Las novelas de la escritora Elif Shafak suelen incidir en la agresiva dualidad que padece Turquía. Dicha tensión, tan noticiosa siempre (y literariamente inspiradora), suele repercutir en especial sobre el papel de las mujeres. El histórico sincretismo del país aflora a veces como si fuera una ingénita maldición, lo que lleva a una continua pugna política, social y religiosa. Asimismo, sus personajes suelen deslizarse también sobre los márgenes y, en ocasiones, son el reflejo de las miserias morales que oculta Estambul.
En La bastarda de Estambul (2009), Shafak mostró las heridas no restañadas entre armenios y turcos a través de las nuevas generaciones. Y lo hizo por medio de una mirada femenina que incidía también en los problemas que afectaban a las mujeres más liberales (o faldicortas, si se permite la expresión). El fruto del honor (2012), como su título sugiere, tocaba el problema sociológico del código de honor a través de una familia turco-kurda emigrada a Londres.
Los personajes de Elif Shafak suelen deslizarse sobre los márgenes y, en ocasiones, son el reflejo de las miserias morales que oculta Estambul
Más tarde, en Las tres pasiones (2016), a caballo entre Turquía y de nuevo Inglaterra (en la académica Oxford), se exponía otra vez la tensión entre secularismo y religiosidad a través de tres mujeres. Entre medias, con otra tonada muy distinta, la autora publicó El arquitecto del universo (2015). La novela abordaba la supuesta relación entre el gran arquitecto Sinan (artífice de las más apabullantes mezquitas de Estambul y Edirne) y un supuesto ayudante venido de la India durante el esplendor otomano del siglo XVI, que se hizo acompañar por un pintoresco elefante blanco.
Este tono fantasioso (casi una hidra de Las mil y una noches) se abandona ahora en su última y dura novela, Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo. Si se quiere podemos decir que se narran aquí las mil y una noches del inframundo en Estambul, las que de hecho padecen los marginales, los travestis, las lumias y artistas baratos que pululan por las sentinas, los bajos fondos y otros pozos turbios, junto a los recodos del crimen.
El lector se topa desde el inicio con el brutal asesinato de una prostituta (no chafamos nada por decirlo). A partir de ahí se enlazan las ramas de una novela coral a través de cinco personajes estrafalarios. Todos ellos son amigos de la víctima y conforman un peculiar corifeo de perdedores. El título alude a lo que científicamente demuestra la ciencia forense. Cuando alguien muere, sea de muerte natural o violenta, el cerebro aún se mantiene como una esponja activa durante 10 minutos y 38 segundos.
Durante este lapso de tiempo la novela transcurrirá como una conurbación entre pasado y presente, memoria y actualidad. De fondo aparece siempre la abrumadora estética, siempre dual, de la ciudad del Bósforo: “Estambul no era una ciudad de oportunidades, sino de cicatrices”. El relato de Shafak alcanza un ritmo álgido, crudo y brutal en ocasiones, lírico y sedoso en otras, como si de la citada dualidad del país y de la ciudad se contagiara el propio estilo de la autora.
Estamos en desacuerdo con ella cuando dice que “Estambul es una ciudad femenina”. No podemos entenderlo. La frase, que aparece a modo de dedicatoria, la atribuimos a una innecesaria concesión comercial. No obstante este reparo, pocas veces hemos hallado retratos tan sutiles y sinceros como los que aquí se ofrecen sobre la urbe. Una y otra vez emerge la enorme medusa de dos cabezas, el Estambul de los anhelos y las ilusiones, pero que acaba siendo “el truco fallido de un mago”.
Se narran aquí las mil y una noches del inframundo en Estambul, las que padecen los marginales, los travestis, las lumias y artistas baratos que pululan por sus calles
En un sentido casi pictórico, la novela nos ha recordado a la muy bella y desconocida obra de Nedim Gürsel, La otra mujer. Ambas reflejan el Estambul de finales de los 60. Sus contornos de fantasía se desdibujaban por entonces bajo la polución, la mugre, el humazo de los barcos urbanos y una sensación generalizada de indecencia hostil. Era aquel Estambul que años después caerá –como el resto del país– en la violencia política y el amargo malestar de las calles. Leyla, la prostituta que aparece asesinada en un cubo de basura, nos recuerda a la fatal protagonista de Contra la pared, la película del turco-alemán Fatih Akin. La secuencia de los navajazos está rodada en los mismos y lóbregos callejones que se describen en la novela.
Con todo, la obra de Elif Shafak es en el fondo un canto de esperanza y redención para el gran pueblo marginal de Estambul. Descubrimos, además, que existe una atracción que encandilará al turismo negro: el Cementerio de los Solitarios, que es real y no ficticio. Por su parte, el forense que atiende a la prostituta es autor de la llamada “teoría de los bonitos”: la pesca o no del bonito en el Bósforo influye en el pico de los crímenes que se producen al cabo del año en la ciudad. Por su curiosidad, el lector debería conocerla.
APTO PARA: Urbanitas, ciclotímicos que busquen poesía y crudeza, interesados en el Estambul oculto.
NO APTO PARA: Turistas simplones de antes y después del coronavirus.
Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo
Elif Shafak
Traducción de Antonia Martín Martín
Lumen (Barcelona, 2020)
366 páginas
18,90 euros
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