“La libertad es una librería”, “Apoya a tu librería”, “Mis libros en tu librería”, “Sigue leyendo”, “Sentim les llibreries”, “Todo empieza a una librería”, son todos lemas de apoyo a las librerías que nos sonarán si somos habituales de redes sociales con cierta afinidad por el libro. Por la cantidad de iniciativas que hemos visto estos días al calor de la misma lumbre, solo queda observar que hay un gran número de personas decididas a “salvar” el capital librero de sus ciudades, de sus barrios y el núcleo de vida cultural que se mueve alrededor de ellos.
Es fácil que un librero pase muchos días del año quejándose. Se dice que los libreros son de queja y batallita fácil, hablando de ese pasado que siempre fue mejor, refunfuñando mientras sigue, con el rabillo de los ojos, la curva de los índices de la lectura, que tan pronto subía como caía, como se mantenía para volvernos locos ya sin saber si en este país se lee, no se lee o no sabe, no contesta. Pero llegó el encierro entre los muros de nuestras casas, sin más paisaje que el que mostraban las pantallas; al mismo tiempo tuvimos que matar el miedo y la incertidumbre con quehaceres manuales, tuvimos que atiborramos de noticias, de series, del ocio gratuito que ofrecían las salas y museos a través de internet, de los conciertos en streaming, de las videollamadas; después nos pusimos a hacer pan o bizcochos, hasta agotar con las existencias de levadura en los supermercados, tal fue el tamaño del desaliento, y luego, y solo luego (no puedo citar investigaciones ni datos fidedignos pero esta afirmación es el resultado del testeo social) recalamos en el aburrimiento en la lectura… esa gran olvidada, como fuente de entretenimiento asegurado, motor de la ensoñación, evasión y conocimiento, avalada por los siglos desde que el libro es libro.
Hoy te topas con tanta gente que, al narrarte su experiencia del confinamiento (aún estamos en el momento de los primeros encuentros y tenemos que contarlo o recontarlo), reconoce que ha descubierto la lectura y los libros, la paz que aporta la lectura frente a la saturación con la que recurríamos a ella. Es gente que hoy acude con alborozo por fin a las librerías, para mirarlas con otros ojos, para recorrerlas con ganas de nuevos viajes desde el sofá y sin dilaciones ni mucho deambular por ellas.
El tiempo de estancia en estos establecimientos se ha acortado. Por un lado, hay un consumidor que ahora es consciente del lugar y tiempo de oro que ocupa en los espacios comerciales, y de la necesidad exigente de rotación (por protocolo de seguridad y por viabilidad económica de los mismos); y por otro, el lector que entra en las librerías es un consumidor decidido y o sabe lo que quiere o tiene la capacidad de encontrarlo rápido. Porque quien ha recuperado la lectura, tiene mucha lectura que cobrarse y es más consciente que nunca del océano de posibilidades y el tiempo finito del que dispone para abarcarlo.
«Después de atiborrarnos de pantallas, de convertirnos en reposteros y pandaderos, recalamos en la lectura, y descubrimos que seguí siendo motor de la ensoñación, evasión y conocimiento»
“La libertad es una librería”, reza el verso de Margarit, último Premio Cervantes, y este verso ha sido el lema de una de las campañas más visibles de apoyo a las librerías. Iniciativa del Instituto Cervantes, que depende del Ministerio de Exterior, y a la que se sumaron más de 50 caras reconocibles del mundo de la cultura para reivindicar el valor de las librerías como espacios de referencia, vivos, en el entramado de las ciudades. Espacios puestos en peligro en esta crisis y hacían un llamado a la conciencia colectiva para salvaguardarlos.
Se anticipaba incluso a esta campaña temprana del Instituto Cervantes, la editorial Nórdica, con un gesto que ha dejado una huella histórica en las librerías independientes (enseguida se adhirieron a ella otras editoriales como Barrett o Dos Bigotes); Diego Moreno fue el primero que tuvo la iniciativa, en esos momentos de incertidumbre extrema, de tomar la palabra para mencionar la realidad de la vulnerabilidad de las librerías y tuvo un gesto que fue el motor de arranque que activó la oleada de iniciativas protectoras. No lo pudieron llamar “Diego Moreno, El Salvador” porque como efectivamente él mismo reconocía, las ventas online del catálogo de Nórdica, de las cuales destinaba el 35% altruistamente a la librería elegida por el consumidor, no iban a salvar a nadie; serían escasas como para pretender que significaran una salvación real de ninguna librería.
«Lo que lograron iniciativas como la de Nórdica fue lanzar una señal de ayuda a las librerías y de ánimo a los libreros y ha logrado un regreso dulce de estos comercios»
Lo que sí consiguió fue una salvación mucho más importante: “lanzar una señal de ayuda a las librerías y de ánimo a los libreros”, una señal que fue el inicio de otras iniciativas y, entre todas, se ha conseguido, puedo atestiguarlo, que el regreso de las librerías esté teniendo su lado dulce, el de encontrarse con un lector concienciado con el comercio de cercanía, comprometido con las librerías de su ciudad, y que manifiesta su compromiso comprando no solo libros para el propio disfrute sino libros para regalar. Y esto está suponiendo un excitante y esperanzador brote verde para las librerías. El futuro está por escribir. Es evidente que aun pisamos tierras movedizas, pero esta tendencia supone un asidero firme en el que empeñarse para librarse de lo que era un hundimiento asegurado. Los libreros estaban entregando la bolsa y la vida, empezaban a hacer inventario mental de existencias sin apenas poder recorrer con el dedo sus anaqueles reales, calculando, grosso modo, la dimensión del agujero económico.
Esta ha sido, socialmente, una pandemia de muros humanos para sostener el abatimiento de los semejantes; y ese desánimo librero sigue encontrando nuevos estímulos con los que impulsarse. Es el ejemplo, iniciativa de la misma editorial, del Primer Concurso de Relatos Libreros: un pequeño concurso literario para homenajear a las librerías. Y si de salvadores se trata, el relato ganador se titula Instrucciones para salvar al mundo, de Ana Soto, que no puede venir más a cuento. Salvar al mundo, según este relato, parecería sencillo (perdón por el spoiler): vaya a su librería de confianza, compre el libro que le recomiendan, léalo, déjelo reposar y “Enhorabuena. Lo ha conseguido”. De todas las instrucciones, dejar reposar en nuestras cabezas toda la lectura que hayamos podido realizar a lo largo de nuestras insignificantes vidas, parece la más decisiva, junto a la de comprar libros que, en definitiva, es lo que mantiene vivas a las librerías que atesoran las instrucciones para la redención.
La bolsa estará disponible para el recuperado, y esperamos que triunfante, Día del Libro del próximo 23 de julio y se dará como obsequio por la compra de libros del catálogo Nórdica, una gran editorial. Todo empieza en una librería, no lo olvide en los meses venideros; por ejemplo, la salvación del mundo. Sea partícipe.