
Málaga, con su brisa mediterránea y su luz implacable, se convierte en un enclave del cómic, una tierra prometida para ilustradores, guionistas y entusiastas de la narrativa dibujada. No hay ciudad más propicia para acoger una primera edición de un festival como COMICMED, donde las culturas se encuentran, chocan, se funden, igual que lo hacen en sus calles, en sus bares y en sus plazas. Málaga, que mira al mar y a su propio reflejo en la historia, presta su piel a una celebración que quiere ser algo más que un mero escaparate de talento gráfico: quiere contar la historia de un territorio a través de quienes lo ilustran, lo imaginan y lo reinventan en viñetas.
Benjamin Lacombe, Victoria Jamieson, Omar Mohamed, Sara Varon, Pablo Berger, Nadia Hafid, Natacha Bustos, Wilfrid Lupano y Carmen Carnero no son solo nombres. Son mundos en sí mismos. Son trazos que definen una forma de mirar, de hacer visible lo que a veces no se quiere ver. La Fundación Tres Culturas y el Polo de Contenidos Digitales han reunido en Tabacalera a estos creadores con la intención de que el cómic mediterráneo sea algo más que una etiqueta; que sea, sobre todo, una constelación de historias capaces de hablar en todos los idiomas de la imaginación.
Benjamin Lacombe llega con su estilo inconfundible, ese aliento de cuento de hadas atravesado por la melancolía de sus personajes de ojos enormes y miradas lánguidas. No se trata solo de ilustración, sino de atmósfera, de una poética de lo frágil que, sin embargo, se impone con fuerza en cada trazo. Lacombe es un miniaturista del alma, alguien que ha entendido que lo pequeño, lo contenido, es lo que a menudo resiste mejor el paso del tiempo.
Victoria Jamieson y Omar Mohamed nos acercan Cuando brillan las estrellas, una historia donde la infancia y el exilio colisionan en un campo de refugiados, donde la espera se convierte en destino y la supervivencia en un acto de resistencia cotidiana. Ningún refugio es lo bastante sólido cuando la historia se desploma sobre ti como un edificio en ruinas. La guerra, el exilio, la orfandad: realidades que para la mayoría son conceptos lejanos, pero que para Mohamed fueron la estructura de su infancia. Creció en Dadaab, un campo de refugiados en Kenia, un limbo donde la burocracia y la desesperanza se entrelazan como alambres de espino. Allí llegó con su hermano menor, Hassan, huyendo de una Somalia devastada por la guerra, y allí aprendió que la vida de un refugiado no es solo hambre o violencia: es la rutina interminable de la espera, de la necesidad de un papel con un sello que diga que existes.
La historia, trazada con la sensibilidad de Jamieson, es un documento de supervivencia. No hay lugar para la complacencia ni para la falsa piedad: lo que hay es un niño obligado a convertirse en adulto demasiado pronto, un hermano pequeño cuya discapacidad le convierte en una carga en un mundo donde nadie tiene tiempo para cargas. Pero en medio de la miseria, del polvo y de la arbitrariedad de un sistema que parece diseñado para aplastarlos, los dos encuentran destellos de vida: risas en juegos improvisados con neumáticos viejos, amistades forjadas en la necesidad, sueños de un lugar donde la identidad no dependa de un número en un registro de ACNUR
De la realidad al cine, Pablo Berger y Sara Varon hablarán de Robot Dreams, de cómo un cómic puede convertirse en una película que conmueve sin necesidad de palabras. En una era en la que los superhéroes han acaparado la gran pantalla, Berger optó por la delicadeza, por el lirismo de la animación en su forma más pura. Y mientras Varon ve cómo su obra se transforma, Natacha Bustos y Carmen Carnero han hecho el trayecto inverso: han llevado su talento al mercado americano, donde Marvel y DC siguen siendo el Olimpo de los dibujantes. En ese cruce de caminos, Bustos y Carnero representan a una generación que ya no tiene miedo de mirar de tú a tú a la industria anglosajona. Son hijas del Mediterráneo, pero han aprendido a moverse en la globalidad del cómic.
Entre los nombres que pueblan este festival, Wilfrid Lupano aporta un contrapunto literario. Guionista de La bibliomula de Córdoba, entiende la historieta como un campo de batalla cultural, un lugar donde la historia se reescribe para ofrecer nuevas lecturas del pasado. No es casualidad que su obra insista en la memoria, en la resistencia de los libros, en la posibilidad de que la cultura sea un arma contra la barbarie. En un mundo donde las fake news y la posverdad deforman la realidad a placer, el cómic sigue siendo un refugio, un espacio donde la verdad se cuenta con dibujos, donde la imagen y la palabra aún pueden construir relatos sólidos.
Más allá de los nombres, COMICMED se articula como una experiencia. No se limita a las conversaciones entre autores, sino que se abre a los talleres, al encuentro intergeneracional, al mestizaje con otras artes. Uno de los eventos más singulares de esta edición es la fusión entre el cómic y la música electrónica, con la DJ marroquí Hajar Lagranja poniendo sonido a las viñetas. Un experimento que rompe los límites de la página y que encaja con el espíritu de un festival que no quiere ser un mero escaparate, sino una plataforma de creación.
El cartel de esta primera edición, obra de Nadia Hafid, es más que una imagen: es un testimonio. Hafid, ilustradora de ascendencia marroquí, no dibuja solo formas, sino ausencias y recuerdos, la geografía de un linaje que se descompone y se reencuentra en el trazo de su lápiz. Cada una de sus líneas parece contener una huella, el eco de un origen que no se deja atrapar del todo. Su trabajo no es solo arte, es afirmación, es el intento de reconstruir un espacio entre dos mundos, entre una identidad que la reclama y otra que la rodea. Su presencia en este festival no es anecdótica, es esencial: en ella se encarna el alma de COMICMED, su vocación de contar el Mediterráneo no como una frontera, sino como un cuerpo vivo donde todas las historias confluyen, donde las culturas no se enfrentan, sino que se reflejan unas en otras, transformándose con cada marea.
COMICMED no es un escaparate, no es una feria donde los libros se acumulan y los nombres se pronuncian en voz baja antes de pasar al siguiente estante. Es un cruce de caminos, un zoco de ideas donde la tradición y la vanguardia se sientan a la misma mesa. Aquí, en Málaga, una ciudad que siempre ha mirado más allá de sus murallas, el cómic se muestra en su forma más pura: como un arte de la memoria, como un gesto de resistencia contra el olvido, como un arma contra la indiferencia. Durante unos días, las viñetas se convierten en territorio, en arena donde se libran batallas invisibles y donde cada imagen se erige como un manifiesto. Porque un buen cómic, como un buen relato, no deja a nadie intacto: sacude, interroga, desgarra y, en última instancia, nos devuelve a nosotros mismos, recordándonos que, sin importar las distancias, todas las historias son, al final, la misma historia.