Horas críticas

El tiempo suspendido

Lumen rescata el brillante ensayo de Anne Carson «Eros dulce y amargo», donde la premio Princesa de Asturias se sumerge en la lírica del sentimiento y la métrica de su expresión. En él hablan la poeta, la filóloga y la amante sobre la naturaleza contradictoria del deseo

Intentar definir el amor es aventurarse a hacerlo, ¿cómo abarcar con la palabra lo que desborda los propios sentidos? ¿Dónde ponerle el acento a lo que constituye todo un misterio? Bécquer decía de él que es «un rayo de luna», uno de esos instantes cenitales que justifican toda búsqueda y cada espera. Robert Burton, por su parte, apuntaba a la distorsión de la realidad que consigo arrastra, siendo así «una especie de prestidigitación, un juego malabar, un truco de magia». Para Safo, sin embargo, el amor es una «bestezuela dulciamarga» —no agridulce, el orden importa—, y es este enfoque el que acoge Anne Carson en su brillante ensayo para hablarnos de lo que conforma el pan de la vida y también su negación.

Publicado por vez primera en 1986 y rescatado gracias al premio Princesa de Asturias que le ha sido recientemente concedido, el libro se sumerge a partes iguales en la lírica del sentimiento y en la métrica de su expresión. En él hablan la poeta, la filóloga de lenguas clásicas, pero también la amante, porque sólo quien haya amado, únicamente quien haya probado el deseo sabe de su naturaleza contradictoria, de ese vivir sin vivir en uno, ese «odi et amo» que tortura al que lo siente al tiempo que lo salva.

Eros es ausencia, nos dice Carson. Eros es carencia, hambre, lo contrario a saciedad. El deseo tiende al amado, y esta tensión conlleva de por sí una distancia, una separación entre amante y amado que aquel necesita superar. La geometría que conforman uno y otro no es la unidad —dos nunca es uno—, tampoco es binaria, sino triangular; el anhelo del amante es la tercera arista. Amante, amado y el espacio entre ambos por recorrer. Describía Sócrates el deseo como «aquello que busca su muerte», lo que hace sin duda de la espera una agonía placentera —la espera sublima el deseo, nos recuerda Jung— y de aquel un placer helado, similar —en palabras de Sófocles— a sostener un hielo entre las manos.

«Esa deformación del tiempo y el espacio que vive el amante, esa manera de ser una cosa y su contraria nos llega a través de Carson en una prosa precisa y elevada»

También Eros es expropiación desde el momento en que el amante pasa a ser algo mezclado en el amado, a convertirse en un cuerpo y espíritu flotando en otro cuerpo y espíritu, como escribiera Cernuda. Hay una pérdida de identidad en el amante, que ansía sin embargo recuperar, y un arrebato del autocontrol. Solo el que no ama es dueño de sí mismo y, sin embargo, es algo sobre lo que no se puede disponer, porque el amor es un proceso inevitable, indisponible desde su comienzo. Cuando nos estamos enamorando ya es tarde.

Comenta Hesíodo en su Teogonía que antes que todas las cosas fue Caos y luego Gea, y después de ellos fue Eros, «el más hermoso entre los dioses inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos». Considerado así pareciera un infortunio, y en parte lo es aunque se trate precisamente de todo lo contrario, porque esa especie de locura a la que estamos abocados —y no en el mejor de los casos, sino en el único verdaderamente digno de ser vivido— es la forma que han encontrado los humanos de acercarse a los dioses; de hecho, es un don que se nos concede, según asegura Platón en su Fedro.

La autora canadiense Anne Carson (foto: Lumen).

Un hombre enamorado es, por tanto, un dios, aunque para él lo sea el amado debido a esa transfiguración que acarrea el enamoramiento. Y es que el amante se inventa al amado, lo «cristaliza» en palabras de Stendhal, le da el brillo que su solo deseo ha pulido en un tiempo suspendido. A esta glorificación dedica Safo su famoso poema 31 —traducido, junto con el resto de su poesía, por la propia Carson—, cuya primera estrofa reza: «me parece igual a dioses ese hombre quienquiera/ que sea que enfrente de ti/ se sienta y escucha muy cerca/ tu dulce charlar”. Y de nuevo aparece el triángulo, geometría que preside toda la obra.

Por otra parte, esa deformación del tiempo y el espacio que vive el amante, esa manera de ser una cosa y su contraria nos llega a través de Carson en una prosa precisa, llena de matices y, sobre todo, elevada. Estamos tan acostumbrados a ver maltratado el tema del amor y el deseo desde la simpleza de libros de autoayuda y pseudoensayos, que siente una agradecimiento cuando se rinde honor a las únicas cenizas —nos recordaba Quevedo— que tienen sentido. Nademos, pues, en el agua fría.

 


Eros dulce y amargo
Anne Carson
Traducción de Inmaculada Concepción Pérez Parra
LUMEN
248 páginas
18,90 euros

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