres salas está TODO EL MUNDO. A partir de ahí mi recuerdo se emborrona: entrar de una sala, salir, entrar a la otra, confundirme las tres, no sé a qué grupos vi, pero hablé con un montón de gente que hacía tiempo que no veía y otra a la que puse cara por primera vez. Bronquio en el exterior. ¡Hola, Marta! Volver, tras muchos meses de vida monástica, al aluvión social. A la resaca. A la culpa, la gran culpa, del día siguiente.

Sala Malandar (Sevilla). Califato ¾. 9 de febrero de 2020.

Califato ¾, durante su actuación en la Sala Malandar de Sevilla (foto: Daniel Espada).

Después de años, y con una mudanza y una maternidad por en medio, decidimos que era el momento de que Rosa y yo pudiésemos volver por fin a un concierto juntos. Solo teníamos que organizarnos un poco, contratar a una niñera de confianza para esa noche. Yo acababa de entrevistar a Califato ¾ para Rockdelux y se les veía a punto de petarlo. Su concierto de debut en Sevilla se extendió a tres noches de llenazo por demanda popular. No es que la Malandar, inmejorablemente situada en la calle Torneo, fuese una sala súper grande pero lo era bastante. Qué sensación más guay, volver a una sala, pedirse una cerveza, estar departiendo antes de que el grupo salga. Curro, de resaca, se acerca a hablarnos y dice que ha venido a verlos una japonesa que va a salir con ellos en el Sónar, o algo así. También está entre sorprendido y divertido por una crítica que hicieron de su concierto anterior en el Diario de Sevilla poniéndolo fatal. En verdad, la celebración etílico-tóxica estaba por encima de la calidad de las interpretaciones, pero el público se encontraba en el mismo rollo y a nadie pareció importarle. En un momento, salió Dandy Piranha de los Derby Motoreta’s a cantar con ellos. Joder, qué bien me cae esta gente y qué bien ver que me voy a integrar por fin en los ambientes musiqueros sevillanos. Iba a ser el comienzo de tantas cosas… y fue nuestro último concierto antes de la pandemia. Ojalá no tarde el siguiente.

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